Ronald Baroni debutó en la U en un partido en el que yo estuve presente. Era un peruano que había vivido desde siempre en Argentina y llegó en el 92 para competir con el chileno Letelier por el título de goleador del equipo. Se campeonó ese año y él tuvo mucho que ver.
Sin embargo sería en el verano del año siguiente, 93 que Baroni se metería en el corazón de la hinchada crema. La Copa Libertadores puso a los peruanos frente a los débiles venezolanos y las sendas goleadas que se produjeron alimentaron la ilusión del hincha de tener un equipo poderoso con el que pelear en etapas posteriores.
En aquella primera etapa de esa Copa Libertadores, Baroni fue la estrella del equipo aun por encima de las nuevas grandes contrataciones como Nunes o Asteggiano. En algún momento se ubicó como goleador de la Copa y su sola visión representaba el cúmulo de la garra crema que a tantos nos había seducido del equipo de Odriozola. Vendado en una mano seguía jugando, cabello largo, vincha todos elementos con los que nos considerábamos plenamente representados, nada lo detenía, de la cancha había que sacarlo muerto. Fue entonces que en uno de los partidos con Cristal se rompió la cabeza. Salió de la cancha, se vendó, reingresó y minutos más tarde marcó un gol de cabeza. Fue la locura, Baroni era el ídolo, besaba la camiseta cada vez que podía y declaraba con frecuencia que jamás se iría de la U.
Era el jugador más temido de la U. Por eso jugó en Guayaquil la tarde en que nos golearon y fuimos eliminados y la ilusión que habíamos creado se fue al tacho. Baroni no jugó todo el partido. Vendado en la mano, en la cabeza, en las piernas tuvo que finalmente salir lesionado sin poder continuar. Muchos comentamos que de no haber sido así, otra habría sido la historia.
A partir de esa eliminación la U cayó en un hueco profundo y Baroni ya no estaba en el equipo.
Un día volvió, nuevamente frente a Cristal. Se le contrató para ese partido. Metió los dos goles del triunfo y su leyenda creció como la espuma. La U volvió a campeonar en gran parte gracias a sus goles claves. Gol en el clásico en Matute y triunfo de la U y varias fechas más tarde la U bicampeón. Se podría decir que la U revivió gracias a él y Baroni era el engreído de todos. Se venía una nueva Copa Libertadores, esta vez frente a ecuatorianos.
Ese verano del 94 pasó algo muy triste, sin embargo. Baroni nos traicionó a todos. El alcalde Belmont decidió invertir mucho dinero en el Deportivo Municipal. Imagino que le hizo una oferta que no pudo rechazar y Baroni posó para las cámaras con su nueva camiseta. Nadie en el barrio lo podía creer.
Tantos años más tarde puedo decir que aquello hizo que el fútbol perdiera algo de su magia. Empezó a apestar un poco la verdad. De pronto se volvió un negocio como cualquier otro y ser hincha de la U fue tan absurdo como ser hincha de D'onofrio o Inka Kola, es decir que ese hermoso deporte se volvió un negocio como cualquier otro en el que la camiseta no es más que una marca, sin mayor significado ni representatividad. Desde entonces, fue evidente entonces para este humilde aficionado que para campeonar había que ser bueno en los negocios y que lo demás, todo lo demás era negociable.
Tantos años más tarde puedo decir que aquello hizo que el fútbol perdiera algo de su magia. Empezó a apestar un poco la verdad. De pronto se volvió un negocio como cualquier otro y ser hincha de la U fue tan absurdo como ser hincha de D'onofrio o Inka Kola, es decir que ese hermoso deporte se volvió un negocio como cualquier otro en el que la camiseta no es más que una marca, sin mayor significado ni representatividad. Desde entonces, fue evidente entonces para este humilde aficionado que para campeonar había que ser bueno en los negocios y que lo demás, todo lo demás era negociable.
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