El rostro más temido por él ha sido el de su madre a la hora siguiente de haberse hecho la permanente. Era usualmente los domingos y la razón principal de este temor radica en que era usualmente en aquel momento, con los rulos recién fabricados que se solicitaban sus cuadernos de colegio. Asi fue por muchos años, cualquier día de estos había que entregar los resultados del trabajo escolar para su revisión y preguntas pertinentes.
Obviamente jamás el resultado fue satisfactorio. Se sucedían las preguntas, el intento de ocultar o desviar información y finalmente la conclusión en gritos destemplados y ocasionalmente alguna cachetada o jalón de cabello acompañado de aquella insoportable sensación que quedaba de todo aquello de decepción, es decir, de ser una decepción. Las lágrimas no ayudaban demasiado, la rabia, el resentimiento duraban lo poco que duran las emociones en cualquier niño, adolescente o lo que sea que uno es mientras se encuentra y entonces solo la eterna promesa de que algo parecido no sucedería jamás. Sería un buen niño, estudiante, lo que desearan que fuera, total para el caso ya da lo mismo que la vida está a la espera y en algún momento llegará el momento de iniciarla que para eso tanto nos preparamos.
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