20/5/13

Cajón

Al comienzo, como cualquiera, no tenía. Para poder leer con la seriedad que a veces pretendía tenía que deshacerme de todas las pequeñas cosas que mamá tenía en su pequeña mesa de noche y entonces sentarme con los codos sobre el pequeño tablero que no admitía más espacio que el correspondiente a un libro y mis codos. Así fue hasta que el mismo día que obtuve mis llaves obtuve mi primer escritorio. 
Al inicio lo quise pintar de cientos de colores, tipo hippie. Pero no me alcanzó la tempera y solo hice un amague con una esquina del cajón más grande. Esa mancha quedó en casa por muchos años.
Honestamente, aunque fue mi escritorio por muchos años, nunca me terminó de gustar. No era mío, simplemente había sido una herencia y era pesado, oscuro, alto, jamás me sirvió para escribir. Me persiguió por muchos años a muchas habitaciones, vacíos.
Una noche, murió Lady Di pero más importante en aquel tiempo era que Maradona había vuelto a dar positivo. Sábado, tenía ganas de emborracharme porque como siempre las cosas nunca son como uno quiere. Terminé en un pub al otro lado de la ciudad y bebiendo vasos con asa llenos de cerveza heladísima que parecía ingresar a mi cuerpo directamente por el cráneo. Logré mi cometido. El tiempo pasó rápido y yo estaba ahora sentado en las escaleras de una iglesia intentando hacer matemáticas con la cuenta de lo bebido. El asunto terminó conmigo en la puerta de un edificio donde vivía y rompiendo la llave en la puerta principal a las 3 de la mañana. O algo así.
Logré llegar hasta mi cama con la ayuda de la misma mamá a quien le robaba la mesa de noche para poder leer tres párrafos atrás. Dormir que todo pasará. Si las cosas fueran siempre tan fáciles.
La siguiente imagen de la noche se inició con mi nombre gritado en medio de la noche seguido de una luz que todo lo iluminó. No podía tenerme en pie, caía repetidamente y mi hermano, el de la voz que inició esta escena intentando sostenerme entre el caos de cientos de personas ingresando en ese cuarto de 3 x 3 para ayudar, reprochar, renegar, lo que fuera. Y así hasta el día siguiente.
El domingo se confirmaba que Lady Di había muerto y un cajón de ese escritorio que alguna vez heredara, yacía en la ventana de ese departamento, aun con restos de humedad, sacrificado por la embriaguez, miccionado en medio de un sábado cualquiera, esperando las disculpas del caso que nunca llegaron pues el protagonista de esta historia huyó del lugar hasta que la noche lo pudo ocultar de las miradas que él sentía reprobatorias pero que no eran más que cómplices. Al llegar al hogar nuevamente, después de andar la ciudad sin rumbo, dormir en cualquier parque a media tarde y pensar en cómo hacer para que se lo trague la tierra, solo encontró al hombre de la casa, sentado a la mesa vacía, con el periódico en la mano, preferiblemente ignorante de lo sucedido y que apenas respondió su saludo vergonzante pues estaba concentrado en leer lo que le iba a pasar a Maradona luego de los últimos sucesos.

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