Hoy ha muerto un perro. Uno como cualquier otro, fiel, juguetón, compañero. Fue un buen perro, hay que decirlo.
Llevaba muchos años viviendo en la azotea de la casa a la cual llegó hace trece años para aplacar el miedo de sus dueños a un eventual robo. No era justo, pero era. Su cuidador era un hombre de esos que optan por la soledad para evitarse más decepciones con la gente de a pie. Lo bañaba, lo vestía, lo alimentaba, se acompañaban cada mañana.
Antes no era así. Hubo un tiempo en que el perro vivía con todos, allí abajo donde al menos se intentaba la felicidad y por segundos se la podía conseguir. Tenía una cama, un lugar favorito y una familia. La gente iba y venía de esa casa pero él siempre allí, recibiendo amable a cada nuevo transeúnte, despidiendo con tristeza a quienes se iban, recibiendo alegre los regresos que para él siempre eran inesperados. Era callado y cabizbajo, quizás como la familia que le había tocado.
Se le ha querido mucho a ese perro. Fue muy triste enterarse que la muerte se había convertido ya para él en una opción mejor que vivir. Su cuidador tuvo el valor de acompañarlo en su último paseo fuera de casa. Fue el último en hablar con él, se despidió en susurros, casi hablándole al oído, cogiéndole apenas el hocico mientras el perro lo miraba con la pena de un viejo camarada que no quisiera dejar de estar a su lado. Seguro que así era.
Se le pudo enterrar y se pretenden plantar rosas blancas sobre él.
Hoy ha muerto un amigo al que se le va a extrañar mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario