2/5/13

Los Diez Mandamientos

En aquellos tiempos, era común que mamá preguntara si había algún examen e inmediatamente cogiera el cuaderno para aportar su granito de arena a la preparación para cualquier evaluación que asomara. Tenía un método bastante avanzado para la época y este consistía en leer una y otra vez todo lo escrito en aquel cuaderno cuidando de dejar unos segundos para que la palabra final de cada oración fuera completada por aquel que finalmente era quien daría la prueba al día siguiente. Y así era siempre.
Un día, había que aprenderse los diez mandamientos. Entonces la estrategia cambió. Se optó por la paporreta más hardcore existente y una hora más tarde, tras cientos de repeticiones, molestias, alivios, suspiros y demás expresiones de buen y mal humor, el pupilo estuvo listo y entrenado para recitar, escribir o lo que fuera necesario hacer con esas diez oraciones que se había visto obligado a guardar en la memoria.
El día siguiente, sin embargo, transcurrió como cualquier día. Las clases eran lo mismo de siempre, aburridas pero habiendo 45 pequeñas personas en un espacio tan reducido como era el salón de clase, nunca faltaba algo que hacer o alguna manera de divertirse. Quizás fue antes o quizás después del recreo, no se recuerda, el asunto es que llego el momento del examen. Pregunta única, Escriba Usted los Diez Mandamientos.
Fácil. Cogió el lápiz confiado de un triunfo arrollador, relámpago, que no admitía dudas, nunca mejor preparado. Terminó en tres minutos.
La profesora pidió que por favor quienes terminaran voltearan sus hojas y esperaran, ella recogería uno por uno todos los exámenes. Esperar y comprobar un par de minutos más tarde que había sido más veloz que su compañero de carpeta, mirarlo condescendiente y sonreirle en señal de triunfo y siendo un buen ganador.
Los demás demoraban y ya se sabe, todo esto era muy aburrido. Él se sabía un juego para matar el rato. Había que juntar las manos y luego teniéndolas enlazadas hacer un movimiento sin separarlas que dejaría el campo libre para un juego tan difícil como divertido. Explicarlo fue tan complicado que igualmente el compañero de carpeta no comprendió Entonces él tuvo que repetir la explicación y mostrar con sus propios manos lo que había que hacer. Lo hizo, el otro comprendió, también lo hizo. Ya ves que es fácil, le dijo. 
Y fue en ese instante que la señorita levantó la cabeza y lo vio mover los labios, dirigirse a alguien, en fin, hablar durante un examen. Pidiole entonces a ambos que se acercaran con los exámenes. Los cogió y sin mediar palabra los partió por la mitad. El examen no vale, dijo.
Los dos compañeros volvieron a sus lugares. El nuestro se aguantaba las ganas de reventar en llanto. Siempre fue un llorón. Recordó la última noche, la hora estudiando con mamá, la satisfacción de cada mandamiento a su disposición, a merced de su memoria prodigiosa, Maldijo y al llegar a su lugar, se sentó, puso ambas palmas de las manos sobre su carpeta y sobre ellas descansó su cabeza. No quiso preguntarse por qué había sucedido todo esto pues sabía que nadie le contestaría.

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