19/5/13

And I love her

Hoy se la canto a él y él sabe tanto que la reconoció la primera vez que la escuchó en la versión original y no la cantada por su viejo para hacer que se duerma. 
Esta, sin embargo, es la que tocaba un señor cojo que no faltaba a ninguna de las clases que yo con tanta ansiedad me saltaba. El grupo Yawar ofrecía clases de guitarra en la primera casa de la avenida Brasil, tanto así que esquina con la plaza Bolognesi y la escalera era tan auténtica y de la belle epoque en que fue construida esa casona que los bordes estaban gastados y los maderos hundidos asi que cuidado al subir, no se vaya a golpear tu instrumento. Aunque claro, no era necesario en realidad llevar tus propias cuerdas, ellos te las alquilaban y entonces ya estabas instalado en una de las habitaciones de techo altísimo, diseño republicano siglo XX, república aristocrática me imagino, de cuando la estatua de Bolognesi era la antigua, la que supuestamente lo mostraba derrotado en el momento de su muerte y tuvo que ser cambiada por la actual, en la que se le muestra triunfador aun cuando todos sabemos que en realidad sí perdió.
Allí eran todos señores y la guitarra casi más grande que uno pues apenas, con once años cumplidos y una fe alucinante, uno crea su banda con otros tres muchachos de esos mismos años maravillosos y la coincidencia de genios es tal que ninguno necesita saber tocar un solo instrumento aparte de la maricona flauta dulce que la Frau Llanos nos ha enseñado a maltocar. Un tambor ridículo por todo instrumento y entonces el abuelo de aquel del primer párrafo se apiada y envía al creador de ese proyecto destinado a fracasar, primero de muchos, a sentarse cada viernes por la mañana en un banquito inestable para que pueda entender los rudimentos de una guitarra que es ajena para usarlos en esa otra guitarra que sobrevive en casa. Aprender a tocar guitarra, ahí te voy.
Pero igual, las clases son frustrantes para los dedos minúsculos de un ser pequeño aun para sus contemporáneos. Es ya la segunda clase y así no es la música que me gusta. El señor narizón está frente a nosotros pero no hay que prestar atención a lo que dice. Mejor soñar. Ser un beatle y escapar de cientos de fanáticas que nos persiguen. Ese es un buen plan. No volver la próxima clase. Tercera clase, buscar rellenar esas dos horas con lo que sea. Descubrir la casa de ese amigo que vive junto al cuy, volver a casa caminando para que el tiempo no se demore tanto y así llegar a casa inocente, coger la guitarra e inventarse lo que se pueda. Clases de guitarra con el grupo Yawar. Mejor tirarse la pera y dar decenas de vueltas a la plaza Bolognesi, mirar el monumento desde todos lados, el héroe con la mano estirada al cielo, glorioso quemando el último cartucho de una banda que dejó de existir porque sus integrantes prefirieron ser amigos.
Pero allí estaba ese señor sentado en un banquito, afanoso estudiante de guitarra tocando la misma canción una y otra vez, introduciendo una lírica que no se animaba a ejecutar. 23 años después un niño se sobresalta de alegría al oír esas primeras notas. Es el hijo de su compañero de clase, el que vino dos clases y no volvió más.

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