31/5/13

Los Panchos

Era un edificio azul de no más de cinco pisos en cuyo primer piso funcionaba una enorme tienda de venta de mangueras y accesorios. La empresa era relativamente joven, sin embargo creció de manera vertiginosa durante los años que existió hasta que de manera fulminante desapareció en un par de temporadas en que las economías no funcionaron de buena manera. 
En uno de esos años de crecimiento, fue cuando esta empresa tomó posesión del departamento 402. Hasta el momento de la entrada repentina, este lugar no había sido más que una puerta ignorada por la mayoría y cerrada por años a la que nadie le había prestado mayor importancia.
Se ingresó en un jueves de sol en el que había llovido copiosamente por la mañana. Nadie fue testigo del instante en que el gigante Jaramillo usó una pata de cabra para deshacerse de la molesta cerradura. Pero luego se necesitaron muchas manos para el segundo momento de la desorganizada operación. Había que verlo. El lugar había sido abandonado intempestivamente al parecer pues conservaba en sí toda la apariencia de haber sido habitado hasta apenas minutos antes de haber sido violentado. Los muebles, libreros, camas, todo intacto. Pero llamó la atención de todos algo aun  más inédito. En pleno reinado del CD, fines de los noventa, en esos aposentos fueron encontrados no cientos, miles de discos Long Play ordenados metódicamente en cajas, esquinas y tras pequeñas puertas de aparadores o escritorios. El saqueo era inminente.
Al inicio se solicitaron cuatro manos para ayudar y estas tuvieron que venir por obligación. Pero no demoró mucho en pasarse la voz y pronto fueron muchas más manos que aparecieron en el umbral de la puerta violentada, dispuestas no a colaborar sino más bien a ensuciarse cogiendo para sí pertenencias de un ser ausente, quizás del mundo, ciertamente de ese departamento. 
Era una colección de lo más variada. Clásica, pop, algo de rock, muchos etcéteras. Sin embargo había un artista que se repetía cientos de veces en portadas y contratapas, con el nombre en celeste amarillo, rojo, blanco y demás colores que pudieran contrastar con el fon más cercano. 
La colección despertó la codicia de tantos, aun cuando sobre el suelo, quedaron regados sometidos a la indiferencia generalizada de los usurpadores. Los Panchos en tantos sitios, con sus fotos y las grabaciones de tantos sitios en los que habían estado. Nadie los quiso robar y ahí quedaron, sus discos probablemente sacrificados en la basura que un camión municipal se llevaría para siempre.

26/5/13

Choy

Hubo un tiempo en que con el chino Choy nos peleábamos todo el tiempo. Éramos tan pequeños que pensábamos que todo se podía resolver a los golpes. 
Éramos ambos de los de menos metros hacia el cielo en el salón B, compartíamos intereses comunes y algunos de estos eran el fútbol de cada recreo, los carros pequeños de juguete, los pantalones sucios de tierra todo el tiempo, las camisas de manga corta, el cabello lacio, la vecindad del Chavo. 
Era curioso porque llevábamos más de tres años de conocernos, tiempo en el que habíamos pasado por todas las etapas. Como se acostumbraba en aquellos tiempos de colegio, se nos agrupaba por centímetros más o centímetros menos y así nos ordenábamos en esos enormes, interminables salones a los que de vez en cuando se colaba una paloma por la ventana y se golpeaba contra las paredes y los confusos vidrios hasta caer moribunda junto a los lustrosos zapatos de algún imberbe en uniforme color rata.
Decía entonces que teníamos mucha historia como compañeros de salón, más de una vez nos habíamos sentado juntos, habíamos estado en el mismo bando, en bandos contrarios, alguna vez fuimos un bando de dos, es decir que nos llevábamos de lo mejor que se pueden llevar dos niños que se veían por tantas horas al día.
Era cuarto de primaria y la primera de estas veces fue casi al final de un recreo. Él quitó algo, yo quité algo, lo que fuera y estábamos rodando por el suelo, él dándome de puñetes donde pudiera, sobre todo en la espalda y yo con mi estúpida forma de pelear, rodeandole el cuello con una sola mano lo más fuerte que pudiera y pensando que así podría inutilizarlo. Siempre he tenido miedo de golpear a alguien de mala manera, ya se sabe, un mal golpe de esos que uno nunca tiene la intención de dar pero que te pueden dejar una marca de por vida.
Claro que no le di ninguno de esos golpes. El 99% de los demás disfrazados de plomo educar se fueron yendo a sus salones, espantados por el timbre del final de la diversión pero algunos de los nuestros se quedaron a mirarnos dar lo mejor de nosotros para deshacer al otro. Habían pasado buenos minutos hasta que alguien se acercó y nos cogió del brazo, separamos nuestras furias para mirarnos con desprecio y proferir una última amenaza que nos dio la sensación placentera de haber dado el golpe final.

25/5/13

Nada! (3)

Esto fue ya al año siguiente y tras haber llegado a la conclusión que  el problema del Campo de Marte había sido la profundidad de la piscina que no el agua o el temor. Lo acompañaba Pedro esta vez, compañero de trabajo, varios años mayor, estudiante deprimido de la decana de América.
Ya no fue temprano por la mañana sino al caer la noche. Una hora de viaje tras terminar de trabajar y entonces cambiarse y estar listo saltando descalzo, haciendo planchas minúsculas, corriendo cuidando de no caerse, todo en dos minutos y estar listo, con los músculos mal calentados para zambullirse a placer en el agua nocturna de seis carriles, el último para los mejores, nuestro ex-niño en el primero.
Esta vez era una mujer. Desde el borde nos gritaba instrucciones mientras bromeaba sobre nuestros temores, nuestro frío, nuestra absurda vanidad de huesos y rollos en el abdomen. Competía con Pedro pero a pesar de sus mejores esfuerzos todo era insuficiente. Pronto fue superado con amplitud y nunca logró dejar el carril uno.
Pero aprendió otras cosas en ese camino de dos meses. Se desprendió del piso y avanzó los metros. Su ansiedad no le permitió llegar hasta el otro extremo de la piscina pero siempre lo intentó, especialmente ese segundo mes en que Pedro ya andaba por el segundo carril desplazándose mirando las estrellas mientras él continuaba pataleando sin coordinación, braceando sin ritmo e intentando como fuera, completar esos 25 metros que representaban la diferencia entre ser y no ser, lograr no lograr, completar, vencer o morir. Pero el tiempo no se detiene como lo hacía él cada vez que nuevamente intentaba llegar. Nunca completó la distancia pero podía por fin, sin temor a equivocarse, decir que sabía hacer aquello que le tomó doce años aprender. Podía nadar, al menos mal.
Claro que varios años después, sin haber tocado ninguna piscina nuevamente, todo volvió a foja cero. Se había olvidado y había que empezar de nuevo.


-fin-

24/5/13

Nada! (2)

Pasaron once largos años. Esta vez la idea fue de él. Campo de Marte. Ya no era un niño pero como si lo fuera. Aprender como fuera, tantos años de perderse la diversión de sus amigos, de intentar ocultar su miedo a las piscinas con excusas absurdas que nadie creía, que siempre terminaban dejando al descubierto tanta cobardía. Como sea y cuanto antes.
Pidió que le den plata y se la dieron. Con eso se matriculó orgulloso y esperó el día inicial con ansiedad. Nuevamente enero. Nuevamente temprano por la mañana. Se alistó, partió y llegó el primero. Al inicio no lo creía o más bien no quería creerlo. Llegó el segundo, el tercero, un séptimo y al final, más de diez niños lo rodeaban y él con su barba incipiente fue zambullido de un empujón y en menos de un segundo rescatado. Su metro sesenta no terminaba de cuadrar matemáticas con el fondo de esa masa de agua de más de dos metros y ya había que avanzar apenas cogiéndose con una mano del borde. Recuerdos de aquella otra vez. Otra vez el temor, la ansiedad, la hora que no pasa, ya no quiero.
Ahora sin cogerse del borde. El sabor del cloro. 
Una vez más, dos clases bastaron y entonces eso fue todo. Siguió yendo pero ahora se quedaba en la tribuna mirando como aquellos con los que compartió un par de horas que fueron de terror, iban progresando, ahora en el segundo carril, con un flotador, con uno más pequeño, ahora sin él y él allá arriba, pensando que jamás podría ser como ellos. Mejor mirar los clavados en la piscina vecina. Seamos honestos, adiós a las aguas mansas, desertar del todo, salir cada mañana igual pero ahora recalar en el centro y andar sin rumbo, ignorante del nado, zambullirse en las calles interminables.

23/5/13

Nada! (1)

Érase una vez un niño de seis años cuyos padres lo tenían matriculado en uno de esos colegios de tradición en el que muchos otros querían estudiar y que fomentaba los valores de pegar a los niños cuando se portaran mal. En realidad, para el tiempo de esta historia, nuestro niño ya tenía siete años y acababa de terminar con éxito el primer grado de primaria, acababan de pasar la navidad y la celebración de año nuevo.
El verano se presentaba frente a él y fue idea seguramente de su viejo que para estas cosas era siempre quien tenía las mayores ambiciones, el inscribirlo en unas clases de natación que el rancio lugar de estudios ofrecía a módico precio para sus alumnos en la nueva piscina del local nuevo que se estaba construyendo junto al zoológico de la ciudad. Fue la primera clase en una mañana de neblina como las que se acostumbran en su ciudad al iniciar los veranos. La calma que precede a la tormenta se podría decir aunque no sería conveniente pues escribir sobre el clima usando una metáfora también sobre el clima, podría ser confuso y aun poco afortunado para el ocasional lector de estas palabras mal organizadas.
Las clases iniciaban muy temprano para esas fechas que se suponía uno debía utilizar para su recreación y solaz entre dos períodos escolares, los primeros en su vida, que se presentaban llenos de tensión por la ya consabida violencia a la que se tenía que enfrentar en caso de no tener la capacidad de satisfacer a la mujer en guardapolvo de turno, lease profesora o señorita.
Fue su hermana la encargada de cogerle de la mano y llevarlo hasta ese lejano lugar donde se sumergiría en las aguas temperadas junto a otros semejantes y juntos, dirigidos por una morena directora de orquesta en su ropa de baño azul de una sola pieza, terminarían al cabo de algunas semanas expertos en el arte de juguetear, retozar, refrescarse en albercas de fondo transparente y cloro desinfectante. Fue apenas llegar y sentir que aquel no era lugar para nuestro niño. El frío, la cantidad de agua o de niños, la novedad de un depósito de agua mayor al de la tina casera donde eventualmente se bañaba o alguna otra sensación negativa le indicaron que la hora que debía permanecer en esa clase práctica de natación se haría larguísima y que lo mejor era sacarse de encima todo esto lo antes posible. Pero no pudo hacerlo lo suficientemente pronto. 
Eran más de veinte almas inocentes y contemporáneas que se colocaban de pie al inicio de ese artificial lago de proporciones rectangulares en donde el agua apenas alcanzaba su ombligo. Era todo sencillo, caminar unos pasos hacia el centro, volver, echarse agua en la cara, volver a andar. Asi y todo, no le fue fácil resistir, apenas un cuarto de hora más tarde escapó del lugar disfrazado en un permiso para ir al baño. Cubierto por su toalla, anduvo con cuidado de no resbalar por más de treinta metros hacia los vestidores que no había utilizado antes, para dejar de sí su agüita amarilla. No quería volver pero al final lo hizo.
La hora fueron muchas horas, se alargó por el temor, la necesidad de irse, imposible concentrarse con tanto frío, sobrevivir con dureza hasta el final y eso fueron las siguientes mañanas de clases de natación.
El colofón de esta historia primera llegó cuando tocó la posición horizontal en el agua fría, los pies tan lejos del piso en el fondo de la piscina. No lo resistió. Lloró, gritó, se asustó, se aferró y en esos intentos arañó sin intención a un nunca camarada de clases que no hizo más que defenderse cuando lo empujó y lo dejó a su suerte en manos de la del bañador azul. 
Fue la última vez que fue. Se exoneró, admitiendo su derrota y pasaron muchos años antes de poder escribirse el segundo capítulo de estos intentos por dominar a las aguas calmas de una piscina cualquiera para niños cualquiera en un colegio cualquiera de esta ciudad que se comporta como una cualquiera.

22/5/13

Yo no soy

No soy abuelo, ni bisabuelo, ni tatarabuelo de nadie. No soy corrupto, no boto basura a la calle, no soy trabajador, no me gusta la tuna, ni la aceituna.
No puedo vivir sin algunas comodidades burguesas, no soy comunista pero simpatizo, no soy de derechas porque no me conviene. No creo en el milagro económico peruano. No votaría si fuera gratis.
No me gusta despertarme temprano, no soy el que conoce algún huarique donde se come riquísimo, no podré conversar de cosas bobas sin esfuerzo, no tengo mayor interés en nada que no sea diferente.
No soy amiguero, no me gusta lo que a la mayoría, no soy pesimista, no me gusta hacer lo q tengo que hacer sino lo que quiero hacer. Con frecuencia, no estoy en el lugar o en el momento correcto, no sé que hacer cuando eso sucede. No puedo vivir sin Lía o Gael, no soy el mejor amigo de nadie. No me gusta la juerga por la juerga, tampoco el sabor de la cerveza a menos que la sed sea intensa en cuyo caso tomaría hasta pichi si estuviera helada. No me gusta mucho la televisión y me causa culpa mirarla. No he leído todo lo que quisiera, no escribo porque quiero sino porque debo. No soy nunca el que la gente espera aunque yo también, en mis mejores días, sea gente. No puedo evitar dormirme en el cine. No me gusta querer ir a dormir y no poder hacerlo. No quisiera irme pero me voy. Yo no soy ni Paul, ni Jhon, ni George, ni Ringo, ni Morrissey, ni Björk, ni José José. 

No somos nada. Sobre todo usted, dijo don Ramón

21/5/13

Yo Soy

Yo soy el papá de Gael, el esposo de Lía, el hijo de Lida y Jaime, el hermano de Jaime y Liliana, tío de Claudia, Daniela e Ivana, tío abuelo de Micaela, nieto de Silvia, Zenaida, Armando y Estaurófilo, muy sobrino, muy primo, amigo de unos cuantos, conocido de muchos, desconocido de muchos más, hincha de la U, ex-vecino de la cuadra 3 de Yungay, ex-alumno del Claretiano, del Humboldt, de San Marcos, del CEO del Hipólito Unanue, capitán y campeón con el Sucre en el 92, nunca más campeón de nada, aspirante remoto a escritor, lector frustrado pero que no se rinde, imitador de Cantinflas, cantante de ducha, apoyo sabatino, teacher del Británico, ex-estudiante de Comercio Exterior, ex-trabajador de la Rubber y de Rapagna, ex-mejor amigo de Javier, ex-enamorado de Cristina, Claudia y Violeta, alguna vez secreto pretendiente de Claudia, solitario en un departamento de Los Cipreses, alguna vez inquilino de doña Yolanda, alumno de Charly, de Prida, de Medrano, de Vale, de la señorita Vicky, de la miss Patty, simpatizante aprista por herencia, desencantado de los políticos, fanático de Morrissey, de Beatles, lector de Vela Verde, desencantado de Hildebrandt en sus 13, compañero habitual de juegos de Gael, el que compra pan cada tarde, el que baja la basura a la calle de vez en cuando, el que tuvo neumonía hace una semana, el que salía a la calle a esperar a quien fuera para hacer lo que fuera, campeón de fulbito de chapas en campeonatos que él mismo organizaba, productor de waivers, misántropo las más de las veces, amante de quien lo ama, indiferente de quien no, renegón, llorón aunque nadie lo crea, temeroso de la vida que se va, viajante matutino de buses repletos por la vía de Evitamiento, escritor de huevadas en un blog que pocos leen, el Chato, Jordy, el Cuy, Nava, el Pepe, impaciente, tímido hasta la parálisis, glotón, creativo, arrepentido de muchas cosas, orgulloso de otras más, somnoliento a estas horas en que lo mejor es echarse a dormir que no sentarse a escribir.

20/5/13

Cajón

Al comienzo, como cualquiera, no tenía. Para poder leer con la seriedad que a veces pretendía tenía que deshacerme de todas las pequeñas cosas que mamá tenía en su pequeña mesa de noche y entonces sentarme con los codos sobre el pequeño tablero que no admitía más espacio que el correspondiente a un libro y mis codos. Así fue hasta que el mismo día que obtuve mis llaves obtuve mi primer escritorio. 
Al inicio lo quise pintar de cientos de colores, tipo hippie. Pero no me alcanzó la tempera y solo hice un amague con una esquina del cajón más grande. Esa mancha quedó en casa por muchos años.
Honestamente, aunque fue mi escritorio por muchos años, nunca me terminó de gustar. No era mío, simplemente había sido una herencia y era pesado, oscuro, alto, jamás me sirvió para escribir. Me persiguió por muchos años a muchas habitaciones, vacíos.
Una noche, murió Lady Di pero más importante en aquel tiempo era que Maradona había vuelto a dar positivo. Sábado, tenía ganas de emborracharme porque como siempre las cosas nunca son como uno quiere. Terminé en un pub al otro lado de la ciudad y bebiendo vasos con asa llenos de cerveza heladísima que parecía ingresar a mi cuerpo directamente por el cráneo. Logré mi cometido. El tiempo pasó rápido y yo estaba ahora sentado en las escaleras de una iglesia intentando hacer matemáticas con la cuenta de lo bebido. El asunto terminó conmigo en la puerta de un edificio donde vivía y rompiendo la llave en la puerta principal a las 3 de la mañana. O algo así.
Logré llegar hasta mi cama con la ayuda de la misma mamá a quien le robaba la mesa de noche para poder leer tres párrafos atrás. Dormir que todo pasará. Si las cosas fueran siempre tan fáciles.
La siguiente imagen de la noche se inició con mi nombre gritado en medio de la noche seguido de una luz que todo lo iluminó. No podía tenerme en pie, caía repetidamente y mi hermano, el de la voz que inició esta escena intentando sostenerme entre el caos de cientos de personas ingresando en ese cuarto de 3 x 3 para ayudar, reprochar, renegar, lo que fuera. Y así hasta el día siguiente.
El domingo se confirmaba que Lady Di había muerto y un cajón de ese escritorio que alguna vez heredara, yacía en la ventana de ese departamento, aun con restos de humedad, sacrificado por la embriaguez, miccionado en medio de un sábado cualquiera, esperando las disculpas del caso que nunca llegaron pues el protagonista de esta historia huyó del lugar hasta que la noche lo pudo ocultar de las miradas que él sentía reprobatorias pero que no eran más que cómplices. Al llegar al hogar nuevamente, después de andar la ciudad sin rumbo, dormir en cualquier parque a media tarde y pensar en cómo hacer para que se lo trague la tierra, solo encontró al hombre de la casa, sentado a la mesa vacía, con el periódico en la mano, preferiblemente ignorante de lo sucedido y que apenas respondió su saludo vergonzante pues estaba concentrado en leer lo que le iba a pasar a Maradona luego de los últimos sucesos.

19/5/13

And I love her

Hoy se la canto a él y él sabe tanto que la reconoció la primera vez que la escuchó en la versión original y no la cantada por su viejo para hacer que se duerma. 
Esta, sin embargo, es la que tocaba un señor cojo que no faltaba a ninguna de las clases que yo con tanta ansiedad me saltaba. El grupo Yawar ofrecía clases de guitarra en la primera casa de la avenida Brasil, tanto así que esquina con la plaza Bolognesi y la escalera era tan auténtica y de la belle epoque en que fue construida esa casona que los bordes estaban gastados y los maderos hundidos asi que cuidado al subir, no se vaya a golpear tu instrumento. Aunque claro, no era necesario en realidad llevar tus propias cuerdas, ellos te las alquilaban y entonces ya estabas instalado en una de las habitaciones de techo altísimo, diseño republicano siglo XX, república aristocrática me imagino, de cuando la estatua de Bolognesi era la antigua, la que supuestamente lo mostraba derrotado en el momento de su muerte y tuvo que ser cambiada por la actual, en la que se le muestra triunfador aun cuando todos sabemos que en realidad sí perdió.
Allí eran todos señores y la guitarra casi más grande que uno pues apenas, con once años cumplidos y una fe alucinante, uno crea su banda con otros tres muchachos de esos mismos años maravillosos y la coincidencia de genios es tal que ninguno necesita saber tocar un solo instrumento aparte de la maricona flauta dulce que la Frau Llanos nos ha enseñado a maltocar. Un tambor ridículo por todo instrumento y entonces el abuelo de aquel del primer párrafo se apiada y envía al creador de ese proyecto destinado a fracasar, primero de muchos, a sentarse cada viernes por la mañana en un banquito inestable para que pueda entender los rudimentos de una guitarra que es ajena para usarlos en esa otra guitarra que sobrevive en casa. Aprender a tocar guitarra, ahí te voy.
Pero igual, las clases son frustrantes para los dedos minúsculos de un ser pequeño aun para sus contemporáneos. Es ya la segunda clase y así no es la música que me gusta. El señor narizón está frente a nosotros pero no hay que prestar atención a lo que dice. Mejor soñar. Ser un beatle y escapar de cientos de fanáticas que nos persiguen. Ese es un buen plan. No volver la próxima clase. Tercera clase, buscar rellenar esas dos horas con lo que sea. Descubrir la casa de ese amigo que vive junto al cuy, volver a casa caminando para que el tiempo no se demore tanto y así llegar a casa inocente, coger la guitarra e inventarse lo que se pueda. Clases de guitarra con el grupo Yawar. Mejor tirarse la pera y dar decenas de vueltas a la plaza Bolognesi, mirar el monumento desde todos lados, el héroe con la mano estirada al cielo, glorioso quemando el último cartucho de una banda que dejó de existir porque sus integrantes prefirieron ser amigos.
Pero allí estaba ese señor sentado en un banquito, afanoso estudiante de guitarra tocando la misma canción una y otra vez, introduciendo una lírica que no se animaba a ejecutar. 23 años después un niño se sobresalta de alegría al oír esas primeras notas. Es el hijo de su compañero de clase, el que vino dos clases y no volvió más.

18/5/13

Latas

Ella muere por las latas de galletas. Vacías. Es un fetichismo de esos inconmprensibles para quienes no la conocen. Las va acumulando una sobre otra de mala manera y caen sobre uno al abrir despensas, armarios, roperos.
Las hay redondas, cilíndricas, cuadradas, rectangulares, navideñas, de cumpleaños, todas con diseños ridículos y sobrecargados, anticuados. Sus sonidos de lata son sin embargo, el precio a pagar por tan particular colección. Una caída en el piso de loseta o mayólica que ella también frecuenta y que es otra de sus debilidades, aunque menor, genera en ella reacciones nerviosas que llevan a preguntas absurdas y gritos destemplados con búsquedas de explicación inútil. Algunas han sido casa de galletas de soda, otras de galletas de mantequilla, las más de galletas dulces con distintos motivos. 
Es entonces cuando una de ellas empieza a acumular papeles. Pueden ser recetas apuntadas a mano de algún programa televisivo o de las recortadas del periódico. También hay recortes de periódico de ayer con interesante información miscelánea. Manuales de cualquier juguete electrónico que ya superó nuestras ganas de mantenernos al día con la tecnología, botones, piezas de manualidades, etiquetas de abarrotes. Se van colocando en un cierto orden indescifrable para el no iniciado. El forastero puede también intentar fisgonear en estos envases en desuso utilizados de manera tan particular pero hay que advertirle que caerá presa del temor a deshacer el aparente orden de ese cúmulo de data milenaria. Entonces, buscará con cuidado de no mover, de no dejar sobre estos objetos el menor vestigio de presencia ajena que pueda delatarlo para el futuro y para siempre.
Ese orden, es necesario decirlo, existe. No es simplemente una sensación, está allí. En su cabeza. Estos contenedores coleccionados por décadas llevan en sí la información de toda una vida de acumular. Son el disco duro de esa vida que ha quedado corta para ser capaz de ejecutar todas esas intenciones que se contienen en esas paredes de brillo opaco, hojalata interminable, reciclada.

17/5/13

Sombra

Debe haber sido alrededor del mediodía. El verano ya había terminado pero en Lima, los veranos nunca terminan cuando se terminan sino mucho después. El asunto es que había todavía mucho sol y caminar como lo venía haciendo desde hace más de una hora no parecía buena idea a nadie más que a él. Así había sido siempre, pensar contra la corriente pero al final dejarse llevar por ella con facilidad.
Ahora sin embargo, no había corrientes, era solamente él, con una mochila, con mucha sed, andando, pensando, hablando a nadie que los demás pudieran ver, con la espalda empapada de sudor rumbo a una película que ya se ha perdido en el olvido, los audífonos al tope. Las calles solitarias se sucedían, los parques, los perros, las gentes y él allí como lo que siempre ha sido, un absurdo testigo de la minucia, de aquello que a nadie interesa y donde se puede solazar mirando la belleza invisible de la cotidianeidad. ¿Por qué decidió andar como lo estaba haciendo? Nadie tiene esa respuesta, como siempre, no había sido más que una pulsión, una parte de él que decidía sin motivación conocida pero con el presentimiento y la seguridad de no defraudar(se).
Hacía rato que el cansancio se manifestaba en las plantas de los pies que se cocinaban a cada pisada. No eran las zapatillas adecuadas para parecer que se anda sin rumbo. El destino, sin embargo, ya estaba bastante cerca.
Para su sorpresa, se encontró en aquel instante con todas las variables en ese lugar.
El momento del descanso se acercaba en una pacífica ansiedad. Llegaba el momento de refrescarse con el agua de una botella de plástico y frente a él se sucedía un río interminable de cientos de automóviles con prisa por llegar a donde fuera. Él allí, a solo veinte metros de distancia, pero en realidad tan lejos, tan ausente de ese ruido, de ese día de trabajo que tantos vivían frente a él. Caminando a solas sin nadie alrededor se puso a cantar. A los gritos. Se limpió el rostro con la parte delantera de su polo y al volver a ser visible, en el tal rostro se le había dibujado una sonrisa. Incontrolable.
Segundos después encontró una sombra. Un paradero solitario desde el cual partían buses hacia el cementerio dos veces al día. Allí se sentó con los audífonos a medio volumen y siguió cantando.
Recién entonces reparó en lo que sentía. No era algo nuevo sino algo que volvía. Que recuperaba. No recordaba cuando había sido la última vez que esa plenitud se había manifestado en él. Allí estaba y estaba feliz. Completo. Libre. Solo se necesita una sombra y ya no se necesita nada más. Tan sencillo.

16/5/13

Bruja

Dícese de la mujer que busca por medios que escapan a la vista, salirse con la suya. Hermelinda, Maruja, la de los cuentos, la del 71. Cacle, cacle.
En las noches de tiempos inmemoriales se podía escuchar con claridad las risas lejanas de las brujas viajando por los cielos en escobas luminosas. Pronto se aprendió que esas cosas en realidad no existían y que habían que reprimirlas porque ya se sabe que las brujas solo habitan la fantasía. En aquella etapa de definiciones, tanta vida atrás, se determinó que esas risas no habían existido jamás y que todo era producto de una imaginación tan inquieta que sigue buscando que aparezcan a la vuelta de las esquinas estas criaturas de rostro viejo y arrugado, verruga y nariz prominente, los dientes desiguales y amarillos que se burlan repetidamente de nuestros temores.
Se les quemaba, pero allí seguían. La última representante de esta raza no se oculta tres metros bajo mis pies. Abiertamente y en voz alta. Compartimos tragaluz y ya ha sido sorprendida por más de una vez conversando con el futuro en la forma de un cigarro que se consume. Afirma, describe, detalla lo que se acerca para esa persona que sostiene el pequeño vicio entre sus dedos. Vieja, de cortos cabellos, ha determinado que en poco tiempo una mujer de rostro grande y alargado ejercerá su presencia para hacer el bien pero que ningún cuidado está demás. Cuídate de esa mujer, dice, (que puede ser una bruja, agrego).

15/5/13

Dora, Catalina, Janet y otras chicas del montón.

Renuncié a aquello, tenía algunos ahorros, el cobijo de unos padres y las ganas de finalmente decidirme a ser escritor. No quería volver a pisar una oficina nunca más. De eso se trataba, en realidad. Pensaba entonces que aprender francés me iba a hacer más intelectual o simplemente, intelectual.
Así que a eso fui. Pregunté, acepté, pagué y caí veinte minutos tarde en las viejas instalaciones de la Alianza Francesa para mi primera clase de ese idioma que consideraba una antesala a París y a la literatura.
Sus primeras palabras fueron: 'Comme tu t'appeles?' o algo así. Luego puso la mano derecha sobre una de sus tetas y dijo una oración que terminó en ... Dora. Et toi? Javier, respondí y entonces todo empezó a fluir. Para sorpresa de todos, incluso mía, el idioma era bastante fácil y Dora, esta mujer alta cuyo cuerpo Martin describiría como 'cuerpo estúpido' fue una estupenda profesora que hizo cada clase más divertida que otra y que me felicitó más de una vez por mi habilidad para aprender. Al final de aquel mes hicimos una apuesta que nunca me pagó.
No fue al primer día pero a los pocos apareció Janet. Fea pero joven y con una notoria disposición para hacer amigos. Era algo tonta habría que decir en honor a la verdad pero al menos se podía conversar y huevear sin mayor pretensión que pasar un buen rato. En algún momento me dejé caer pero no me recogió y entonces mejor conversar nomás y ser amigos.
Catalina era colombiana y llegó más tarde que todos. Fue como al quinto día y llegó, enana, guapísima, con un jean que dejaba ver su hilo dental y que no hacía más que distraer la atención de esa Nora, Dora o cual fuera su nombre que trataba de explicarnos los secretos de su idioma. Con ella completamos y nos hicimos amigos los tres y andábamos juntos para arriba y para abajo en cada tiempo libre que tuviéramos en las cinco horas que permanecíamos a diario en aquel local de estudios.
Un día llovía y le propuse a Janet ir a cobijarnos, no aceptó. Esa fue la vez que me dejé caer. 
Catalina decidió un día que estaba muy cansada y estando yo sentado, se sentó a mi lado y recostó su cabeza sobre mi muslo. A punto estuve de escupir sobre su suave cabello castaño natural.
Todo se terminó cuando al mes siguiente cada uno tomó otro rumbo y hubo otro profesora y fuimos a otros salones y nos cruzamos por ahi en algún momento sin mucho que decir, solo esperando encontrar otros como nosotros que quisieran simplemente pasar el rato juntos sin mucho que hacer y con ganas de tirar tiempo por la borda esperando tiempos mejores o mejores compañeros, lo que sea que fuera primero.

14/5/13

Rutina

Muchas cosas he adoptado en mi afán de hacer creer a los demás que soy una persona normal.
Una de ellas fue divulgar mi supuesta aversión por la rutina. Ya se sabe, uno es joven, quiere ser romántico y soñador aunque en realidad no lo sea pero se disculpa pues lo más probable es que realmente ni siquiera él lo sepa. En fin, disculpas aparte y explicaciones o excusas que salen sobrando, amo la rutina.
Porque la rutina no es más que el marco de nuestras locuras. Porque no se puede hablar de algo inesperado si vivimos toda una vida de cosas impredecibles. ¿Qué gracia puede tener la locura de alguien que se la pasa haciéndolas? Vivir con parámetros es uno de los placeres más subestimados. Saber que a tal momento sucederá aquello que sin importar cuanto lo quieras o lo detestes, conoces, es un festival de respuestas repasadas una y mil veces, un examen que puedes hacer con los ojos cerrados y al cual tus entrañas con la sabiduría de millones de años de evolución responderán afirmando y agradeciendo en tranquilidad y ocio repetido.
Y claro, todos la odian pero es cuestión nada más de sentarse un minuto a caminar y pensar en todas esas cosas que hacemos repetida y religiosamente cada día a la misma hora y por el mismo canal. Literalmente en algunas ocasiones. Le confiamos a la vilipendiada rutina nuestras actividades más esenciales y aquellas que finalmente nos otorgan más placer. Dormir, comer y mejor paro de contar pues hay temas biológicos que es mejor dejar en intención rebelde.
Si se tiene entonces una rutina miserable hay que apuntar con mayor acierto y ubicar al enemigo en su justo lugar. No hay que odiarla por rutina sino más bien por miserable. La felicidad entonces no es pasajera, es eso que amamos que nos suceda cada día. Ya es hora de dormir.

13/5/13

Sobre viajar en un bus repleto

Todos hemos viajado alguna vez en un bus de esos que sabemos que dos o tres paradas más adelante se llenarán de pasajeros de todo tipo que harán lo imposible por instalarse con algún atisbo de comodidad en ese viaje sin retorno que es ir a trabajar.
Lo primero y primordial por hacer es nunca, nunca jamás separarse mas de dos metros de la puerta por la cual se piensa bajar si es que no hará un trayecto demasiado largo. Si se sabe que al momento de bajar la unidad de transporte público estará tan llena que ni siquiera podrás rotar sobre tu eje entonces no se ha de avanzar al medio sin importar lo que diga cualquiera y mucho menos ese señor que se dedica a cobrar pasaje. Para hacer esto, lo primero que se debe hacer es encontrar un lugar que tenga tres características primordiales: algún pasamano del cual coger, que no interrumpa el paso de quienes sí quieren avanzar (colabora, pe) y como ya se dijo antes de fácil acceso a la puerta de salida en caso de incendio.
Ojo con los choros. Mantén tus objetos más preciados a la vista, puede ser en el bolsillo de la camisa o en algún lugar donde hagan presión como el cinturón de tus pantalones de tal manera que de ser removidos podrás inmediatamente sentirlo y actuar en consecuencia.
Si viajas en alguno de los buses que van por Evitamiento rumbo al sur entre 6 y 7 de la mañana debes sobre todo tener cuidado con un par de carteristas que gustan de trabajar en buses en los cuales ya hay gente que va colgada del estribo. Uno de ellos lleva traje formal y un maletín negro donde supuestamente lleva papeles a su lugar de trabajo. El otro es un joven de color sospechoso, de cabellos cortos largos por el descuido y vestir informal. Si no han logrado nada satisfactorio hasta el paradero llamado de Santa Rosa, se bajan sigilosamente y sin pagar pasaje como si no se conocieran. Luego subirán a otro bus y así sucesivamente hasta conseguir algo ajeno que les permita sobrevivir.
Al momento de bajar es importante aprovechar la viada del paradero inmediato anterior al que uno piensa bajarse. Es decir que el último en bajar en un paradero podría ser el primero del siguiente paradero y ese es el objetivo. Cuando los cuerpos se acomoden para bajar en ese paradero que ya se sabe es el anterior al nuestro, uno debe colocarse al último de esa fila y avanzar con ellos como si fuera realmente a bajar. Entonces, al llegar a la puerta detenerse ante ella y esperar que esta cierre. Así, el paradero siguiente, que es el que corresponde, encontrará al usuario en la primera línea, listo para desembarcar sin necesidad de hacer algún esfuerzo mayúsculo como seguramente le sucederá a aquellos que no planifican con anticipación.
Pero sobre todo y este es quizás el consejo más importante de todos; siempre tenga a mano algo para leer porque si no le será mucho más difícil usar su imaginación para escapar de esa situación tan deleznable en la que se encuentra cuando viaja en un bus repleto de pasajeros. Imagine mucho mientras viaja, mire a su alrededor y piense que este es un tren lleno de judíos rumbo a un campo de concentración y que usted es uno de los que conspiran para lograr que todos escapen, piense que esos paisajes que ve a través de la ventana pertenecen a una civilización a la que está llegando a visitar en el planeta Marte. En fin, lo que sea pero escape de esa realidad y disfrute de su viaje porque ya se sabe que si del cielo caen limones hay que aprender a hacer limonada.

12/5/13

Fragmento de una ficticia carta de odio.

... Me das asco. Siempre me lo has dado y hoy más que nunca porque ahora sé con mayor certeza la clase de persona que eres. Como diría el Chapulín Colorado, 'lo sospeché desde un principio'. Eres tan poca cosa que en momentos de crisis se te ve como una cucaracha moribunda. Agitas las patas a la nada y solo provocas risa, tus zarpazos no alcanzan a nadie y ni siquiera dan ganas de terminar de destruirte. Me gustaría pensar o desear que algún día pagues todo lo que has hecho pero eso sería parecerse un segundo o una partícula a ti y no se está para esas cosas. Eso mejor que quede para ti, para lo minúsculo que sabes que eres y que te lleva a hacer lo que has hecho. Nadie te quiere, a lo mucho se te tolera. Realmente, eres uno de esos seres humanos absolutamente prescindibles y cuya ausencia mejoraría sustancialmente la belleza de este mundo. Belleza que para tu desgracia no tienes la capacidad de apreciar y esa es tu condena, vivir en lo reducido de tu aldea pensando que a alguien le interesa de lo que te alimentas. Y no te doy otra nomás porque ya se acabó mi tiempo...

11/5/13

La Playa

Cuando llegaba la mañana y era día de playa siempre amanecía nublado. Poco antes de las ocho, los más puntuales asomaban a sus puertas o ventas si es que disponían de ellas y esperaban con un ansia mal disimulada que fueran apareciendo aquellos que no contaban ni con puertas ni con ventanas. Bastaba que uno viera a otro y entonces en pocos minutos caían a la pista del barrio todos los convocados para partir a La Herradura que era la playa favorita de Pavel.
Pavel era el mayor de todos y por lejos. Entre él y el segundo lugar habían unos buenos seis años que representaban en ese microcosmos de la cuadra 3 al menos un par de generaciones y de vicios mas. Era él quien aparecía entre los últimos y entonces se confirmaba la salida pues convencía en pocas palabras a todos de que aquella neblina inoportuna desaparecería en menos de una hora. Si él lo decía, entonces debía ser cierto.
Y así, sin más, entre seis y siete pequeñas voluntades caminaban más de cinco cuadras hasta la parada de bus más cercana para subirse a un bus morado popularmente conocido como "El Cementerio" y llegar hasta uno de los barrios más tradicionales de la república. Un barrio que fue arrasado en una humillante derrota frente a un país vecino. En fin.
El asunto es que al llegar hasta allí, todavía quedaba mucho por caminar. Eran como diez cuadras más frente al mar, bordeando el acantilado pasando por el club más racista de su ciudad y por supuesto mirándolo de lejos nada más y luego ese restaurant desde el cual cada día un hombre disfrazado de fraile se ganaba la vida aventándose al mar desde unos cincuenta metros.
La Herradura entonces era una playa bastante amigable. Tenía arena natural, no regalada por una transnacional mafiosa, no recibía demasiada gente al mismo tiempo, se podía estar tranquilo.
Al caer la tarde, cuando nadie quería volver a la cuadra 3, llegaban pescadores que si obtenían algún pescado pequeño se lo regalaban a algunos de aquellos que ese día despertó temprano para pasar el día entre amigos, quemándose bajo el sol radiante y escondiendo su nula habilidad para enfrentarse al mar.

10/5/13

Actuar

Cada vez que se acercaba una actuación la señorita preguntaba quiénes querían participar y entonces algunos, los mismos de siempre levantaban la mano y ella escogía a quienes prefería. Esta vez se trataba de la batalla de Tarapacá y cinco fueron los elegidos para interpretar a cuatro entusiastas alumnos y un profesor de historia que representarían una lección sobre la referida batalla. 
A Gabriel nunca le gustó ser parte de estos eventos. Los consideraba tontos y absurdos. Una pérdida de tiempo. Durante toda una semana, se perdían horas de clase para preparar a estos muchachos que iban a sacar la cara por nuestro salón pero cuya actuación en realidad a nadie le interesaba. Orgullosos, se colocaron frente a los otros 40 y empezaron los ensayos. Solo había que memorizar un texto que ensalzaba el triunfo peruano en esa batalla frente a los invasores chilenos y luego por turnos y fingiendo excitación recitarlo de paporreta sin un atisbo de comprensión en lo que decían.
Lo hicieron tantas veces que Gabriel se aprendió, simplemente con escucharlo repetidamente, el texto de Calderón. Se lo contó a Lorca y este no le creyó, así que tuvo que probárselo recitándole de paporreta el papel mencionado.
Nadie podía predecir en ese momento que el día que había que actuar frente a todo el colegio, Calderón no aparecería.
La señorita dejó su estado natural de calma para entrar en una semi-crisis nerviosa en la que despotricó de haber nacido en este país donde un niño era tan irresponsable como para faltar el día que le tocaba actuar. Vega levantó la mano, la interrumpió y le informó que Gabriel se sabía de memoria la parte de Calderón. La señorita dejó su crisis de lado y felicitó a Gabriel por ser tan inteligente.
Ese día Gabriel tomó el lugar de Calderón en la actuación pero lo más curioso de todo fue que por ser un día cualquiera de los 80s en el distrito de Magdalena donde quedaba el colegio, había corte de luz y por tanto no hubo micrófono. Gabriel podría haber hablado sobre lo absurdo de las actuaciones escolares que igual nadie se hubiera enterado.

9/5/13

Perro

Hoy ha muerto un perro. Uno como cualquier otro, fiel, juguetón, compañero. Fue un buen perro, hay que decirlo.
Llevaba muchos años viviendo en la azotea de la casa a la cual llegó hace trece años para aplacar el miedo de sus dueños a un eventual robo. No era justo, pero era. Su cuidador era un hombre de esos que optan por la soledad para evitarse más decepciones con la gente de a pie. Lo bañaba, lo vestía, lo alimentaba, se acompañaban cada mañana.
Antes no era así. Hubo un tiempo en que el perro vivía con todos, allí abajo donde al menos se intentaba la felicidad y por segundos se la podía conseguir. Tenía una cama, un lugar favorito y una familia. La gente iba y venía de esa casa pero él siempre allí, recibiendo amable a cada nuevo transeúnte, despidiendo con tristeza a quienes se iban, recibiendo alegre los regresos que para él siempre eran inesperados. Era callado y cabizbajo, quizás como la familia que le había tocado.
Se le ha querido mucho a ese perro. Fue muy triste enterarse que la muerte se había convertido ya para él en una opción mejor que vivir. Su cuidador tuvo el valor de acompañarlo en su último paseo fuera de casa. Fue el último en hablar con él, se despidió en susurros, casi hablándole al oído, cogiéndole apenas el hocico mientras el perro lo miraba con la pena de un viejo camarada que no quisiera dejar de estar a su lado. Seguro que así era.
Se le pudo enterrar y se pretenden plantar rosas blancas sobre él. 
Hoy ha muerto un amigo al que se le va a extrañar mucho.

8/5/13

Llorar

Me da vergüenza contarte que a veces, a mis tantos años, me siento donde pueda hacerlo en ese momento y lloro porque pienso que en algún momento este momento, sublime largo momento que vivo a tu lado cambiará y a su manera terminará. Y quiero dejar de llorar pero no puedo y así debo dejar que se deshagan los nudos que se me forman en la garganta para esperar con paciencia que ese temor a lo inevitable desaparezca. 
Tú me has enseñado a querer la vida. Me has hecho querer vivir para poder vivir contigo. Me has hecho temer a la muerte.
Cuando ya duermes y pienso en el día que hemos tenido, quisiera volver a vivirlo. Quisiera que siempre me mires con esos ojos y me digas alguna de esas cosas asombrosas que siempre se te ocurren para hacerme reír. Quisiera que siempre me preguntes si estoy feliz como lo haces indefectiblemente todos los días. Y yo quisiera preguntártelo también cada día sabiendo la respuesta que me darás.
Sé que no soy tu favorito pero no me sorprende tanto que no me importe. Me basta con sentir que te desvaneces hacia el sueño cada tarde en mis brazos y te oigo respirar con la nariz llena de mocos y recién dormido te acomodas como puedes en esos brazos que has llenado de vida y que son tuyos para lo que buenamente se te ofrezca.
Te quiero enseñar tanto y no sé por dónde empezar. Olvido que el tiempo te sobra pero como dice ese tal John Lennon que te presenté hace unas semanas, apenas puedo esperar para ver como te has hecho grande. Sé que entonces también lloraré pero bah! a quién le importa.

7/5/13

(Des)Igual

A su corta edad, el hospital del Niño ya era un lugar familiar. Llegaba hasta allí y siempre se trataba de esperar, mirando y descubriendo ese entorno de una decoración inspirada en cuartos de baño con mayólicas de un verde deprimente. Frente a él, cuerpos de mujeres sentados en bancas incómodas que era todo lo que uno podía conseguir para descansar de tanta espera sin final.
No se le permitía utilizar sus manos para tocar. Se le había dicho con anticipación y mucha constancia que aquel era un lugar peligroso. De allí podría salir infectado de cualquier cosa que se arrastrara por esos pasillos que olían y repetían galletas de vainilla que manitos torpes entregaban a bocas aún más torpes para ser lamidas y morir en esos labios que las deshacían en polvillos que acababan tantas  manos amorosas que buscaban poner orden en ese caos que es cada niño de menos de cinco.
Se preguntaba de vez en cuando si era así como se veía, si los interiores de su piel habían trascendido y estaban allí a vista de todos, bajo esa nariz que se podía apenas adivinar bajo los ojos y sobre esa boca que a lengüetazos iba distinguiendo y descubriéndose en este mundo tan nuevo y ya tan parecido a un hospital del estado. Usaba los dedos también de vez en cuando y se reconocía. La conciencia de ser diferente y la ignorancia de no saberse cuan diferente. 
Es silencio porque así se le ha dicho en los brazos de esa mujer a la que él no lo sabe aún pero le costará décadas descubrir cuánto lo ama y cuan equivocada está por ello. La mira y ella está mirando a los otros, tal cual lo hacía él hace unos segundos. Sabe que cuando aquellos ya no estén, ella le comentará lo que vio con horror o alegría pero siempre con sorpresa. Y él hará preguntas pero por más que haga le será imposible encontrar la respuesta que en realidad busca en cada visita a este lugar. 

6/5/13

Ronald Baroni

Ronald Baroni debutó en la U en un partido en el que yo estuve presente. Era un peruano que había vivido desde siempre en Argentina y llegó en el 92 para competir con el chileno Letelier por el título de goleador del equipo. Se campeonó ese año y él tuvo mucho que ver.
Sin embargo sería en el verano del año siguiente, 93 que Baroni se metería en el corazón de la hinchada crema. La Copa Libertadores puso a los peruanos frente a los débiles venezolanos y las sendas goleadas que se produjeron alimentaron la ilusión del hincha de tener un equipo poderoso con el que pelear en etapas posteriores.
En aquella primera etapa de esa Copa Libertadores, Baroni fue la estrella del equipo aun por encima de las nuevas grandes contrataciones como Nunes o Asteggiano. En algún momento se ubicó como goleador de la Copa y su sola visión representaba el cúmulo de la garra crema que a tantos nos había seducido del equipo de Odriozola. Vendado en una mano seguía jugando, cabello largo, vincha todos  elementos con los que nos considerábamos plenamente representados, nada lo detenía, de la cancha había que sacarlo muerto. Fue entonces que en uno de los partidos con Cristal se rompió la cabeza. Salió de la cancha, se vendó, reingresó y minutos más tarde marcó un gol de cabeza. Fue la locura, Baroni era el ídolo, besaba la camiseta cada vez que podía y declaraba con frecuencia que jamás se iría de la U.
Era el jugador más temido de la U. Por eso jugó en Guayaquil la tarde en que nos golearon y fuimos eliminados y la ilusión que habíamos creado se fue al tacho. Baroni no jugó todo el partido. Vendado en la mano, en la cabeza, en las piernas tuvo que finalmente salir lesionado sin poder continuar. Muchos comentamos que de no haber sido así, otra habría sido la historia.
A partir de esa eliminación la U cayó en un hueco profundo y Baroni ya no estaba en el equipo.
Un día volvió, nuevamente frente a Cristal. Se le contrató para ese partido. Metió los dos goles del triunfo y su leyenda creció como la espuma. La U volvió a campeonar en gran parte gracias a sus goles claves. Gol en el clásico en Matute y triunfo de la U y varias fechas más tarde la U bicampeón. Se podría decir que la U revivió gracias a él y Baroni era el engreído de todos. Se venía una nueva Copa Libertadores, esta vez frente a ecuatorianos.
Ese verano del 94 pasó algo muy triste, sin embargo. Baroni nos traicionó a todos. El alcalde Belmont decidió invertir mucho dinero en el Deportivo Municipal. Imagino que le hizo una oferta que no pudo rechazar y Baroni posó para las cámaras con su nueva camiseta. Nadie en el barrio lo podía creer.
Tantos años más tarde puedo decir que aquello hizo que el fútbol perdiera algo de su magia. Empezó a apestar un poco la verdad. De pronto se volvió un negocio como cualquier otro y ser hincha de la U fue tan absurdo como ser hincha de D'onofrio o Inka Kola, es decir que ese hermoso deporte se volvió un negocio como cualquier otro en el que la camiseta no es más que una marca, sin mayor significado ni representatividad. Desde entonces, fue evidente entonces para este humilde aficionado que para campeonar había que ser bueno en los negocios y que lo demás, todo lo demás era negociable. 

5/5/13

Un domingo del 92

Hasta antes de aquella vez que volví al estadio de la mano de mi viejo, yo era un hincha de la U pero realmente no un seguidor. Me conformaba con oír eventualmente las noticias por radio o detenerme el lunes en cualquier kiosko a leer el resultado del último partido. Y eso era todo y entonces, era hincha de la U si alguien me lo preguntaba.
Hasta que un domingo del 92, para un partido con el Cienciano, fuimos al estadio Nacional y para más señales a Norte. Sabía que había una barra Norte y con mi viejo allí, en el lugar que ella se ubicaba, nos sentamos para ver los preliminares. Nunca se lo he preguntado pero dudo mucho que él supiera que allí era el lugar de la tal barra. Recuerdo que jugó Defensor, porque nos llamó la atención ese pericotero pegado a una nariz que era Julinho recién llegado del Brasil. Recuerdo también que jugó el Boys por las burlas a un 6-0 que acababa de recibir por Copa Libertadores. Muchas más cosas que eso no han quedado registradas.
En algún momento, sin embargo, entró la barra a la tribuna. Era la tarde, aun no la noche. Entró de golpe y se ubicó a los empujones en el centro de la tribuna, donde estábamos nosotros. Nos tuvimos que poner de pie y fuimos rodeados por cientos de jóvenes, mayores que yo, mucho menores que mi viejo y entonces ya nunca más pudimos sentarnos. Y empezaron los cantos.
Se cantaron canciones que yo ya no conocía. Las que me sabía eran de otra tribuna y de otra década. Saltaron, gritaron, cantaron para que saltemos (cosa que no hicimos) y así se fue dando todo hasta que llegó la hora. Salió la U y estallaron decenas de bombardas, cayó muchísimo papel, aquel día debutaban las nuevas contrataciones: Baroni, Letelier, el arquero Massi. La U ganó 4-0 con todos los goles en el primer tiempo. Nosotros no nos movimos de nuestro lugar hasta el final de esa larga tarde-noche y luego nos fuimos para la casa a seguir con nuestras vidas que hasta el día de hoy no se terminan.

4/5/13

Cerca

Estás hablando con esa persona y aunque logra mantener el hilo de lo que le vas diciendo, tiene un celular en sus manos y se comunica con alguien más, lejano. Se ríe, gesticula, contesta en mas de dos palabras todo con la mirada en el susodicho adminículo mientras tu voz se pierde en un segundo plano. Es evidente que aquel frente a ti preferiría estar con ese otro distante interlocutor que contigo. Es probable que sean varios los interlocutores en otros lados del mundo y entonces ya no ocupas el segundo lugar de sus preferencias sino uno mucho más rezagado, sexto, octavo, último plano.
Entonces, como en la canción de Virus, la distancia ha perdido su espesor. Tu presencia vale cero. Igual te daría estar presente sin estarlo en esa cercanía de un espacio virtual que ocupamos aun a nuestro pesar. El Aleph, todo en un solo lugar, la foto del recuerdo, el periódico de ayer, la película de tu vida, las cartas a una madre, el genio en la botella y los cuarenta ladrones de un Alí Babá que ni siquiera es de papel.
- Aquí estoy y quiero hablar contigo. 
- Ok, espérate un toque.

3/5/13

Resentimiento

Y un día piensas que esa persona se equivocó y cedes al resentimiento. No sé en realidad si la palabra realmente existe pero es un sinónimo de rencor aunque para fines de cacofonía, es mejor decir, escuchar, proclamar en silencio que uno está "resentido".
Y entonces quieres creer que lo que tú sientes puede llegar a afectar a aquella otra persona aun cuando el tiempo ya se encargó de repetirte que esa otra persona vive su vida sin pensar en ti. De vez en cuando te recuerda y algún rastro de tristeza cruza los huesos de su costal pero es pasajero porque la vida sigue y nadie te puede llorar ininterrumpidamente. Tú mismo buscas una salida digna porque al fin y al cabo lo que sentiste en un inicio ya pasó, amainó, es apenas un esbozo de lo que fue. Pero diste tu palabra al viento de que odiarías por siempre y ahora como te deshaces de tal promesa?
Cuesta mucho comprobar la inutilidad del resentimiento. Es mejor buscar la venganza que simplemente esperar que una actitud pasiva pueda hacer estragos en aquel que una vez te hizo llorar. Si alguien te hizo mal, véngate o perdona pero no caigas en el ridículo y absurdo de beber ese veneno esperando que mate a aquel otro.

2/5/13

Los Diez Mandamientos

En aquellos tiempos, era común que mamá preguntara si había algún examen e inmediatamente cogiera el cuaderno para aportar su granito de arena a la preparación para cualquier evaluación que asomara. Tenía un método bastante avanzado para la época y este consistía en leer una y otra vez todo lo escrito en aquel cuaderno cuidando de dejar unos segundos para que la palabra final de cada oración fuera completada por aquel que finalmente era quien daría la prueba al día siguiente. Y así era siempre.
Un día, había que aprenderse los diez mandamientos. Entonces la estrategia cambió. Se optó por la paporreta más hardcore existente y una hora más tarde, tras cientos de repeticiones, molestias, alivios, suspiros y demás expresiones de buen y mal humor, el pupilo estuvo listo y entrenado para recitar, escribir o lo que fuera necesario hacer con esas diez oraciones que se había visto obligado a guardar en la memoria.
El día siguiente, sin embargo, transcurrió como cualquier día. Las clases eran lo mismo de siempre, aburridas pero habiendo 45 pequeñas personas en un espacio tan reducido como era el salón de clase, nunca faltaba algo que hacer o alguna manera de divertirse. Quizás fue antes o quizás después del recreo, no se recuerda, el asunto es que llego el momento del examen. Pregunta única, Escriba Usted los Diez Mandamientos.
Fácil. Cogió el lápiz confiado de un triunfo arrollador, relámpago, que no admitía dudas, nunca mejor preparado. Terminó en tres minutos.
La profesora pidió que por favor quienes terminaran voltearan sus hojas y esperaran, ella recogería uno por uno todos los exámenes. Esperar y comprobar un par de minutos más tarde que había sido más veloz que su compañero de carpeta, mirarlo condescendiente y sonreirle en señal de triunfo y siendo un buen ganador.
Los demás demoraban y ya se sabe, todo esto era muy aburrido. Él se sabía un juego para matar el rato. Había que juntar las manos y luego teniéndolas enlazadas hacer un movimiento sin separarlas que dejaría el campo libre para un juego tan difícil como divertido. Explicarlo fue tan complicado que igualmente el compañero de carpeta no comprendió Entonces él tuvo que repetir la explicación y mostrar con sus propios manos lo que había que hacer. Lo hizo, el otro comprendió, también lo hizo. Ya ves que es fácil, le dijo. 
Y fue en ese instante que la señorita levantó la cabeza y lo vio mover los labios, dirigirse a alguien, en fin, hablar durante un examen. Pidiole entonces a ambos que se acercaran con los exámenes. Los cogió y sin mediar palabra los partió por la mitad. El examen no vale, dijo.
Los dos compañeros volvieron a sus lugares. El nuestro se aguantaba las ganas de reventar en llanto. Siempre fue un llorón. Recordó la última noche, la hora estudiando con mamá, la satisfacción de cada mandamiento a su disposición, a merced de su memoria prodigiosa, Maldijo y al llegar a su lugar, se sentó, puso ambas palmas de las manos sobre su carpeta y sobre ellas descansó su cabeza. No quiso preguntarse por qué había sucedido todo esto pues sabía que nadie le contestaría.

1/5/13

Permanente

El rostro más temido por él ha sido el de su madre a la hora siguiente de haberse hecho la permanente. Era usualmente los domingos y la razón principal de este temor radica en que era usualmente en aquel momento, con los rulos recién fabricados que se solicitaban sus cuadernos de colegio. Asi fue por muchos años, cualquier día de estos había que entregar los resultados del trabajo escolar para su revisión y preguntas pertinentes.
Obviamente jamás el resultado fue satisfactorio. Se sucedían las preguntas, el intento de ocultar o desviar información y finalmente la conclusión en gritos destemplados y ocasionalmente alguna cachetada o jalón de cabello acompañado de aquella insoportable sensación que quedaba de todo aquello de decepción, es decir, de ser una decepción. Las lágrimas no ayudaban demasiado, la rabia, el resentimiento duraban lo poco que duran las emociones en cualquier niño, adolescente o lo que sea que uno es mientras se encuentra y entonces solo la eterna promesa de que algo parecido no sucedería jamás. Sería un buen niño, estudiante, lo que desearan que fuera, total para el caso ya da lo mismo que la vida está a la espera y en algún momento llegará el momento de iniciarla que para eso tanto nos preparamos.