Era un edificio azul de no más de cinco pisos en cuyo primer piso funcionaba una enorme tienda de venta de mangueras y accesorios. La empresa era relativamente joven, sin embargo creció de manera vertiginosa durante los años que existió hasta que de manera fulminante desapareció en un par de temporadas en que las economías no funcionaron de buena manera.
En uno de esos años de crecimiento, fue cuando esta empresa tomó posesión del departamento 402. Hasta el momento de la entrada repentina, este lugar no había sido más que una puerta ignorada por la mayoría y cerrada por años a la que nadie le había prestado mayor importancia.
Se ingresó en un jueves de sol en el que había llovido copiosamente por la mañana. Nadie fue testigo del instante en que el gigante Jaramillo usó una pata de cabra para deshacerse de la molesta cerradura. Pero luego se necesitaron muchas manos para el segundo momento de la desorganizada operación. Había que verlo. El lugar había sido abandonado intempestivamente al parecer pues conservaba en sí toda la apariencia de haber sido habitado hasta apenas minutos antes de haber sido violentado. Los muebles, libreros, camas, todo intacto. Pero llamó la atención de todos algo aun más inédito. En pleno reinado del CD, fines de los noventa, en esos aposentos fueron encontrados no cientos, miles de discos Long Play ordenados metódicamente en cajas, esquinas y tras pequeñas puertas de aparadores o escritorios. El saqueo era inminente.
Al inicio se solicitaron cuatro manos para ayudar y estas tuvieron que venir por obligación. Pero no demoró mucho en pasarse la voz y pronto fueron muchas más manos que aparecieron en el umbral de la puerta violentada, dispuestas no a colaborar sino más bien a ensuciarse cogiendo para sí pertenencias de un ser ausente, quizás del mundo, ciertamente de ese departamento.
Era una colección de lo más variada. Clásica, pop, algo de rock, muchos etcéteras. Sin embargo había un artista que se repetía cientos de veces en portadas y contratapas, con el nombre en celeste amarillo, rojo, blanco y demás colores que pudieran contrastar con el fon más cercano.
La colección despertó la codicia de tantos, aun cuando sobre el suelo, quedaron regados sometidos a la indiferencia generalizada de los usurpadores. Los Panchos en tantos sitios, con sus fotos y las grabaciones de tantos sitios en los que habían estado. Nadie los quiso robar y ahí quedaron, sus discos probablemente sacrificados en la basura que un camión municipal se llevaría para siempre.