Se encontró con el pequeño libro amarillo, castigado un viernes por la tarde, mientras ordenaba la biblioteca del colegio.
En realidad no había nada que ordenar, para eso pagaban una pensión. Se sentó en unos asientos acolchados, o más bien, se recostó. Y empezó a leer.
- Cuatro - dijo el Jaguar.
Recordó entonces esa noche que se quedó con la familia a esperar que dieran la segunda mitad de la película, dividida arbitrariamente por un canal nacional. Los demás ya habían visto la primera mitad el día anterior y la escena de la fotografía calato ya los había hecho reír aunque la hubieran oído mil veces en los comerciales que anunciaban esta emisión.
Al ver que ya empezaba el programa, papá, mamá, hermanos y hermanas repasaban lo que habían visto 24 horas antes. Hablaban de un esclavo y de un jaguar. Mamá decía que el jaguar era un maldito y él, allí con la cabeza en su regazo, intentaba configurar a ese animal y su relación con aquel otro que su hermano decía que era un pavo. Entendió que el día anterior habían matado al esclavo (que era un pavo) y que había sido el jaguar. Luego supo que, en realidad, no se sabía quién había sido.
Luego, tras algunos minutos de no entender nada de lo que sucedía en esa pantalla borrosa, se fue quedando lentamente dormido y cuando despertó, muchos años más tarde, el jaguar todavía estaba allí.
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