12/1/20

El chifón y la chicha

El señor del puesto no tenía dedo pulgar. Pero era generoso y sonriente y con los nueve que le sobraban, preparaba los jugos más cotizados del mercado de Magdalena. Había que entrar por la puerta principal y avanzar sin voltear ni a derecha ni a izquierda, solo de frente hasta un puesto enorme de juguetes intrascendentes. Junto a lo que parecía ser un frigorífico. Allí frente a ellos, se encontraba su puesto de jugos.
Debía tener muchos años allí pues donde se le nombrara, se le conocía. Vendía queques bañados en coco rallado o de chocolate. Vendía chicha también. Pero dentro de todo lo que ofrecía, no había nada como el chifón que regalaba a diario a quienes más quería. Por ejemplo al chino Pepe que siempre venía después del colegio. "No andes de pedigüeño", le decía su mamá, pero él igual iba a escondidas a recibir el chifón y su vaso de chicha.
La última vez que se apareció por allí fue el día en que por la tarde fue a comprar pan para tomar lonche y en el camino de regreso, como a una cuadra de distancia, empezó a sentir náuseas pronunciadas. No pudo resistir y 50 metros más adelante empezó a correr hacia casa. En su cabeza se le ocurría que sería la primera vez que lograría cierto control sobre el vómito y lograría hacerlo en un retrete. Se sentiría orgulloso de lograrlo, una muestra de que cada vez era menos niño. No sabía si llegaría, corría lo más que podía. En el camino se encontró con su primo, lo ignoró, después le explicaría, claro que entendería. La puerta estaba abierta, eso era bueno, parecía que sí lo conseguiría.
Cuando quiso abrir la puerta del baño, sin embargo, no pudo hacerlo. Cerrada por dentro por su hermana, pensó rápido y no le quedó más remedio que la cocina, todo se complicaba pero la esperanza no moría. Cuando debía estar vomitando, estaba corriendo. Y cuando ya todo debía haber estado terminado, él llegaba a la cocina y tras arrojarse sobre el lavadero, llegó justo a expulsar de sí un líquido amargo y tan rojizo como abundante sobre un par de tazas que habían quedado allí aun pendientes de lavarse.
No tardaron mucho en aparecer los demás, hasta el primo, a preguntar qué pasaba. Una debilidad recorría al chino Pepe. Tenía todavía en la boca y alrededores rezagos de lo que su cuerpo había indeseado. Una sonrisa también se asomaba y la sensación del deber cumplido.
Hechas las investigaciones, un par de días después, el chino Pepe fue informado que todo se debía a que el vaso en el que había ingerido la chicha, había sido previamente utilizado por una persona ebria. Fue la explicación que dejó más satisfechos a todos y así terminaron las tardes de chifón y chicha en el mercado de Magdalena. 

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