El hombre maneja un Chevrolet naranja impecable. Es un auto antiguo, de los años 50 aproximadamente. Junto a él va su esposa. Al menos eso es lo que me dicta la lógica. Un hombre de esa edad, unos 70 años, una mujer de la misma generación, tienen que ser esposos.
Claro, podría ser diferente. Ese auto puede lograr cosas. Puede, por ejemplo, lograr que a uno lo miren todos cuando lo estaciona en el parqueo del supermercado. Que entre aquellos que miran, se encuentre una mujer que alguna vez se subió a un auto como ese. Que ver ese auto la lleve a buscar al hombre que lo maneja. Que considere que ese hombre es guapísimo. Que lo busque por el supermercado y lo encuentre junto a las verduras. Que se le acerque como quien no quiere la cosa. Que se atreva a decirle que hoy le toca comer verduras. Que él le sonría y que le diga que a él también y la conversación continúe por un largo rato hasta que lleguen caminando a la caja. Allí él le podría ofrecer llevarla en su auto y ella aceptar. En el camino, ella subida en el auto hermoso, la conversación podría tornarse traviesa pero velada en un inicio para luego devenir en explícita. Él la podría invitar a su casa a tomar un vino y comer verduras. Le ofrecería prepararle algo con pepino que le va a encantar. Ella aceptaría con la condición que le permita pelarlo. Entonces él enrumbaría a su casa con mayor decisión. En el tramo final, el silencio permitiría oír la radio. Escucharían una emisora de rock clásico.
Mientras ellos oyen una de los Beach Boys, un hombre menos viejo, en un auto mucho más aburrido, los verá pasar pensando que un día le gustaría manejar un auto como ese, aunque no sepa en realidad para qué lo quiere.
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