Habían tumbos. Colgaban de una rejilla de madera blanca que cubría todo ese enorme patio trasero que todavía conservaba su fisonomía de huerta, como en toda casona antigua que se respete. La casa y los tumbos eran verdes, así también el ancho muro que los separaba de la calle. En ese patio trasero se reunían para jugar ping pong y siempre ganaban los más grandes.
Está de más decir que la mesa de ping pong también era verde. Más tarde, también el fulbito de mano lo fue. Cuando se rompía la pelota de ping pong nadie sabía que hacer pues no había dinero para reponerla.
Un día llegó un mono que comía plátano y estaba encadenado. Se llamaba Tolo. El cabezón Pepe, que era su dueño, se divertía enseñándole mañoserías y el mono siempre se reía. Cuando llegaba alguno, Pepe hacía que el mono se luciera ordenándole que se coja el pene o que mostrara su trasero de forma graciosa. Nadie pensaba que al mono no le gustaba estar encadenado. Así era todo entonces, la crueldad era inocente y general.
La vez que se cayó la pelota del fulbito de mano a los dominios del mono, se llegó a la conclusión que quien debía ir a recuperarla era el más pequeño, Julián. El mono no se había dado cuenta y estaba sentado comiendo un choclo que le había sobrado del almuerzo. Julián se acercó y cuando estaba a solo un paso, el mono Tolo lo notó y saltó hacia él gritando. Julián se asustó y escapó como pudo, también gritando. Todos los demás se reían de él. Ahora era peor porque el mono había cogido la pelota. Julián todavía debía recuperarla. El cabezón Pepe le dijo que al mono le gustaba el tumbo. "Por qué no sacas uno y se lo das? Así suelta la pelota para poder comer". Julián jaló una silla y se paró en ella para poder alcanzar el la rejilla que era el techo donde estaban los tumbos. No llegaba.
Intentó saltar y lo mismo. Mauri le dijo que salte más, que estaba cerca y Julián le hizo caso. Llegó a tocar la rejilla pero al caer, la silla cayó con él y se golpeó fuertemente el brazo. Mientras tanto, el mono emitía un sonido similar a la risa. O sea, se reía.
Entonces Julián se levantó y decidido se dirigió al mono. Apenas lo tuvo a distancia, cogió una piedra y se la lanzó. El gordo Pepe se quejaba, pero Julián seguía. Una segunda, tercera, varias piedras y el mono las esquivaba. Entonces, su inteligencia le jugó una mala pasada. Calculó que el mono era lo suficientemente ágil para esquivar una piedra pero ¿qué podría hacer el mono si le aventaba varias al mismo tiempo? Eso hizo, con tan mala puntería que no solo no le dio al mono sino que rompió una luna de la casa de Pepe. La mamá de Pepe salió al patio alarmada. Empezó el caos pero no duró mucho. Mientras todos se distraían en la luna rota, Pepe cogió un segundo grupo de piedras, más esta vez y las arrojó al mono distraído que solo sintió una golpe tremendo en la cabeza y luego cayó soltando la pelota. Julián, sonriente, se apuró hacia él. Cogió la pelota de plástico macizo, sucia de barro y la levantó, mostrándosela a los demás. Nadie reía y Pepe corría hacia el mono ya llorando. Después se fue hacia Julián y le dio un puñete. Su mama le gritaba desde afuera del jardín. Julián cayó pero no soltó la pelota. Sin entender, retrocedió en el suelo, se incorporó salió caminando. Fue hasta el fulbito y soltó la pelota dentro.
Mientras caminaba hacia la puerta principal de la casa, pensaba que ojalá estuviera sin llave porque si no, tendría que volver al patio trasero a pedir que le abrieran.
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