1/10/17

SAHARAUI

Resulta que un día el lugar donde has vivido toda tu vida y en el que han vivido todos tus antepasados (es decir tu nación) es ocupado de facto por un país vecino. Entonces, como no tienes los recursos para afrontar una guerra, le entregas la mitad de tu territorio y te arrimas más allacito. Pero este país quiere más y poco a poco te hostiga a ti y a tus paisanos. Tú buscas que la comunidad internacional te apoye en tu lucha justa por la autonomía de tu territorio, pero como no hay nada de valor allí, solo desierto, o porque no quieren enemistarse con el país invasor, pues nadie demuestra suficiente entusiasmo. No te queda más opción que hacer conocer tu historia país por país, uno por uno para que así tu nación no desaparezca a manos de los invasores. Lo has logrado con aproximadamente la mitad de los países del mundo.
Un día el presidente de tu país conoce al presidente de un país lejano. Es la oportunidad de presentar la situación y lograr el apoyo de este país, uno más. En la breve conversación, de manera verbal, se prometen enviar emisarios para establecer relaciones. Todo es sonrisa y aceptación entre ambos gobernantes.
El emisario es entonces, finalmente enviado cumpliendo la promesa hecha. Pero al llegar al país de destino, este emisario es impedido de ingresar al país. Así que decide no irse y quedarse allí, a las puertas de ese país esperando que alguna autoridad resuelva su caso y se le permita cumplir con las reuniones pactadas de antemano. Pero es inútil. Durante tres semanas duerme en los asientos de la oficina de migraciones, esperando la resolución de su caso. La última semana que duerme en ese aeropuerto, lo tiene que hacer en el suelo pues ya se le niega también el ingreso a la oficina de migraciones. Se niega a comer en el suelo, así que no come. Al final, se resuelve que debe abandonar el país. Es expulsada.

El país invasor felicita al país que expulsó al emisario.
Esto sucedió hace pocos días en el Perú, país que espera ir al próximo mundial. 

29/9/17

CAMINAR

Caminar es lo que finalmente nos distinguió de los monos. Pasar de necesitar cuatro patas a dos piernas sencillas para moverse de un lado a otro nos ha llevado hasta la luna donde finalmente, nuestro objetivo último era caminar.
Se aprende a caminar al llevar aproximadamente un año de vida. Los caminos son inciertos entonces y contrario a lo que se cree, así permanecen por el resto de la vida. Se camina de la mano de papá o mamá hasta que se encuentra el amor, que entonces se camina de la mano de esa persona que nos evitará tropezar con la misma piedra como le sucedió a Julio Iglesias.
Se puede hacer en compañía, claro, pero no más de dos personas al mismo tiempo. Es lo que soporta cualquier vereda pues de tres para arriba, habrá momentos de confusión en los que no se sepa quien deberá pasar primero. Esto activará la conciencia de que en todo grupo de personas hay jerarquías. Activará entonces el respeto, que es enemigo de la conversación pues esta necesita de apertura total tanto en lo por decir como en lo por escuchar.
Machado lo dice y Serrat lo canta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Los caminos de la vida no son lo que Vicentico esperaba y las Bangles han caminado como egipcias por más de tres décadas.

Se camina siempre hacia un lugar aunque a veces no sepamos cuál es.

28/9/17

EL HINCHA DEL MUNI

¿Qué será de ese hincha enfermo del Municipal que en los 80s se pasaba el partido entero corriendo a lo largo de la parte más baja de oriente ida y vuelta, gritando desaforadamente durante 90 minutos?
Pantalón crema, correa negra, camisa blanca empapada de sudor, moreno y con una calvicie prominente igual que su barriga. Allí iba, corriendo de un área a otra, como un animal salvaje, enjaulado, separado de su pasión por un alambrado inapelable, ajeno a las burlas de los novatos y a la indiferencia de los espectadores habituales, a quienes ya había dejado de estorbar o sorprender.
En los tripletes dominicales, él solo llegaba a ver el partido de su querido Muni y luego, tras 90 minutos de intensa actividad, se desvanecía en el anonimato para volver siete días más tarde, al clímax de su afición, a su literal razón de vivir.
Imagino a este hombre en su cotidianeidad, en una oficina de paredes blancas, sentado ante un escritorio lleno de papeles, soñando cada hora de esos seis días en el gol del domingo, en el penal que tapará su arquero cuando él le diga a qué lado arrojarse, en el grito de gol aferrado a la malla metálica mientras ignora a toda una tribuna, en la vuelta olímpica que acompañará algún día.
¿Habrá sufrido con su Muni en la liga del Cercado? Sus gritos acompañando al equipo ahora en canchas sin alambrado, metiéndose a la cancha tras cada gol, abrazando la primera camiseta blanquirroja que se le cruzara en el camino. Dando vueltas olímpicas intrascendentes en canchas con más tierra que pasto, cogiendo del hombro a cada entrenador al que quisiera darle esos consejos de más de 50 años ininterrumpidos de ver fútbol.
Seguramente nada de eso importaba. Solo ver a esos jóvenes enfundados en una camiseta con una banda roja cruzándoles el pecho. Y ser feliz si se gana, caer en el abatimiento si se pierde. Llorar de rabia ante el descenso, hincha. El fútbol es así, no lo he inventado yo.
mis15mins.blogspot.pe

27/9/17

HUAYCÁN

Cuando mamá decía "Me voy a Huaycán" significaba que tendríamos el domingo libre, pues papá seguiría leyendo su periódico, mientras nosotros nos apoderaríamos de cada rincón de esa casa ajena para intervenirla a nuestro placer.
Ir a Huaycán tomaba horas. Ella lo hacía porque tenía el sueño de la casa propia. Donde fuera. Como fuera. Por muchos años supimos que un día sus trajines nos llevarían a conocer aquel Huaycán y a terminar asentándonos allí mirando hacia el futuro infinito.
Cuando mamá volvía esos domingos ya hacia el ocaso, lo hacía agotada. Sus zapatos estaban llenos de tierra igual que su cabello sometido a permanentes permanentes. Y se bañaba y luego se sentaba a contarnos, mientras lustraba sus zapatos, que había estado en una reunión, que su terreno era cuestión de tiempo, que era lejos pero bonito. A nadie le importaba realmente, solo a ella. Era su sueño al fin y al cabo, nosotros solo vivíamos en él.
Pero nunca llegué a conocer Huaycán. Probablemente, al hacerse evidente la presencia de Sendero en ese lugar, mamá prefirió replegarse. O quizás, a pesar de todos sus esfuerzos, la única tierra de la que logró apropiarse fue la que trajo en sus cabellos y su calzado en esos domingos. De pronto, ese lugar lejano del que nos contaba mamá fue desapareciendo de nuestro inconsciente familiar hasta renacer años más tarde, con otro nombre y en otro rincón de Lima. Hasta aquel otro lugar llegamos, hace casi 20 años, ya crecidos, para intervenirlo y hacerlo nuestro cuando ella decidió compartirlo, desprendida, con todos aquellos que por años, justamente, no habíamos compartido su sueño.

22/7/17

La edad y los libros I

Acabo de recibir un concepto interesante de un libro que estoy actualmente leyendo, llamado "Pasión por los libros", el cual reúne una serie de ensayos acerca del interés y disfrute de la lectura. Según la original idea allí reseñada, existen ciertas edades para leer ciertos libros. Menciona por ejemplo "no leer a F. Scott Fitzgeral más allá de los 30 o no leer a Joyce más allá de los 50 entre otros. Me puso a pensar en cómo esto se aplicaría a los libros que he tenido la suerte de leer en mis 38 años de vida que pronto serán 39.
El primer libro que me viene a la cabeza es "Rayuela". Una novela caótica, explosiva, donde se ensalza la bohemia y el ocio creativo. Definitivamente una novela adolescente. Muy complicada para un niño y demasiada soñadora para un burgués de más de 25 años que terminada la universidad, está ahora dedicándose a rentabilizar su inversión educativa. Oliveira y sus secuaces no harían más que crear confusión en esa mente decidida que lo menos que necesita son dudas, sino más bien reafirmación en el cinismo de que las cosas están bien cómo están y no hay que perder el tiempo intentando cambiarlas sino más bien unirte a la carrera de ratas lo más pronto posible para así poder ver los beneficios cuanto antes.
"Conversación en la Catedral", otra novela monumental no debe ser leída durante la época escolar sino más bien durante la etapa universitaria. Todos somos Zavalita tratando de entender por qué la vida que estamos viviendo no es la que imaginábamos de niños. Buscando respuestas a la grisura de nuestra existencia, al hecho de que ninguna de las promesas se cumplió. Una última oportunidad que nos da la vida para poder desviarnos del camino correcto, ese que terminaremos descubriendo al final, que era el único incorrecto.
Un libro que hay que leer de niños es definitivamente "Corazón" de Edmundo de Amicis. A través del diario de este niño descubrimos que los niños todos estamos en las mismas. Que las preocupaciones que nos agobian y que sentimos que nadie más entiende son comunes a todos y que la mejor respuesta es siempre aquella que nace, justamente, del corazón.
Y finalmente, de adulto menor (definición precisa robada de un buen amigo), digamos de los 25 a los 30, un libro que se muestra ideal es "Las Venas Abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano. Un largo recorrido por la historia de esta región del mundo que como nos cantaron Los Prisioneros, no es más que un pueblo al sur de Estados Unidos. De como hemos sido sometidos (y lo seguimos siendo) por quienes son dueños del capital y de la fuerza y quienes ahora nos obligan a competir con ellos tras siglos de robarnos aquello que constituye justamente nuestra única ventaja competitiva. Para alguien que aspira a yuppie y que se piensa que el mundo está ordenado de manera correcta y somos nosotros los culpables de nuestras desgracias, este recuento de la infamia le puede dar la cuota precisa de izquierdismo que se necesita para dejar de ser un ciudadano incompleto.

4/7/17

Ladrillos

El juguete que más me acompañó en la vida han sido mis ladrillos. Los llamo así aunque la mayoría los llamara por su nombre comercial, Playgo. Hoy sé que eran la copia peruana de los famosos Lego, juguete que en aquel momento era imposible para los menudos habitantes de la vecindad.
Esa vez que volví del jardín y ya se venía la navidad, me las arreglé para construir un papá noel que terminó para mi sorpresa como adorno familiar junto al televisor durante esas navidades. Las más de las veces, sin embargo, los pequeños ladrillos se convertían en pequeños futbolistas de extraños cuerpos rectangulares que se deslizaban por la alfombra verde intentando introducir una pelota cuadrada en arcos construidos con sus prójimos. En aquellos partidos sucedían las cosas increíbles que ya el fútbol de carne y hueso en aquel tiempo nos empezaba a negar.
Ya para ese entonces su lugar era un cajón de frutas reciclado donde compartían residencia con muñecos de variadas carencias y rezagos de plástico que alguna vez se había vendido caro y ahora perdían su dignidad debajo de la cama, arrumados por el alma cachivachera de la familia.
No se sabe cómo, quizás fue durante la gran mudanza del 94 que los ladrillos desaparecieron de la faz de la tierra sin una segunda oportunidad sobre la tierra.

3/7/17

La Herradura

Para llegar a la Herradura había que reunirse muy temprano, cuando a pesar del verano, la neblina se apoderaba de buena parte del barrio. Cuando ya estábamos todos, caminábamos hasta la avenida Brasil, al mismo paradero donde tomaba la 10 para ir al colegio. También tomábamos la 10 pero la B, la que nos dejaba en Chorrillos, por el cuartel de bomberos. Después de eso caminábamos por el malecón, mirábamos de lejos el Regatas y ya algunos nos sacábamos el polo para ver si así reducíamos la temperatura de nuestros bronceados. Nuestros cuerpos eran ridículos pero  así caminábamos, dueños de la vereda y parte de la pista, empujándonos, jodiéndonos, mirando al Salto del Fraile y a veces si teníamos suerte nos ganábamos con el fraile disfrazado que se arrojaba al mar. Le gritábamos que nos regale un menú y saltábamos en vez de él.
Ese era seguramente el momento en que algunos de nosotros recordaban que no habían tomado desayuno y que apenas habían conseguido para el pasaje en micro, lo que significaba que no comerían nada hasta llegar a casa a la caída del sol. Si hubieran podido saltar, se habrían animado. Hasta por una gaseosa lo hubieran hecho. Aún si esa gaseosa hubiera estado caliente por los treinta grados de la hora.
Pero al final llegábamos cómo sea, todos completos y buscábamos un sitio donde pudiéramos entrar todos. Y nos sentábamos, nos echábamos, juntábamos valor algunos y nos atrevíamos a remojarnos en ese mar al que tanto temíamos.
Pasaron tantas cosas en esa playa, como la vez que fuimos solo tres un sábado y la gorda Estrella se apareció como a las tres de la tarde llevándonos trago y nos pusimos a chupar el ron puro porque no había donde comprar una cocacola helada. Terminamos borrachos caminando de vuelta hacia el final de la avenida Huaylas donde volvíamos a tomar la 10 y nos bajábamos al final de la Brasil para caminar sintiéndonos héroes hacia donde nos esperaban aquellos que se habían quedado en la calle, sin playa y sin gloria.

2/7/17

El ludofónico Lucho Quequezana

"...atrévete a querer lo raro..."
Fan de Scorpions - Babasónicos

Cuando Lucho Quequezana chapa su quena, no sólo encanta a las ratas que deben andar por allí agazapadas en los desagües de la sede, sino a todo un auditorio de al menos 190 personas que lo rodean. Entonces sopla y sopla y al mismo tiempo se balancea al ritmo de la música que también lo envuelve en ese trance que todo músico conoce, en el cual uno se funde con su instrumento y este es un órgano más del cuerpo, una extremidad artificial que se dedica a producir belleza, un apéndice que sirve para hacerse escuchar.

Por ratos este músico de nacimiento decide que nos tiene que enseñar a ser felices. Se pone el traje de la didáctica y se toma del trabajo de explicarnos aquello de lo que nos estamos perdiendo. Que las negras, que las blancas, que el violín, que los platillos. Y todos, incluido un hermoso niño de 6 años, allí atentos a la clase magistral que no esperábamos. Entre el frío y el hambre, nos ha traído una orquesta sinfónica para que vean que no muerde, que es mansita, que es un inofensivo juguete nuevo.

Nos convence entonces Quequezana que contrario a lo que nos dijo Borges, sí se puede enseñar a la gente a ser feliz. O al menos se puede intentar, mientras vamos camino al carnaval en un final donde aprovechamos mejor esa tenue explosión de sonidos que nos regala en sus canciones. Un final donde bailamos conscientes de blancas y negras y el gozo que sentimos en el corazón ahora se apoya tímidamente en esa punta de la madeja que nuestra razón se ha vuelto capaz de entender hace apenas unos minutos.

1/7/17

La noche, hermano.

La primera vez que oí de los poderes de la noche fue cuando mi hermano se preparaba para la universidad, recién salido del colegio. Recuerdo claramente cómo se describía tan positivamente su novedosa idea de estudiar en las madrugadas tibias del verano. Se describía por ejemplo como ideal pues el silencio era absoluto, se apuntaba que las distracciones eran mínimas y que el agobiante calor de los largos días veraniegos se reducía al mínimo. Por las mañanas, claro, a la academia como todos, pero mientras, también todos, dormíamos; en la sala de casa, rodeado de libros y cuadernos, este hermano preparaba discretamente la hazaña. Estaría demás decir que a la hora de la verdad a nadie sorprendió que ingresara en su primer intento a la universidad y la carrera que había escogido. Estaría demás pero ya lo hice.
Al parecer, a pesar de las tantas referencias y tan autorizadas, mi desconfianza se tuvo que manifestar una de esas madrugadas de meses de estreno. Me desperté y aparecí en la sala para verlo con mis propios ojos. Algo habremos conversado, él siempre tenía algo nuevo que decirme. Seguramente fue breve. Me recosté en el sofá desvencijado que aún no habíamos vuelto a tapizar y lo miré estudiar. Así hasta quedarme dormido con la idea comprobada de que la noche es el mejor momento para no dormir.

30/6/17

Junio

Queda una hora para que se vaya este mes. El olor a plástico quemado se ha despejado y así también lo va haciendo la memoria del horror de esos dos que iniciaron el mes pero no lo terminaron. Junio. La ciudad sigue, el trabajo, los estudios, el ocio. ¿Quién se quemará en julio? La pregunta quedará perfecta como una macabra predicción si es que fuera yo.
Muchas cosas pasarán en julio con su desfile y su discurso. ¿Lo indultará? La feria del libro, el circo, el frío nos cubrirá de casacas made in China, la garúa y la humedad infinitándose hacia el 100%.
El último día de mayo se ve lejano. Julio será igual a junio que fue igual a mayo que fue igual a abril que fue igual a marzo, etc. Escribo para no dormir para no despertar para no trabajar.

3/4/17

Escritor

Una vez coincidieron la inspiración y la voluntad. Recuerdo con claridad que acababa de terminar de tomar aquello que en Lima llamamos quáker en mi taza naranja plástica de la que debía tomar rápido pues tenía un pequeño agujero en un costado. No era día de colegio obviamente pues luego de terminar mi desayuno, cogí un cuaderno rayado y un lapicero azul y me puse a escribir.
Ya lo había intentado antes pero los términos eran ahora diferentes. Antes era una cuestión inofensiva que mostraba a mi viejo y él me corregía o me decía simplemente que no estaba bien que un niño escribiera ese tipo de cosas. Este día, escribía para un concurso.
La cosa fue sencilla y eso fue lo peor de todo. Gané ese concurso y mi nombre se inscribió en el periódico. En realidad, mi recuerdo ahora se aclara, no gané pero fue el mejor cuento del concurso. Se declaró desierto el premio pero se me otorgó una mención honrosa.
Fui a recoger mi premio justamente con mi viejo a casa de una escritora, quien había sido la presidenta del jurado. Allí fue un poco decepcionante saber que los concursante habíamos sido apenas cinco y que por ese motivo, el jurado no había considerado apropiado otorgar el premio a nadie. No recuerdo qué es lo que me gané, sólo sé que andamos con mi viejo de aquí para allá y él estaba muy orgulloso.

En la clase de arte nos volvíamos un poco salvajes. 30 muchachos con témperas en las manos obligados a permanecer sin vigilancia en una sala blanca, no debe ser la mejor idea para un profesor de cualquier colegio. La catarsis empezaba en los lavaderos donde enjuagábamos nuestras manos y nuestras paletas. El agua era el elemento de ignición.
Pero un día llegó alguien a decir que yo debía salir de allí. No entendí muy bien hasta que vi a mi viejo esperándome en el hall del colegio. Sonriente, sin mucha parafernalia me dijo: Has ganado los concursos de cuento y poesía. Dos segundos después recordé que hacía algunas semanas había escrito otro cuento y hasta me había animado a escribir una poesía que no era más que una rima tras otra. Primer puesto en poesía y tercer puesto en cuento nada menos. No había tiempo que perder, tenía que ir a que me premien ya mismo. Fui a recoger mis cosas del salón supongo y luego de la mano de mi viejo a un auditorio. Luego los recuerdos son fragmentados, visitar palacio de gobierno donde mi padre me aleccionaba a saludar fraternalmente a Alan García, ir a comer a un restaurante un frejol con seco y viendo un show de marinera, ir a visitar las instalaciones de la marina de guerra en el Callao, es lo que permanece hasta hoy. Deben haber sido dos días.
El premio era algo así como 30000 intis por lo de poesía y 10000 por lo de cuento pero nunca lo vi. Había necesidad en la casa, mi viejo le debe haber dado un mejor uso del que yo le hubiera podido dar.
Al volver a clases, creo que al lunes siguiente, llegué tarde y al tocar la puerta, en vez de abrirla para que ingresara, le echaron llave por dentro. Se demoraron algunos minutos en abrir y cuando finalmente lo hicieron, fui a mi salón y sobre el escritorio había un papel con el dibujo de una pluma en un tintero y escrito con plumón celeste decía: Felicitaciones José. De toda la clase.

Han pasado 28 años de aquellos acontecimientos y nunca más volví a ganar ningún concurso literario. Ahora escribo en un blog.

21/2/17

La banda de Peluchín

Peluchín era el jefe de una banda de gángsters. En la tarde de los hechos, sus subordinados caminaban junto a él atentos a cualquier anomalía que pudiera traducirse en peligro para su líder, quien tenía fama además de ser sanguinario con todo aquel que osara contradecirlo.
La orden era mirar a todos lados pues pendía sobre el cabecilla la amenaza fatal de una banda rival que también se dedicaba a la comercialización de sustancias ilegales y pretendía hacerlo en la misma zona de Peluchín y sus secuaces. 
Era un día oscuro. Las nubes cubrían el cielo de la ciudad generando que el gris domine la gama de colores. Cuando estaban por doblar una esquina, todos oyeron el auto que se acercaba desde atrás. Voltearon a verlo, alertas y rastrillando sus armas de fuego, listos para el combate que imaginaban avecinarse. Peluchín también volteó a mirar y fue ese el segundo que aprovechó el Toro para aparecer por la esquina cuya vuelta la camarilla acababa de demorar en dar. Todos mirando el auto y Toro tuvo tiempo de sostenerse en sus dos pies y apuntar al rostro de Peluchín para asegurarse de no fallar. Esperó que sus ojos se encontraran y disparó justo en la frente.
El caos se apoderó de los fallidos cancerberos quienes no sabían si auxiliar o repeler. Pero Toro ya no estaba, había desaparecido por la misma esquina por donde había emergido. Como un fantasma.
Peluchín no duró mucho. Murió en brazos del Gato quien intentaba levantarlo para llevarlo a sanar. Era evidente que estaba ya muerto pero igual había que cargarlo para que no haya policías merodeando pronto, para poder disponer del cuerpo con la tranquilidad necesaria. 
Cuando finalmente llegó un patrullero, solo encontró en el suelo unas minúsculas manchas de sangre y nada más que una calle vacía donde ningún testigo quería hablar.

17/2/17

La cartuchera en el cajón

Cuando encontró la cartuchera no supo que hacer. Podía quedarse con todo lo que estuviera adentro, pero Julián intentaba ser tan honesto como pudiera. Por otro lado, entregarla a la jefatura de la escuela hubiera implicado tener que levantarse de su asiento y utilizar al menos 5 de los 15 minutos que destinaba cada día a comer dos panes con queso y tomar café de una botella. Qué encrucijada de la vida. Allí estaba la cartuchera junto al pan con queso que terminó por comerse. Al terminar su desayuno la guardó en su mochila azul.
Al día siguiente, Olivia se acercó a su asiento de profesor. No le permitió decir nada, pues apenas intentó esbozar una palabra, sus sollozos se tornaron incontrolables. Aun así siguió intentando hablar pero solo lograba emitir palabras entrecortadas. 
Entre esas palabras se logró comprender la palabra anillo y oro. La primera reacción de Julián fue tranquilizarla pero algo se lo impidió. Un anillo de oro en su poder. Olivia terminó preguntando con claridad si es que él lo había encontrado el día de ayer.
No, fue la respuesta.
Pero voy a preguntar, añadió.
No tuvo oportunidad. Durante los siguientes 90 minutos, tiempo de su clase, pudo ver que las lágrimas de Olivia se secaban y que progresivamente su rostro joven volvía a la normalidad. La crispación rosada de sus mejillas, su pequeño porcentaje de cabellos desordenados, todo fue amainando hasta volverse nada, hasta ser nuevamente esa chica que espera con aburrimiento la oportunidad de irse a casa. Hubo un momento incluso en el cual sonrió abiertamente, se diría que sin preocupación.
Este último gesto fue lo que decidió a Julián. No era para tanto. Salió del salón de clase despidiéndose con prisa evidente y al sentarse en una de las mesas del salón de profesores, puso su mochila sobre sus muslos y la abrió para meter sus manos en ella. Allí estaba la cartuchera, la abrió, y allí estaba el anillo. No es para tanto, ya pasó,  las lágrimas se secan, el anillo no ha de ser tan especial. 
50 años después, Julián muere y el anillo permanece en la misma cartuchera, escondido en un cajón de su ropero. Su esposa Olivia lo encuentra y las lágrimas vuelven a su rostro, esta vez surcado de 50 años más de arrugas.

Conos naranjas

Están por todos lados. Forman pequeñas cordilleras uniformes en las pistas de una ciudad caótica. Buscan, justamente, ser la solución a ese caos, solución temporal y arbitraria, pero solución al fin. Su autoridad es unánime, inapelable, plástico implacable y altisonante que te expondrá inmediatamente a a la mirada de cada uno de tus semejantes tras el volante. ¡Oh cono naranja! Has llegado para quedarte y exigirnos la obediencia de la que carecemos. Bendita tu luminosidad en las noches oscurecidas por la dudosa eficiencia de las compañías eléctricas.
Temprano cada mañana, un ejército de hombrecitos con chalecos se dedican a reordenar las calles de la ciudad.  Marcan carriles, cierran calles aledañas, forman calabozos ambulantes para pesquisas policiales al paso. Cuentan para esto con millares de conos diseñados para encajarse unos sobre otro en pilas interminables que al final de la noche son acostadas en tolvas de decenas de camiones.Son la autoridad fosforescente que nos manda sin decir una palabra. Ni mirarnos.
Me he preguntado últimamente que sería de las pistas sin su existencia. Su gobierno sería remplazado por la anarquía. Las inofensivas luces direccionales mostrarían su insuficiencia y entonces el desgobierno de las pistas, los cruces intempestivos, el nulo respeto por el prójimo nos empujarían a la multiplicación de incidentes, a choferes que discuten por la culpa de cada percance, al apocalipsis en cada esquina y el tiempo entonces, se nos va, inexorable, encerrados en nuestros ataúdes de fibra de vidrio.
Tienen razón quienes representan a dios con un triángulo desde hace cientos de años. Fallaron en el color pero no en la forma. Salve rey de las pistas, larga vida al soberano magnánimo, loas a aquel que en su simplicidad nos libra del desmadre que sería tener que respetarnos unos a otros.

14/2/17

Hay una columna frente a la ventana que manos adolescentes han usado de lienzo. Hay que ser honesto, han pintado puras huevadas pero aquella mañana en que lo hicieron, se les veía tan felices cambiando el mundo, satisfechos de tener una razón para salir de casa. ¡Qué bonito! exclamaban los transeúntes al verlos con sus latas de pintura, sus sonrisas, sus brochas, ubicados a un costado de una de las columnas que sostiene ese tren interminable que cruza la ciudad de un pueblo joven al otro. Ellos, claro, se demoraban y jugueteaban entre ellos, intentando completar la postal de juventud vigorosa e ingenua que todos esperan ver.
Pero uno de los hombres que por allí circulaban tuvo la mejor de todas las ideas. El fue quien se dio cuenta que los colores podían ser estúpidos. Y lo eran. La juventud no necesita ser ingenua, ni debe ser inofensiva. No se debe contentar con lápices para colorear como lo hacían en su niñez más temprana. Tienes que crecer y desafiar. Los colores no desafían a nadie.
El gris sí.

4/1/17

La navidad en enero

Los primeros días del año son tristes desde que se inician y deberían terminar en lágrimas siempre. Pero uno se acostumbra a todo. Se acostumbra por ejemplo a que hay que volver porque el inicio del año no es realmente el inicio de nada. Son los mismos días de siempre, en el mismo orden, con las mismas ocupaciones de hace 365 días.
Y uno sueña.
Sueña por ejemplo que esta vez sí correrá los kilómetros que le faltaron el año pasado y que justificó con una lesión de quince días. 
Sueña que una mañana los relojes de la ciudad se malogran y él puede dormir unos minutos más.
Se sueña que los hijos de uno irán a buscarlo a la hora de salida solo para poder abrazarlo una horita antes pues lo quieren acompañar en ese viaje de regreso interminable.
Soñar es lo único que sirve cuando no se hace en realidad sino que sentadito ante el escritorio blanco uno mira las caras y alucina que son un público que pagó por verlos. La función debe continuar aunque todo aúlle que no hay para qué, que los motivos se terminaron cuando apagamos la tele.
Un Camargo tenía puesto ese polo blanco que decía justamente "Apaga la tele" y era arte puro pues un niño que llevara algo así sobre el torso era tan explícito en su poesía que los congéneres nos quedaba solo dudar si era posible tanta pornografía en tres palabras.
El árbol espera ser desarmado junto al nacimiento estático y un niño de piel más blanca que el yeso del que está hecho mantiene los ojos azules abiertos hacia la nada. Sus padres, María y José de rodillas adorando al niño que acaban de parir. El mundo al revés.