"...atrévete a querer lo raro..."
Fan de Scorpions - Babasónicos
Cuando Lucho Quequezana chapa su quena, no sólo encanta a las ratas que deben andar por allí agazapadas en los desagües de la sede, sino a todo un auditorio de al menos 190 personas que lo rodean. Entonces sopla y sopla y al mismo tiempo se balancea al ritmo de la música que también lo envuelve en ese trance que todo músico conoce, en el cual uno se funde con su instrumento y este es un órgano más del cuerpo, una extremidad artificial que se dedica a producir belleza, un apéndice que sirve para hacerse escuchar.
Por ratos este músico de nacimiento decide que nos tiene que enseñar a ser felices. Se pone el traje de la didáctica y se toma del trabajo de explicarnos aquello de lo que nos estamos perdiendo. Que las negras, que las blancas, que el violín, que los platillos. Y todos, incluido un hermoso niño de 6 años, allí atentos a la clase magistral que no esperábamos. Entre el frío y el hambre, nos ha traído una orquesta sinfónica para que vean que no muerde, que es mansita, que es un inofensivo juguete nuevo.
Nos convence entonces Quequezana que contrario a lo que nos dijo Borges, sí se puede enseñar a la gente a ser feliz. O al menos se puede intentar, mientras vamos camino al carnaval en un final donde aprovechamos mejor esa tenue explosión de sonidos que nos regala en sus canciones. Un final donde bailamos conscientes de blancas y negras y el gozo que sentimos en el corazón ahora se apoya tímidamente en esa punta de la madeja que nuestra razón se ha vuelto capaz de entender hace apenas unos minutos.
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