Hay una columna frente a la ventana que manos adolescentes han usado de lienzo. Hay que ser honesto, han pintado puras huevadas pero aquella mañana en que lo hicieron, se les veía tan felices cambiando el mundo, satisfechos de tener una razón para salir de casa. ¡Qué bonito! exclamaban los transeúntes al verlos con sus latas de pintura, sus sonrisas, sus brochas, ubicados a un costado de una de las columnas que sostiene ese tren interminable que cruza la ciudad de un pueblo joven al otro. Ellos, claro, se demoraban y jugueteaban entre ellos, intentando completar la postal de juventud vigorosa e ingenua que todos esperan ver.
Pero uno de los hombres que por allí circulaban tuvo la mejor de todas las ideas. El fue quien se dio cuenta que los colores podían ser estúpidos. Y lo eran. La juventud no necesita ser ingenua, ni debe ser inofensiva. No se debe contentar con lápices para colorear como lo hacían en su niñez más temprana. Tienes que crecer y desafiar. Los colores no desafían a nadie.
El gris sí.
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