17/2/17

Conos naranjas

Están por todos lados. Forman pequeñas cordilleras uniformes en las pistas de una ciudad caótica. Buscan, justamente, ser la solución a ese caos, solución temporal y arbitraria, pero solución al fin. Su autoridad es unánime, inapelable, plástico implacable y altisonante que te expondrá inmediatamente a a la mirada de cada uno de tus semejantes tras el volante. ¡Oh cono naranja! Has llegado para quedarte y exigirnos la obediencia de la que carecemos. Bendita tu luminosidad en las noches oscurecidas por la dudosa eficiencia de las compañías eléctricas.
Temprano cada mañana, un ejército de hombrecitos con chalecos se dedican a reordenar las calles de la ciudad.  Marcan carriles, cierran calles aledañas, forman calabozos ambulantes para pesquisas policiales al paso. Cuentan para esto con millares de conos diseñados para encajarse unos sobre otro en pilas interminables que al final de la noche son acostadas en tolvas de decenas de camiones.Son la autoridad fosforescente que nos manda sin decir una palabra. Ni mirarnos.
Me he preguntado últimamente que sería de las pistas sin su existencia. Su gobierno sería remplazado por la anarquía. Las inofensivas luces direccionales mostrarían su insuficiencia y entonces el desgobierno de las pistas, los cruces intempestivos, el nulo respeto por el prójimo nos empujarían a la multiplicación de incidentes, a choferes que discuten por la culpa de cada percance, al apocalipsis en cada esquina y el tiempo entonces, se nos va, inexorable, encerrados en nuestros ataúdes de fibra de vidrio.
Tienen razón quienes representan a dios con un triángulo desde hace cientos de años. Fallaron en el color pero no en la forma. Salve rey de las pistas, larga vida al soberano magnánimo, loas a aquel que en su simplicidad nos libra del desmadre que sería tener que respetarnos unos a otros.

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