Cuando encontró la cartuchera no supo que hacer. Podía quedarse con todo lo que estuviera adentro, pero Julián intentaba ser tan honesto como pudiera. Por otro lado, entregarla a la jefatura de la escuela hubiera implicado tener que levantarse de su asiento y utilizar al menos 5 de los 15 minutos que destinaba cada día a comer dos panes con queso y tomar café de una botella. Qué encrucijada de la vida. Allí estaba la cartuchera junto al pan con queso que terminó por comerse. Al terminar su desayuno la guardó en su mochila azul.
Al día siguiente, Olivia se acercó a su asiento de profesor. No le permitió decir nada, pues apenas intentó esbozar una palabra, sus sollozos se tornaron incontrolables. Aun así siguió intentando hablar pero solo lograba emitir palabras entrecortadas.
Entre esas palabras se logró comprender la palabra anillo y oro. La primera reacción de Julián fue tranquilizarla pero algo se lo impidió. Un anillo de oro en su poder. Olivia terminó preguntando con claridad si es que él lo había encontrado el día de ayer.
No, fue la respuesta.
Pero voy a preguntar, añadió.
No tuvo oportunidad. Durante los siguientes 90 minutos, tiempo de su clase, pudo ver que las lágrimas de Olivia se secaban y que progresivamente su rostro joven volvía a la normalidad. La crispación rosada de sus mejillas, su pequeño porcentaje de cabellos desordenados, todo fue amainando hasta volverse nada, hasta ser nuevamente esa chica que espera con aburrimiento la oportunidad de irse a casa. Hubo un momento incluso en el cual sonrió abiertamente, se diría que sin preocupación.
Este último gesto fue lo que decidió a Julián. No era para tanto. Salió del salón de clase despidiéndose con prisa evidente y al sentarse en una de las mesas del salón de profesores, puso su mochila sobre sus muslos y la abrió para meter sus manos en ella. Allí estaba la cartuchera, la abrió, y allí estaba el anillo. No es para tanto, ya pasó, las lágrimas se secan, el anillo no ha de ser tan especial.
50 años después, Julián muere y el anillo permanece en la misma cartuchera, escondido en un cajón de su ropero. Su esposa Olivia lo encuentra y las lágrimas vuelven a su rostro, esta vez surcado de 50 años más de arrugas.
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