¿Y si buscas en el ropero? Más de una vez has encontrado alli aun cuando no buscabas. Esas cosas suceden las tardes silenciosas en que nadie más te rodea y tienes los espacios para ti en este lugar inmóvil en el que otros habitan aunque hoy falten
Te bajabas de la ventana como podías y el cuarto era tuyo aunque no durmieras allí. Podías subir a las camas y saltar infinitamente que nadie había para reprenderte. El escritorio era tuyo y en los cajones dabas rienda suelta a tu curiosidad inquieta, revisando papeles ininteligibles, carpetas desordenadas y pintando con colores nuevos los blancos también inacabables.
Después podías ir a la sala y el silencio era sepulcral. Desde afuera venían voces, sonidos de autos, pasos que bajo la puerta se colaban, pero dentro eras tú y la nada. Abrumado, ibas de un lado a otro sin entender muy bien que esto que parecía eterno, acabaría sin que lo puedas saber con el sonido de esas llaves que terminaría en el ligero movimiento de la cerradura que no verías pero adivinarías girando lentamente y dejando entrar la luz del día, aquella que habías dejado atrás, en la ventana de la que escapaste hacia estos territorios de piso de loseta y pared de yeso, donde la electricidad se podía ver y entender, donde el tapizado de los muebles reventaba y brotaba su carne amarillosa, donde el cielo medía 4 x 1 y a veces se interrumpía por ropa húmeda en cables desnaturalizados.
Toda esa soledad terminó por abrazarte y la dejaste, feliz de pertenecer a aquello que eras tú y el aire y un espacio deslucido donde tenías lo que siempre has tenido pero en plenitud y las necesidades se podían dejar para mañana porque siempre había un mañana para dejar de estar solo.
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