La casa del Robotito es la que ocupa la esquina que viene de la calle Arica. En el principio,su jardín estaba descubierto y quedaba a disposición de la comunidad para los usos que se tuvieran a bien llevar a cabo. Eran dos por tres metros cubiertos de grass que se protegían con una cerca de arbustos de unos 60 centímetros. Unos años más tarde, el tal señor Robotito o quizás fue su esposa, decidió que dos metros de ladrillo y cemento proporcionaban una protección más acorde a sus necesidades.
La susodicha pareja tenía dos hijas. Los nombres se han perdido en la tradición oral pero es recordado con certeza que estas se aproximaban velozmente a la adolescencia al momento de la construcción del muro que las aisló un poco más del mundo. Era natural sin embargo que esta familia deseara la alienación del mundo que los rodeaba pues era sabido por todos que este les era hostil, desde las bromas mal solapadas hasta la ofensa directa usualmente ocasionada por algún balón de fútbol que cayó en los jardines de la casa y no fue devuelto o por la defensa de esta familia de su tranquilidad así como de su privacidad.
Se sabía además que el Robotito era psicólogo y era comentario periódico el mostrar una falsa sorpresa por el aparente dominio que su esposa ejercía sobre él. Se creía falsamente (es decir en realidad nadie lo creía) que por tener la mencionada profesión, el dueño de este predio debía ser capaz de dominar las mentes a voluntad para que ellas hicieran lo que él deseaba.
La casa del Robotito fue durante un largo periodo visitada con frecuencia por un par de los carasucias que luego de pasar la tarde jugando a la pelota, se bañaban y vestían con apuro para ir a visitar a las hijas a las que en poco tiempo lograron convencer de la conveniencia de ser novios.
Para sorpresa de todos, tuvieron largas relaciones con las jóvenes y para aún mayor sorpresa de los testigos, los más afectados al decretarse el fin de las mismas fueron los mencionados carasucias, quienes se embriagaron por varias horas sentados a la vereda a vista y paciencia de los transeúntes.
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