Llaman de pronto y te acuerdas de todas esas anécdotas y noticias en las que todo comenzó con una llamada y unos segundos de ingenuidad. Te preguntas cien veces quién podría estar llamando a esta hora y no hay respuesta satisfactoria mientras el teléfono sigue repicando una melodía de Beethoven degradada hasta la repetición infinita. Buscas el teléfono, persigues su sonido y preferirías no encontrarlo y que todo se solucionara con el silencio inesperado pero estas cosas de suspenso nunca se solucionan con tanta facilidad. Los segundos pasan y parecen horas. Esperas que haya respuesta al otro lado de la línea, que no sea alguien con intenciones de timarte o una mala noticia. Ubicas la luz amarilla de la pequeña pantalla del inalámbrico y la duda es por solo una fracción de segundo. Tienes que hacerlo, contestar para que la incesante, apremiante música se detenga y esta pesadilla despierto se termine de una buena vez. Además quienes duermen sufren tu indecisión, el timbre podría tener el poder de despertarlos de una buena vez. Piensas que cuesta mucho quedarse dormido como para dejarse despertar por una llamada. O dos. Podrían insistir si decides ignorar a tus oídos. Todo esto en un segundo. Contestas.
Ya ha sido muy tarde, escuchas el pitido que indica que ya no hay nadie esperando que presiones la tecla verde. Entonces ahora es la angustia. El número en la pantalla acaba de existir para ti. Te preguntas si debes hacer algo al respecto. Llamar hacia atrás como alguna vez leíste que se maltraducía la expresión en inglés. El recuerdo te hace sonreír. Finalmente decides posar el auricular sobre la mesa en la que trabajas. Intentas volver a lo que estabas haciendo hace un minuto. Pero la mente no se maneja con interruptores, toma tiempo aquello. Ya has dejado atrás lo que te perturbó. Vas volviendo y eres el de hace tres minutos, te satisface sentir que tus latidos se han estabilizado así como el sudor de las manos. El teléfono, ahora a tu costado, vuelve a sonar.
Ahora lo coges decidido. No necesitas reconocer el número para saber que es el mismo de la primera vez. Estás decidido y tu primera palabra es aló, como siempre. Se oyen voces pero sobre todo una música de fondo que alcanzas a identificar, es una celebración y la canción la detestas como todas aquellas que se ponen de moda. Una voz que apenas logras comprender anuncia a alguien más. Oyes la palabra hija y luego algunas incoherencias con voz infantil. Ahora lo que no puedes hacer es colgar. Quieres reaccionar pero no sabes cómo hacerlo. Es absurdo contestar, la niña no entendería, buscas excusas para tu silencio. Todo sigue así por 20 segundos. Una confusión de voces precede a un nuevo pitido. Todo ha terminado.
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