Ese era el nombre que mamá le daba al desodorante. "Lo princi". Antes de salir acompañada por un o una alguien, mi hermana escuchaba indefectiblemente desde el cuarto donde se escondía mi mamá ante las visitas un aviso, recordatorio, avergonzatorio: "LO PRINCI?". Y entonces ella respondía que yaaa o volvía apresurada sobre sus pasos para remediar la promesa de una situación embarazosa.
Fue también la lógica de papá cuando llegado al momento adolescente, fue necesario contarme que era posible percibir mi presencia sin verme, especialmente tras un partido de fútbol. "Bueno, me dijo, solo hay una manera de resolver esta situación." Acto seguido sacó de alguno de sus bolsillos uno Mum bolita mágica y me lo entregó como toda herencia adelantada de entonces y hacia la eternidad.
Con el tiempo y durante un campamento sobre una cancha de fútbol en un año nuevo de tantos escuché a una que me gustaba pedirle a uno de mis amigos que por favor se lo rociara más allá pues podía caer rendida a sus pies. No comprendí que se trataba simplemente de una broma basada en una publicidad. Dos días más tarde era yo comprando un Axe en pleno mercado central. Lo usé hasta que una última camada me irritó hasta el desollamiento. Me apenó pero ya estaba grande para seguir creyendo en un marketing que había probado ser falso en cada una de mis desventuras amorosas.
Volví entonces al Etiquet. Discreto, honesto, efectivo. La convencí de usar el mismo pero en versión rosada y hoy tal, sin ningún esfuerzo, solo el de un trabajo bien hecho, domina el reino de nuestras ocultas, reprimidas fragancias.
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