Era un domingo más. En un instante, sin embargo, dejó de serlo. En realidad no fue solo un instante, fue toda una tarde de triplete. Tres partidos pero el importante era el de fondo.
A la U la había conocido ya bien semanas atrás. Fue cuando la oyó en una radio tocacassette Panasonic. Perdía dos a cero y él culpaba a aquel nuevo arquero desconocido que no era Quiroga. Cuando escuchó un tercer gol simplemente apagó el aparato en un segundo lúcido para echarse a llorar. Solo en su cuarto sintió mucha rabia y así hasta que se durmió. Al día siguiente su hermano lo sorprendió con la noticia. La U había ganado 3-2 volteando el partido a aquel rival innombrable de rayas azules. Imposible, pensó él, la U perdía 3-0, ¿cómo podía haber terminado ganando 3-2? Misterio, pero era cierto, el periódico así lo decía en letras enormes.
Semanas más tarde se vio subiendo unas escaleras con publicidad de una gaseosa ya inexistente llamada Teem. Iba de la mano del viejo. Oriente. Fueron seis horas de fútbol, cuatro de las cuales esperaron su aparición. Física, porque su espíritu estuvo allí desde antes incluso que ellos llegaran. Las enormes banderas, el grito incesante, la viril alegría de un canto de triunfo, tanta gente como nunca había visto junta. Este pueblo se preparaba para que la U saliera campeón. Cayeron miles de papeles y abajo estaba el equipo crema, ganando 4-0 a un equipo llamado Espartanos, inolvidable. La U campeón, todo un cancionero aprendido en horas, arengas que permanecerían por toda una vida que aun está inacabada, recordando en cada repetición susurrada que el fútbol no es solo un deporte y que esa tarde noche de domingo el mundo se había vuelto un poquito mejor.
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