Recibió la invitación con dos semanas de anticipación. No tenía el dinero suficiente para alquilar un smoking pero quizás para el día de la celebración podría juntar suficientes dólares. Necesitaba ir. Ya había pasado mucho tiempo sin ver a sus amigos de la industria. Decidió confirmar.
Un día antes del día de la ceremonia, aun no tenía el dinero. Entonces telefoneó a Billie, era el único que podría salvarlo esta vez. Fue sencillo, sin embargo, como si la vida fuera cuestión de valor y actitud. Billie tenía un traje que le prestaría. Él también había sido invitado pero prefería no ir, es algo que no tiene ningún valor, pérdida de tiempo.
El día de la ceremonia se vistió el smoking muchas, quizás demasiadas horas antes de partir para el teatro. Cuando finalmente cruzó por la alfombra roja, muy pocas personas lo reconocieron. Apenas un reportero se le acercó y con la mano sobre el micrófono confirmó su nombre. Le preguntó por sus últimos trabajos y él tuvo que mencionar algunos de un par de años atrás pues acertó al pensar que a nadie le interesaría saber que lo último que había hecho con su voz había sido animar algunas fiestas infantiles con su voz aun atractiva de presentador de los años 60. Luego el del micrófono le deseó suerte y eso fue todo. En televisión no se llegaron a ver estos escasos segundos pues en el mismo instante se le entrevistaba a Diana Ross a 10 metros de él y no hay más que decir en realidad.
Ingresó, buscó su asiento en la mezzanine y le fue difícil reconocer los rostros alrededor de él. Se preguntó si alguien lo reconocería a él y se alegró de sentir sobre sí un par de miradas. Al menos no era invisible.
Después la celebración dio inicio. Fue una ceremonia un poco larga en realidad. Pasados los primeros veinte minutos, ya se arrepentía de haber ido. Sobre todo porque era como si no hubiera ido. Ya se sabe, la filosófica pregunta de la hoja que cae del árbol y nadie la ve. Pasaron The Supremes, Marvin Gaye y un discurso inspirador para algunos sobre la historia de la música negra, todo francamente aburrido.
Los Jackson Five se cantaron varias canciones de sus grandes éxitos. Pero claro, Michael ya estaba a años luz y se tuvieron que ir los ellos para dejarlo a él solo. Y entonces el lugar se inflamó. A él (no a Michael) le incomodó que muchos se pusieran de pie al iniciarse la canción pero no duró demasiado. A los pocos segundos ya todos estaban sentados, bailando en sus asientos y así pudo ver mejor el escenario. Aplaudiendo, por un instante se sintió parte de esa masa famosa, exitosa, requerida. La canción era Billie Jean, sonrió al relacionarla con el dueño del smoking. Sonrió también al pensar que el éxito de aquel Jackson le permitía darse el lujo de ni siquiera cantar, simplemente simular hacerlo. Buen bailarín, pero. Cuando ya la euforia había decaído, entonces llegaron esos segundos. Todos los conocen. No había más necesidad de fingir, el micrófono en el guante blanco, ignorante ahora de los labios que se movían silenciosos. Gestos precisos, ensayados hasta la nausea, los brazos y las piernas se sincronizan, nada que no fuera simplemente un poco mejor que el promedio. Las palmas acompañaban pero no esperaban lo que llegaba incontenible. Aunque sabía tanto como los demás, fue él uno de los pocos que se puso de pie sin saber, sin pensar, sin imaginar. Allí estaba y lograba verlo mejor de lo que lo había visto hasta ahora. Jackson se deslizó, caminó y retrocedió. Todo al mismo tiempo. Fueron apenas tres segundos. Pero el smoking valió la pena y la boca abierto se mantuvo hasta el final de la melodía grabada. Jackson elevó el brazo y ahora todos estaban de pie aplaudiendo sin pensar en ningún ritmo.