A veces no se entiende cómo hay personas que pueden dejar en uno un recuerdo tan perenne. Me refiero sobre todo a aquellos que sin ser protagonistas de nada en tu vida, de pronto una mañana los recuerdas y sonríes sin mayor explicación.
Carlos Vignale fue una persona con la que tuve contados encuentros. No habrán sido más de 5. Sin embargo, en todas tales ocasiones, supo sorprender a este niño o adolescente que quizás aun sigo siendo con una cierta calidez, una cierta empatía, una cierta juventud a pesar de sus años, experiencia y rayas de tigre acumuladas. Pero sobre percibí siempre en él un respeto que no resultaba común en las personas adultas que anduvieran cerca. No recuerdo jamás haberlo visto ejercer un reproche hacia alguno de nosotros.
Sin embargo, no deseo necesariamente haberlo conocido más de lo que lo hice porque es probable que de haber sido así tales calidades habrían pasado desapercibidas. Su voz poblada de gallos, su permanente buen humor, su actitud tan serena es lo que ha permanecido en mi memoria. No ha sido honestamente alguien importante en mi vida pero estuvo por allí orbitando y de pronto dejó de estarlo y todos hemos seguido igual hasta que en una conversación casual alguien te dice que este señor se ha ido de este infeliz planeta (Morrissey dixit) y no puedes evitar sonreír aun en tan triste circunstancia. Triste porque habrá muchas personas que extrañarán su presencia. Yo no lo extrañaré pues su presencia ya no estaba cerca hace mucho pero sí puedo decir que si fue alguien que logró ser recordado con mi sonrisa, entonces sé que su memoria seguirá significativa y alegre, brillando entre tanto recuerdo gris por mucho más tiempo por venir.
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