Él tiene una hermana. Llamémosla Viviana. Él solía quedarse con ella en casa y a su cuidado. Siete años de edad los separaban. Ella iba a clases de marinera y en casa tenía un elepé con la música necesaria para practicar así que a cada momento se oía a volumen para multitud el característico sonido introductorio de la aguja rozando el redondo filo del vinilo y en segundos estallaba la percusión inicial y luego los vientos rabiosos de una banda poderosa que acompañaban el movimiento grácil de esta adolescente Viviana con el pañuelo de su viejo en la mano derecha. Esta vez Viviana había interrumpido la limpieza de la sala para entregarse a la danza despreocupada así que abandonada sobre el sofá se apoyaba la escoba de paja y en tal mueble, además, sentado se encontraba él, con sus escasos formativos 5 o 6 años. Tenía ya el permiso ganado para salir a jugar a la calle. Es así que en medio de la demostración de destreza de Viviana, mientras ella sonreía al cielo raso y seguía los movimientos de un tan experto como imaginario compañero de baile, él cogió la escoba y sonrió sin necesitar que nadie lo mire. Cogió la escoba y la dirigió hacia los pies de su arrobada hermana. Ella trastabilló, casi cayó al suelo y la artística e inspirada demostración se vio abruptamente finalizada.
- Ja ja, te malogré tu baile, presumió él con una sonrisa honesta y confiada.
- Ja ja te malogré tu salida, replicó rápidamente ella, remedando la risa anterior.
El lloró y hasta hoy se acuerda.
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