Pablo es el muñeco preferido de mi hijo. Lo conoció una tarde en que yo trataba de enseñarle a ver televisión. Allí apareció, grácil, carismático, ensayando pasos de baile animados junto a cuatro otros amigos cada tarde a la hora de la cena.
Meses más tarde lo conoció en persona. Vino escondido en una bolsa multicolor, inmóvil en una semi caja a la espera de ser descubierto. Lamentablemente tuvo que pasar así la noche pues todos terminamos exhaustos luego de tal fiesta de cumpleaños. Por varias semanas Pablo cantó y encantó en inglés con cada golpe abdominal que recibía. Poco a poco, sin embargo, su voz se fue apagando hasta finalmente quedar mudo por la desidia de padre y madre que no juntan voluntad suficiente entre los dos para reanimar su vientre de baterías perecidas.
Pero Pablo a pesar de todo sigue siendo el favorito. Su silencio no ha hecho más que hacerlo aún más entrañable y compañero ideal de juegos. Hoy se sube cada día al carro rojo a pasear y se da amistosos besos con el osito Chiquitita, camarada de mudez que ha dejado de cantar su popular canción pero que coqueto mantiene el rubor en sus mejillas ante cada golpe en la panza. Ambos son azules y amarillos, fácilmente ubicables en este pequeño universo de marrones en el que viven.
Pablo descansa ahora con los ojos abiertos, como siempre, sobre la mesa de centro, sabiendo que mañana será otro día en el que su eterna sonrisa buscará y encontrará justificación en las manos de este pequeño que lo prefiere a donde va y a quien él parece también haber escogido como compañero de aventuras.
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