México organizó el mundial de fútbol del 86. Un año antes Perú fue eliminado primero por Argentina y luego por Chile para quedar fuera del repechaje y fuera definitivamente del mundial. El día que nos eliminó Argentina falleció doña Silvia.
En su casa, infaltablemente, cada domingo se reunían sus hijos, nietos y otros queridos familiares a pasar el domingo mirando fútbol, conversando o lo que fuera. Ella tenía una mesa de fantasía que se alargaba o se acortaba de acuerdo a la cantidad de bienvenidos. Durante horas las esposas e hijas, no todas todo el tiempo, se llamaban 'negra' entre sí y se organizaban en una cocina en ebullición bajo su batuta. El esposo de doña Silvia descansaba y era respetado en una hamaca, leyendo el periódico del día, en bividí y sandalias. Los nietos de doña Silvia eran amigos y se juntaban de acuerdo a las edades, algunos de ellos salían a caminar, otros preferían quedarse a hablar en alguno de los cuartos de la casa, otros jugaban en el jardín o en la vereda. Doña Silvia tenía muchos hijos y nietos.
Aquellos domingos para llegar a su casa había que tomar el Scania hasta la incipiente Plaza San Miguel y después coger el Valdiviezo hasta bajar en la D'onofrio con su penetrante olor a chocolare que llegaba a cuadras de distancia. Pero el olor que invadía la casa de doña Silvia no era ese sino el del té. Fortísimo, el olor provenía de algún mayorista cercano que sin querer proveía al barrio de un olor inconfundible.
16 años antes Perú eliminó a Argentina en la Bombonera. Ella supo desde siempre que sería Cachito quien haría los goles y supo también que Sta. Rosa nos haría el milagro. Solo había que prenderle una vela.
Doña Silvia era una señora de cabello gris y anteojos que tenía una casa maravillosa donde los domingos se reunían todos para verla llenarlo todo con su energía, su sabiduría y su fuerza interminable. Se le extraña mucho, a ella y a sus domingos.
En su casa, infaltablemente, cada domingo se reunían sus hijos, nietos y otros queridos familiares a pasar el domingo mirando fútbol, conversando o lo que fuera. Ella tenía una mesa de fantasía que se alargaba o se acortaba de acuerdo a la cantidad de bienvenidos. Durante horas las esposas e hijas, no todas todo el tiempo, se llamaban 'negra' entre sí y se organizaban en una cocina en ebullición bajo su batuta. El esposo de doña Silvia descansaba y era respetado en una hamaca, leyendo el periódico del día, en bividí y sandalias. Los nietos de doña Silvia eran amigos y se juntaban de acuerdo a las edades, algunos de ellos salían a caminar, otros preferían quedarse a hablar en alguno de los cuartos de la casa, otros jugaban en el jardín o en la vereda. Doña Silvia tenía muchos hijos y nietos.
Aquellos domingos para llegar a su casa había que tomar el Scania hasta la incipiente Plaza San Miguel y después coger el Valdiviezo hasta bajar en la D'onofrio con su penetrante olor a chocolare que llegaba a cuadras de distancia. Pero el olor que invadía la casa de doña Silvia no era ese sino el del té. Fortísimo, el olor provenía de algún mayorista cercano que sin querer proveía al barrio de un olor inconfundible.
16 años antes Perú eliminó a Argentina en la Bombonera. Ella supo desde siempre que sería Cachito quien haría los goles y supo también que Sta. Rosa nos haría el milagro. Solo había que prenderle una vela.
Doña Silvia era una señora de cabello gris y anteojos que tenía una casa maravillosa donde los domingos se reunían todos para verla llenarlo todo con su energía, su sabiduría y su fuerza interminable. Se le extraña mucho, a ella y a sus domingos.
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