Había una vez, en un rincón de Magdalena, una licorería llamada Seguel que determinó el destino de el barrio al cual pertenecía. En aquel barrio, vivían los Camargo, familia de interminables hermanos que significaron durante mi niñez, la personificación del mal y sus poderes.
Los Camargo asaltaban. Yo via a los mellizos robar una guitarra a dos niños de unos 9 o 10 años que volvían del colegio a las 2 de la tarde. Los vi además un día pedir Halloween disfrazados convincentemente de asaltantes de bancos con sendas medias de nylon cubriéndoles las cabezas.
Los Camargo también jugaban fùtbol en el oratorio de Magdalena, donde atemorizaban a tantos con sus bravuconadas. Jamás me hubiera atrevido a enfrentar a alguno de ellos.
Pero Luis, mi amigo, lo hizo. Una tarde yo lo vi enfrentarse abiertamente a uno de los mellizos que lo empujó para quitarle su lugar en el lavadero de donde Luis tomaba agua del caño. Luis lo enfrentó pero fue rápidamente cogido del brazo por alguien más que, al igual que yo a la distancia, sabía los poderes que mi buen amigo con coraje enfrentaba. Sin embargo, el insistía en defender lo que le pertenecía. Aquel día tuve vergüenza de mi cobardía y secretamente felicité a mi compañero por su bravura sin que nadie, ni siquiera él, lo supiera.
Los Camargo asaltaban. Yo via a los mellizos robar una guitarra a dos niños de unos 9 o 10 años que volvían del colegio a las 2 de la tarde. Los vi además un día pedir Halloween disfrazados convincentemente de asaltantes de bancos con sendas medias de nylon cubriéndoles las cabezas.
Los Camargo también jugaban fùtbol en el oratorio de Magdalena, donde atemorizaban a tantos con sus bravuconadas. Jamás me hubiera atrevido a enfrentar a alguno de ellos.
Pero Luis, mi amigo, lo hizo. Una tarde yo lo vi enfrentarse abiertamente a uno de los mellizos que lo empujó para quitarle su lugar en el lavadero de donde Luis tomaba agua del caño. Luis lo enfrentó pero fue rápidamente cogido del brazo por alguien más que, al igual que yo a la distancia, sabía los poderes que mi buen amigo con coraje enfrentaba. Sin embargo, el insistía en defender lo que le pertenecía. Aquel día tuve vergüenza de mi cobardía y secretamente felicité a mi compañero por su bravura sin que nadie, ni siquiera él, lo supiera.
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