Una tarde de arresto en el colegio me puse a leer. Lo que para aquel adolescente bobo y temeroso que fui era el tedio de quedarse por dos horas más en el colegio, para el adulto de hoy sería la sublime oportunidad de alienarse del mundo y rodearse de palabras en papel de todas las maneras posibles durante 120 minutos que serían ínfimos. El arresto consistía en permanecer por dos ahoras en la biblioteca del colegio el viernes después de clases.
Entonces una tarde leí. Era un libro blanco y en la portada estaba este hombre sonriente con los brazos extendidos al cielo recibiendo pica pica en una noche al parecer demasiado exitosa. Lo abrí y empezó contando este hombre como es que conoció a su padre por primera vez a la edad de nueve o diez años. Y quedé atrapado hasta el fin de mi sentencia así que decidí llevármelo a casa prestado. Lo terminé y luego papá lo cogió y lo devoró en apenas dos días. Lo comentamos en algún momento y papá intercaló algunas de sus propias memorias y reconoció momentos y lugares de su pasado común con este escribidor maravilloso. Pero un día hubo que devolver ese libro.
Pasaron algunos años antes que tuviera un ejemplar similar en mis manos. Esta vez lo compré, lo relí y lo guardé/atesoré. Quedó allí pero de tiempo en tiempo volvía a él para leer algún pasaje (tal cual una biblia) y terminaba flotando en mi habitación por días hasta tener que volver a su lugar en nombre del orden y el aseo.
Una tarde de universidad conversaba con Javier y una cosa llevó a la otra y el libro terminó en sus manos. Fascinado, lo leyó y luego en un miniboom su mamá y su hermano se lo quitaban de las manos para devorar estas memorias que de manera tan fotográfica revivían la vida de este autor tan famoso y desconocido.
Finalmente, estas memorias volvieron a casa y han seguido desde entonces cautivando a tantos sucesivos, profanos y escépticos lectores que lo considero siempre la mejor carta de presentación de la literatura y cultura hacia aquellos que se resisten a la apertura de su mente y corazón a los placeres inescrutables e inútiles de la palabra impresa.
Entonces una tarde leí. Era un libro blanco y en la portada estaba este hombre sonriente con los brazos extendidos al cielo recibiendo pica pica en una noche al parecer demasiado exitosa. Lo abrí y empezó contando este hombre como es que conoció a su padre por primera vez a la edad de nueve o diez años. Y quedé atrapado hasta el fin de mi sentencia así que decidí llevármelo a casa prestado. Lo terminé y luego papá lo cogió y lo devoró en apenas dos días. Lo comentamos en algún momento y papá intercaló algunas de sus propias memorias y reconoció momentos y lugares de su pasado común con este escribidor maravilloso. Pero un día hubo que devolver ese libro.
Pasaron algunos años antes que tuviera un ejemplar similar en mis manos. Esta vez lo compré, lo relí y lo guardé/atesoré. Quedó allí pero de tiempo en tiempo volvía a él para leer algún pasaje (tal cual una biblia) y terminaba flotando en mi habitación por días hasta tener que volver a su lugar en nombre del orden y el aseo.
Una tarde de universidad conversaba con Javier y una cosa llevó a la otra y el libro terminó en sus manos. Fascinado, lo leyó y luego en un miniboom su mamá y su hermano se lo quitaban de las manos para devorar estas memorias que de manera tan fotográfica revivían la vida de este autor tan famoso y desconocido.
Finalmente, estas memorias volvieron a casa y han seguido desde entonces cautivando a tantos sucesivos, profanos y escépticos lectores que lo considero siempre la mejor carta de presentación de la literatura y cultura hacia aquellos que se resisten a la apertura de su mente y corazón a los placeres inescrutables e inútiles de la palabra impresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario