31/3/12

El Pez en el Agua

Una tarde de arresto en el colegio me puse a leer. Lo que para aquel adolescente bobo y temeroso que fui era el tedio de quedarse por dos horas más en el colegio, para el adulto de hoy sería la sublime oportunidad de alienarse del mundo y rodearse de palabras en papel de todas las maneras posibles durante 120 minutos que serían ínfimos. El arresto consistía en permanecer por dos ahoras en la biblioteca del colegio el viernes después de clases.
Entonces una tarde leí. Era un libro blanco y en la portada estaba este hombre sonriente con los brazos extendidos al cielo recibiendo pica pica en una noche al parecer demasiado exitosa. Lo abrí y empezó contando este hombre como es que conoció a su padre por primera vez a la edad de nueve o diez años. Y quedé atrapado hasta el fin de mi sentencia así que decidí llevármelo a casa prestado. Lo terminé y luego papá lo cogió y lo devoró en apenas dos días. Lo comentamos en algún momento y papá intercaló algunas de sus propias memorias y reconoció momentos y lugares de su pasado común con este escribidor maravilloso. Pero un día hubo que devolver ese libro.
Pasaron algunos años antes que tuviera un ejemplar similar en mis manos. Esta vez lo compré, lo relí y lo guardé/atesoré. Quedó allí pero de tiempo en tiempo volvía a él para leer algún pasaje (tal cual una biblia) y terminaba flotando en mi habitación por días hasta tener que volver a su lugar en nombre del orden y el aseo.
Una tarde de universidad conversaba con Javier y una cosa llevó a la otra y el libro terminó en sus manos. Fascinado, lo leyó y luego en un miniboom su mamá y su hermano se lo quitaban de las manos para devorar estas memorias que de manera tan fotográfica revivían la vida de este autor tan famoso y desconocido.
Finalmente, estas memorias volvieron a casa y han seguido desde entonces cautivando a tantos sucesivos, profanos y escépticos lectores que lo considero siempre la mejor carta de presentación de la literatura y cultura hacia aquellos que se resisten a la apertura de su mente y corazón a los placeres inescrutables e inútiles de la palabra impresa.

30/3/12

Yanacoto

Yanacoto es un lugar de San Miguel en el que hay muchos edificios uno junto al otro. En un tiempo vivió en esa calle y en uno de esos edificios una señora con algunas de sus hijas y algunos de sus nietos. El departamento en el que vivía tenía ventanas que daban a la calle y un día una de sus hijas llevó a uno de los nietos de la señora por algunas horas porque al tener ella que trabajar no tenía con quién dejar al pequeño. Estaban sus primos pero él quedó muy triste y miraba por la ventana el alejarse de su madre con tanta pena que cuando finalmente desapareció tras la esquina, él tuvo que limpiarse algunas contadas lágrimas.
En este departamento había dos o tres cuartos. En uno de ellos habían dos camas pequeñas y en una de las paredes, enorme, un póster de John Travolta en posición de baile en la película 'Fiebre de Sábado por la Noche' miraba intensamente. Había también en esa casa una mesa amarilla pequeña donde comían los más pequeños.
Los más pequeños de la casa eran dos hermanos, ella mayor que él por apenas un año y que era la responsable y obediente del dúo. Él era más bien travieso y con frecuencia involucraba en sus aventuras al pequeño primo visitante. Había también una grande que era pequeña, morena, divertida, eternamente en primer grado, consentida de la señora de la casa.
Tenía este departamento también una ventana que no daba a la calle sino hacia el interior del edificio. Un tragaluz. Era gracioso mirar desde esa ventana y ver hacia abajo, muy abajo esas personas como hormigas a quienes se les veía moverse pero no se les oía y constantemente salían y entraban de aquel cuadro claustrófobico. El pequeño nieto no entendía cómo esas personas estaban allí y vivían sin poder salir nunca a la calle, encerradas en aquel lugar.
Un día la señora ya no vivía en Yanacoto. Desapareció con sus hijas y nietos y el pequeño que se quedaba allí por horas esperando a su mamá nunca más volvió por esa calle.

29/3/12

Pistazo

Cuando uno juega fútbol en la calle, los arcos son dos piedras separadas por un número determinado de pasos. Se tienen que esquivar los accidentes del terreno como carros estacionados, jardines con arbustos, árboles y otros. Los baches en pista y vereda también pueden ser obstáculos a tener en cuenta.
Usualmente Kalebb y Juan que son los que mejor juegan disputan su derecho a elegir primero sus jugadores en un yankempó que ya empieza a azuzar las rivalidades de las siguientes horas. Los escogidos al último son usualmente los que peor juegan. Se juega con pelota de plástico y los goles son rodados.
Cuando pasa un carro el partido se congela y todos permanecesn en sus lugares hasta que se pueda reanudar la competencia. Desde un inicio también es necesario determinar hasta cuántos goles será el partido. Usualmente es a cinco goles pero muchas veces se juega hasta que caiga la noche o Kenny y Edgar se peleen o un sentimiento general determine que es mejor sentarse y que el partido es simplemente fallido y olvidable. Cuando no hay definición se juega a 'mete gol gana'.
En los partidos en la pista a veces se apuesta pero eso es las menos veces. Se escoge como arqueros a Luis y José, los más pequeños.
Cuando el partido termina se toma gaseosa y se come pan chalaco sentado en la vereda a la puerta de la tienda. A veces Tito desde la reja de su tienda acompaña en la conversación. Otras veces está Wendy en la tienda y no se une a la conversación, solo sonríe desde detrás del mostrador.
Después todos van a casa a bañarse y salen a la noche con la buena ropa que tengan y conversan de todo, incluso a veces del partido de la tarde.
Y así se acaba el día, cuando ha sido día de partido en la pista de la cuadra.

28/3/12

Doña Silvia

México organizó el mundial de fútbol del 86. Un año antes Perú fue eliminado primero por Argentina y luego por Chile para quedar fuera del repechaje y fuera definitivamente del mundial. El día que nos eliminó Argentina falleció doña Silvia.
En su casa, infaltablemente, cada domingo se reunían sus hijos, nietos y otros queridos familiares a pasar el domingo mirando fútbol, conversando o lo que fuera. Ella tenía una mesa de fantasía que se alargaba o se acortaba de acuerdo a la cantidad de bienvenidos. Durante horas las esposas e hijas, no todas todo el tiempo, se llamaban 'negra' entre sí y se organizaban en una cocina en ebullición bajo su batuta. El esposo de doña Silvia descansaba y era respetado en una hamaca, leyendo el periódico del día, en bividí y sandalias. Los nietos de doña Silvia eran amigos y se juntaban de acuerdo a las edades, algunos de ellos salían a caminar, otros preferían quedarse a hablar en alguno de los cuartos de la casa, otros jugaban en el jardín o en la vereda. Doña Silvia tenía muchos hijos y nietos.
Aquellos domingos para llegar a su casa había que tomar el Scania hasta la incipiente Plaza San Miguel y después coger el Valdiviezo hasta bajar en la D'onofrio con su penetrante olor a chocolare que llegaba a cuadras de distancia. Pero el olor que invadía la casa de doña Silvia no era ese sino el del té. Fortísimo, el olor provenía de algún mayorista cercano que sin querer proveía al barrio de un olor inconfundible.
16 años antes Perú eliminó a Argentina en la Bombonera. Ella supo desde siempre que sería Cachito quien haría los goles y supo también que Sta. Rosa nos haría el milagro. Solo había que prenderle una vela.
Doña Silvia era una señora de cabello gris y anteojos que tenía una casa maravillosa donde los domingos se reunían todos para verla llenarlo todo con su energía, su sabiduría y su fuerza interminable. Se le extraña mucho, a ella y a sus domingos.

27/3/12

Vómito

Un día, en el colegio, vomité. Era el primer grado y yo estaba sentado a unas cuatro carpetas de distancia de la señorita Emily. No recuerdo quién era mi compañero de carpeta.
Fue antes del recreo y mi malestar me hizo decir en voz alta que, justamente, me sentía mal. Pero ella no me creyó. Éramos 45 pequeñas energías, imagino que era difícil de manejar, así que probablemente lo tomó por algún tipo de engreimiento. Al poco rato repetí, esta vez que me dolía el estómago. O la barriga. Y entonces Diaz tuvo que ir al kiosko a pedir un vaso de agua para mi, le dijo la señorita Emily. Aún hoy no entiendo la relación entre dolor de barriga y vaso de agua.
Hasta que finalente sucedió. No pude comprobar los efectos medicinales del vaso de agua porque antes que Diaz llegara con tan prometedor remedio, mi desayuno se esparció sobre mi cuaderno Loro doble raya y por gotas un poco de él cayó desde el borde de la carpeta sobre el falso mármol del suelo de nuestro diario salón del conocimiento.
La señorita Emily sí debe haberme creído ahora porque se molestó mucho. Me gritó que era un cochino y sin disimular asco me cogió de mi mandil para llevarme hasta la puerta del salón.
- Anda al baño a lavarte, me dijo, así que fui.
Por mi habitual falta de iniciativa, llegué al baño y me paré junto al lavadero. Y allí esperé uno, dos, cinco, diez minutos a que alguien viniera a limpiarme pero nadie lo hizo. Quien sí llegó fue Castañeda a decirme que venía de parte de ella para decirme que ya vaya al salón. Pero ahora ella se molestó porque seguía cochino. El piso y mi carpeta ya habían sido limpiados.
Permanecí con vómito en mi mandil hasta el fin de clases, cuatro horas más tarde. Me recogió papá y me preguntó qué había sucedido, le conté. Recuerdo que se molestó pero no conmigo. No sé si reclamó o no, pero no me dijo cochino y volvimos a casa.

26/3/12

Yungay: HALL (1)

La casa de yungay no era en realidad una casa. Era un especie de minidepartaento con dos habitaciones, una sala, cocina, baño, un pequeño patio y lo que mi mamá llamaba el 'hall'. Este hall era lo que recibía a los visitantes, y tenía dos sillones y frente a ellos un librero de cerca de dos metros de alto con todo tio de temas y por allí entre tanto libro, una máquina de escribir.
También había frente a un sillón un equipo stereo en el cual poníamos long plays de Parchis, Menudo, Ray Connif, Rulli Rendo y otros. El piso de loseta tenía un diseño de motivos geométricos y el techo muy lejos de los niños por tanta altura y allí desde el centro mismo de este cielo raso un foco de 50 watts de los del tipo incandescente nos alumbraba con la gracia del sobreviviente de tanto tiempo de batallas.
La casa de Yungay era realmente antigua y contenía en ella detalles particulares que delataban sus trajinados años.

25/3/12

Pablo

Pablo es el muñeco preferido de mi hijo. Lo conoció una tarde en que yo trataba de enseñarle a ver televisión. Allí apareció, grácil, carismático, ensayando pasos de baile animados junto a cuatro otros amigos cada tarde a la hora de la cena.

Meses más tarde lo conoció en persona. Vino escondido en una bolsa multicolor, inmóvil en una semi caja a la espera de ser descubierto. Lamentablemente tuvo que pasar así la noche pues todos terminamos exhaustos luego de tal fiesta de cumpleaños. Por varias semanas Pablo cantó y encantó en inglés con cada golpe abdominal que recibía. Poco a poco, sin embargo, su voz se fue apagando hasta finalmente quedar mudo por la desidia de padre y madre que no juntan voluntad suficiente entre los dos para reanimar su vientre de baterías perecidas.

Pero Pablo a pesar de todo sigue siendo el favorito. Su silencio no ha hecho más que hacerlo aún más entrañable y compañero ideal de juegos. Hoy se sube cada día al carro rojo a pasear y se da amistosos besos con el osito Chiquitita, camarada de mudez que ha dejado de cantar su popular canción pero que coqueto mantiene el rubor en sus mejillas ante cada golpe en la panza. Ambos son azules y amarillos, fácilmente ubicables en este pequeño universo de marrones en el que viven.

Pablo descansa ahora con los ojos abiertos, como siempre, sobre la mesa de centro, sabiendo que mañana será otro día en el que su eterna sonrisa buscará y encontrará justificación en las manos de este pequeño que lo prefiere a donde va y a quien él parece también haber escogido como compañero de aventuras.

24/3/12

pizza

Las primeras pizzas que probé en mi vida fueron las de La Romana. Un par de veces papá llegó a casa como siempre, alrededor de las 10 de la noche y con su sonrisa de boca cerrada y sus ojos chinos hermosos traía en sus mano aquella caja de cartón que por su aroma prometía tanta alegría de tanta novedad.

Las siguientes pizzas que recuerdo fueron las de mi papá próspero y borracho. Luego de sobrevivir a una crisis económica agobiante, papá consiguió un trabajo que pagaba bien. Y allí estaba entonces él, cada sábado por la noche, llegando a casa, borracho de tanta felicidad con alguna de esas comidas que apenas 5 años antes él sólo podía mirar con los dientes clavados en el labio inferior de tanta impotencia de no poder ser feliz haciéndonos felices. Un sábado era chifa, el otro pollo a la brasa y de vez en cuando fue pizza. Pizza Hut. Y él nuevamente, allí sonriendo con sus ojos chinos hermosos, y su sonrisa cerrada y esa nariz borracha y la boca, incoherente.

Y después crecimos y tuvimos que buscar la felicidad por nuestra cuenta.

Desde hace año y medio he vuelto a comer pizza. Un día la pedimos, pletórica de carne para celebrar algún día sin nada que celebrar. Como llegó tarde a la semana siguiente tuvimos otra gratis, y sin pagar. Y la última pirzza la he comido hace minutos y mientras escribo se me antojó otro poco y con una mano como y con la otra lo describo y me acordé de esa sonrisa y esos ojos...

6 feet under

Six Feet Under es una serie que trata sobre una familia que a la muerte repentina del padre debe hacerse cargo del negocio familiar: una funeraria.

Es curioso como en ella la tristeza se logra ver. La melancolía emana y acompaña a cada una de las personas que participan de la vida que se nos va mostrando. Todos, buscando romper con ello, quieren transformarse en seres felices, alegres y capaces de disfrutar de la vida sin mayores cosas en las que tener que pensar. Pero allí tienen que estar, día a día enfrentándose a la única real tragedia de la vida. Y es ajena pero igual termina perteneciéndonos a todos.

Todos vamos a morir es lo que se nos va transmitiendo. Y es justamente eso lo que nos terminamos preguntando cada vez: ¿es esto de tener que morir una bendición o una tragedia? Es nuestra insignificancia algo q nos fortalece o más bien nos empobrece?

Somos nada y eso nos vuelve todo lo que tenemos. Piel, huesos, memorias, están aquí ahora y esto es lo que nos hace eternos.

22/3/12

Cómodo

Las pilas son un fastidio porque uno nunca termina de decidir lo q hacer con ellas.

Puedes siplemente botarlas a la basura pero eso está mal porque contaminas demasiado. Las puedes guardar a ver si en algún momento juntas voluntad para depositarla donde se debe. Hasta ahora nunca he logrado hacerlo, lo que habla, claro, muy mal de mi compromiso con la ecología.

Es realmente difícil ser ecológico.

Hay muchas banderas que sería bueno enarbolar. Sería bueno hacer del mundo un lugar mejor pero cuesta, literalmente, una vida. Por eso no es díficil comprender a quienes prefieren (preferimos) la propia comodidad al bien común. Es el camino natural de las cosas.

21/3/12

Cábala

Hay días en los que las cosas salen todas mal y es fácil atribuir aquello a alguna fuerza sobrenatural encargada de repartir las penas y las alegrías a su libre albedrío. Pero así como hay días malos, también los hay buenos. Eso, claro, es una verdad de perogrullo.

Con Javier solíamos llamarlo 'racha'. Buena racha, mala racha. Postulábamos que inmediatamente después de una buen racha, la deidad, alguna fuerza cósmica o simplemente el peso de las probabilidades nos haría pagar con sufrimiento cada una de las cosas que nos habían sido otorgadas. Por eso durante un buen tiempo, aúnada a la alegría de un triunfo venía la angustia de saber que el costo de ello aún no había sido cancleado en esta especie de sistema usurero de la felicidad que nos habíamos diseñado para justificar nuestra torpe desventura. Tanto así creíamos en ello.

Durante mi vida además he creído y lo sigo haciendo en fórmulas mágicas y arbitrarias capaces de torcer el orden del universo hacia mi favor. Es decir, creo en las cábalas. Recuerdo por ejemplo aquel collar cuyo uso me garantizaba que al salir de casa vería a mi platónico amor adolescente. Siempre se cumplió. También además por un tiempo mi sola presencia en el estadio hacía que la U perdiera partidos increíbles en minutos menos creíbles aún.

Hoy mi cábala más enfermiza y recurrente es la de terminar escaleras con el pie derecho. Cuento los escalones, calculo con la mayor anticipación o memorizo la paridad o imparidad de los escalones a fin de saber siempre que terminaré el fugaz viaje con la diestra desenvainada.

20/3/12

Facultad

Tengo frente a mi un billete de 20 soles. En él aparece Raúl Porras Barrenechea, un historiador para quien trabajó durante algunos años el premio nobel Vargas Llosa. Ambos son sanmarquinos.

Desde siempre tuve de San Marcos la imagen romántica de una universidad de jóvenes que querían cambiar el mundo, idealistas, ayudados por una capacidad y curiosidad intelectual escasa por estos lares, inteligentes, cultos. Es por eso que simpre que cruzaba por mi mente la idea de estudiar alguna carrera sabía que la única opción para hacerlo era allí.

Así que un día aparecí allí, cachimbo, con la ilusión de encontrar las abejitas del video de No Rain. Pasaron pocos días para darme cuenta que estaba en el lugar equivocado, que lo que pensaba que esa San Marco, solo existía en mi retorcida imaginación. Era cierto que había jóvenes, q no eran pudientes, pero estos carecían de la más mínima aspiración intelectual, con muy contadas excepciones. Las aspiraciones generales iban más bien por el orden no de romper el status quo sino de poder acomoddarse en él. Conseguir el título, encontrar un buen trabajo y poco a poco ir siendo adoptado por esa burguesía que entonces los rechazaba. De investigación, nada, de proyectos, nada.

Eso era a grandes rasgos la facultad de administración de San Marcos mientras estuve en ella, un lugar en el que se obtenía el requisito necesario para lograr un trabajo medianamente remunerado y que te permitiera la tranquilidad económica que tus padres querían buenamente para ti. No debo haber sido muy ajeno a ello puesto que me quedé alli muchos años a terminar una carrera que recién después de terminar he aprendido a querer y apreciar.

19/3/12

Luis y los Camargo

Había una vez, en un rincón de Magdalena, una licorería llamada Seguel que determinó el destino de el barrio al cual pertenecía. En aquel barrio, vivían los Camargo, familia de interminables hermanos que significaron durante mi niñez, la personificación del mal y sus poderes.
Los Camargo asaltaban. Yo via a los mellizos robar una guitarra a dos niños de unos 9 o 10 años que volvían del colegio a las 2 de la tarde. Los vi además un día pedir Halloween disfrazados convincentemente de asaltantes de bancos con sendas medias de nylon cubriéndoles las cabezas.
Los Camargo también jugaban fùtbol en el oratorio de Magdalena, donde atemorizaban a tantos con sus bravuconadas. Jamás me hubiera atrevido a enfrentar a alguno de ellos.
Pero Luis, mi amigo, lo hizo. Una tarde yo lo vi enfrentarse abiertamente a uno de los mellizos que lo empujó para quitarle su lugar en el lavadero de donde Luis tomaba agua del caño. Luis lo enfrentó pero fue rápidamente cogido del brazo por alguien más que, al igual que yo a la distancia, sabía los poderes que mi buen amigo con coraje enfrentaba. Sin embargo, el insistía en defender lo que le pertenecía. Aquel día tuve vergüenza de mi cobardía y secretamente felicité a mi compañero por su bravura sin que nadie, ni siquiera él, lo supiera.

SHOPPING

Ir a comprar ha sido siempre, para mi, algo complicado de hacer.

Un día del 96 recibí lo primero que podría ser considerado un salario y por los siguientes días recorrí el centro de Lima en búsqueda de algo en lo que valiera la pena gasta. Compré ropa, cassettes piratas, videos porno,libros de segunda, revistas usadas, jornadas interminables de pinball. Pero nada logró satisfacerme.

Desde entonces, he tenido regularmente sucesivos fines de mes en los que una recarga financiera me permitía el lujo de pensar en que gastar algunas monedas. La amarga verdad, sin embargo, es que hasta el momento nada ha logrado hacerme sentir satisfecho. Ha habido felicidades intermitentes y tristes pero casi ningún objeto ha logrado convencerme de ser un comprador sagaz.

Uno tras otro se han sucedido zapatos que se encogían o se alargaban al día siguiente de comprarlos, ropa cuyos colores me avergonzaban a las pocas horas de poseerlos, artefactos que a los pocos días dejaban de funcionar o lo hacían mal y de mala gana, comidas que provocaban vómitos o enfermedades, apuestas fallidas en las que dejaba mi esfuerzo en manos ajenas y desconocidas, victoriosas gracias a la perversión de sus estadísticas.

Por eso temo siempre las compras, hacerlas, decidirlas, pues por experiencias sé que me llevarán al mal rato de comprobar que una vez más he quedado en el camino, derrotado por vendedoresde pericia indescifrable para quienes soy apenas un rival de segundo orden.