13/6/13

Horóscopo

Los vasos estaban hechos de ese vidrio grueso y opaco que usualmente se utilizan en tales reducidas imitaciones de chopp. Alucinaba mirar esas figuras con los nombres castellanizados de cada uno de los signos del zodíaco y las fechas correspondientes y terminarse el jugo que había preparado doña Silvia. O el té o la leche, lo que fuera. Las otras generaciones allí conversaban, una recostada en una hamaca eterna la otra de visita, siempre con algo que leer en las manos, quizás esa tarde con una guayabera puesta, la televisión encendida.
Entonces cabía preguntarse donde estaba Leo, el signo que correspondía a esa última generación todavía en  la era del asombro. Dos vasos sobre la mesa pero uno eran los gemelos y el otro el cangrejo. Leo debía ser león, dedujo y miró hacia la cocina pensando que quizás podría encontrar aquel vaso al alcance de sus pocos centímetros, así, sin molestar a nadie que hasta hoy no le gusta causar incomodidad. Se fue acercando sigilosamente, un paso cada vez, como quien se resiste pero no puede evitar la atracción del descubrimiento, de la búsqueda por la búsqueda, de encontrar al menos una respuesta en el día de hoy que como todos los demás acumula preguntas incoherentes y de las otras.
La cocina por supuesto, no tenía una puerta, solo había que cruzar ese umbral amplísimo y así lo hizo. Allí estuvo en esa oscuridad que se aceleraba con cada centímetro que se alejaba de la sala. El ligero desorden de platos y cubiertos daba esperanza que resultó vana. En un respostero, alto, inalcanzable estaba el animal. Un león en contornos rojos, las fauces abiertas, amenazando a diez platos inertes. Ese era él cuando una voz grave lo llamó desde la sala. Era hora de irse. Despídete de tu abuelo, le dijeron.

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