1/6/13

Atún y galletas

Era la primera excursión juntos. Seis almas decentes, bondadosas, con futuros inciertos e hipotecados a una universidad tan antigua como decadente decidieron que ya era hora de partir hacia destinos más lejanos que el billar del chino Hachís o la fonda de la tía Constructora. Se subieron a una cúster con rumbo a Chosica pero por pagar medio pasaje fueron abandonados en la avenida Grau pre-vía expresa. Con enormes maletas, se miraban unos a otros sin encontrar mayor solución que esperar con la paciencia en sus rostros deprimidos. Finalmente, más tarde de lo debido lograron arribar a una Chosica donde ya no los esperaba el micro que los depositaría al finalizar la tarde en San Pedro, aquel pueblo antesala a las figuras espontáneas de Marcahuasi en las alturas. Tuvieron finalmente que tomarse un taxi hasta allí, a donde llegaron a la noche oscura, la plaza principal que apenas se perfilaba en sombras. Comieron, durmieron y entonces ya era el día siguiente.
La comida más deliciosa de la vida es esa que se consigue luego de caminar por horas y durante varios kilómetros a miles de metros sobre el nivel del mar junto a los amigos de un momento para llegar a un campamento inútil bajo decenas de nubes tan lejanas y ajenas como el sol que te hierve en las sienes y en la nuca.
Atún y galletas fue lo que se comieron al llegar, tirados sobre la roca y la hierba, las mochilas alrededor,  descansando de sus espaldas, sonriendo y haciendo chistes absurdos con la boca llena y el corazón a plenitud.

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