Fui fujimorista y alenté su triunfo electoral en 1990 ante aquel demonio de la derecha que representaba Vargas Llosa. No entendía muy bien de que iba la cosa pero en aquella campaña seguí cada día los titulares de Página Libre que iban dando cuenta del recordado tsunami que finalmente logró derrotar al "candidato de los ricos".
Para el 5 de abril lo único que me incomodó fue el hecho que a causa del dominical y nocturno anuncio, se suspendió la emisión de la Serie Rosa. Al día siguiente no hubo clases y eso equilibró bastante mis ánimos. Eran tiempos de La Cantuta, Barrios Altos, grupo Colina, pasaban cosas importantes pero mis hormonas ocupaban los pensamientos de esa adolescencia confusa como todas nada especial en realidad.
Quise que ganara Perez de Cuellar en 1995 pero no me afectó demasiado su derrota. Es decir, estuve tan deslumbrado como todos por los grifos nuevos en casi cada esquina, la cuasi derrota del terrorismo y las gracias del chinito curioso que salía en Aló Gisela y Ferrando.
En el 98, en pleno mundial, me uní a la resistencia y me sentí rebelde pegando carteles de madrugada y marchando hacia palacio de gobierno, portando alguna pancarta y gritando consignas contra el dictador.
Para el 2000 ya no participé activamente pues mi esperanza había declinado considerablemente pero celebré cada pequeña victoria de la valiente oposición que se jugaba la vida para salir de todo el excremento en el que estábamos sumidos.
Hoy pienso que Fujimori está bien dónde está. Soy también de la idea que debe morir preso porque le hizo mucho daño a nuestro país. A su falta de escrúpulos le agrego su cobardía, dos de las características más detestables en cualquier ser humano. Nos envileció, cambió nuestra escala de valores a una que nos degradaba como seres humanos.
Estoy feliz de que se le haya negado el indulto porque no lo merece y porque además me resulta chocante la falta de dignidad con la que se usa a sí mismo para intentar manipular a la gente que aun lo cree algo de lo que dice. Ni siquiera tiene la dignidad de morir en su ley, es un cobarde. Es prepotente y así lo son también sus seguidores. Es un asesino que no merece compasíón.
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