18/6/13

Callejón sin salida.

Era un día de protestas en la Lima de los años treinta. O veintes. La cosa estaba movida, es lo que interesa. Por un lado los obreros se enfrentan con consignas a una policía que mantenía quizás en aquel tiempo algo de la decencia que hoy le es prácticamente inexistente. No es cierto que unos pocos policías corruptos denigran el uniforme. Es al revés. Unos pocos lo salvan, lo demás es todo corrupción y de la triste, la indigna, la que se vende literalmente por unas monedas.
Entonces no solo eran los obreros, los estudiantes también habían salido a las calles. Vociferaban con un libro en la mano, el saco que marcaba en la mayoría de ellos un origen de clase alta, educados para gobernar el país. Jóvenes que aún no habían caído bajo la influencia idiotizante de una caja boba indispensable en cada hogar del planeta y balnearios. 
La policía pues no era tan corrupta pero era más violenta. No había tanto derecho humano, ni tanto juez. El comunismo, el aprismo, todos delitos que no era necesario comprobar. Estalla la represión, la chispa es desconocida o con mayor seguridad inexistente. Corren por sus vidas y por su libertad cientos de jóvenes universitarios, siempre con el libro en una mano, el caos se apodera de las calles. La Colmena, el Parque Universitario, hasta la Plaza San Martín, todo es una gran sabana donde depredadores de uniformes verdes corren tras presas indefensas que solo cuentan con el puño izquierdo en alto, la lucha de clases, los siete ensayos. SEASAP. Los obreros también se dispersan, tienen que huir pues sus familias los esperan para que las alimenten, cinco, seis hijos, ya se dijo, la caja boba todavía no anestesiaba a las sociedades, una mujer abnegada que se encargaba de criarlos y el marido de fábrica en fábrica, de calle en calle buscando que le paguen sin sentirse explotado.
Algunos de esos obreros alcanzan el Jr. Azángaro, los persiguen los verdes, todo es corriendo, nada de persecuciones de Hollywood, todo sucede en blanco y negro, con gomina en el cabello y el rostro blanquísimo. En ese mismo jirón se refugian algunos estudiantes. Todos corren pero ahora hay dos que van juntos, aparte de las manadas que los protegían. Uno con el libro en la mano, el otro recién salido de la fábrica donde hizo muchas más de las ocho horas que hoy reclama. Corren juntos y sin hablarse planifican como escapar, su captura es inminente.
Perdidos ya, se meten a ese callejón, corren hasta el fondo y atrás siguen esos policías. Al encontrarse con la pared se miran por menos de un segundo, dan media vuelta sincronizados y sus espaldas se recuestan en esos ladrillos fríos. Los ven acercarse pero ninguno se rinde. No se sabe quien fue el primero pero al final ambos caen abatidos.
Sus cadáveres yacen uno junto al otro al fondo de ese callejón, en una cuadra del Jr. Azángaro, a media cuadra de La Colmena
Esta historia simboliza la unidad obrero-estudiantil.
Años más tarde un señor le contaría a su hijo esta historia y ese niño nunca la olvidaría.

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