2/6/13

1991

El primer partido lo escuchamos con el viejo, echados en la cama en la vieja radio Panasonic en la que siempre escuchábamos la radio y él sintonizaba sus emisoras de otras latitudes. Era contra Cristal y había que ganarlo para poder ir a la Copa del año siguiente. Fue empate y cada penal fue sufrir juntos la tensión y la esperanza de poder sacarlo adelante. Nunca olvidaré el apellido Cáceda que fue quien falló el último penal, el que le dio el título a Cristal, campeón y ahora nos quedaba todavía el segundo lugar, la esperanza de ir como subcampeones a la copa. 
Cuatro días más tarde, el domingo, fue ese partido, a las tres y media de la tarde. Contra el Boys. No lo seguí, lo olvidé y esa tarde, jugamos un picado (como le llamaba el ratón Silva) en la calle, esquivando autos, baches, árboles. Cuando ya caía la tarde, fueron los Kennys quienes me lo recordaron.
- Hoy día juega la U.
Ellos son de alianza.
Buscamos alguien que nos diera razón. No había nadie. Solo pudimos encontrar a un taxista estacionado a media cuadra, esperando a alguien, escuchando la radio. Yo no me atreví a preguntar pero lo hizo uno de los hermanos. 
- ¿Cuánto quedó la U? fue la cacofónica pregunta.
- Perdió.
Y esa palabra fue un puñal al corazón, al orgullo, que nunca pensó aquel pre-adolescente que era yo que la U pudiera perder dos partidos seguidos que lo dejarían fuera de la Copa y a sus hinchas como yo a merced de esos hinchas que perdida la esperanza de ver ganar a sus equipos se consuelan viendo derrotados a sus rivales.
En fin, que yo estaba solo y ellos eran tres. Yo tenía 13 y ellos tres eran mayores que yo. Así que me fui pero me siguieron. Por 50 metros los oí burlarse a mis espaldas. Reírse de mi por ser de la U, cantar canciones que se suponían debían hacerme sentir que era un perdedor. Solo sentí rabia. Me siguieron hasta la puerta de mi casa y cantaban los tres al unísono que los hinchas de la U nos creemos argentinos. No supe responderles. Mientras maniobraba la llave volteé a mirarlos y sin saber porque, sonreí. Al entrar a casa, caí sobre la cama, la misma cama desde la cual había oído el partido anterior y sin que nadie me viera, lloré de rabia.

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