Siendo las 10:58, escribiré hasta las 11:13 como lo planeé hace casi diez años. Como lo hice por varias semanas entonces y luego apenas esporádicamente. Lo haré hoy y lo seguiré haciendo cada día y quizás alguna vez nuevamente dejaré de hacerlo. Pero esta noche me siento en esta incómoda silla giratoria y me enfrento a la ballena blanca.
Ha sido una década larga que se acaba en pocos días.
Una década de vivir con ella que es infinita. E infinita e infinita e
infinita… De conocer a dos locos bajitos que me malcrían y me enseñan lo que
debe ser la vida. De entender a esos dos viejos que me cobijaron desde que nací
y a quienes me quiero seguir pareciendo. De aprender a treparme en cuatro
ruedas y cantar a todo volumen por el tráfico de mi ciudad. De llevar mi
distracción a todos lados en el bolsillo derecho. De aprender a odiar a todos
los políticos. De vivir la clasificación a un mundial. De reencontrarme con la
última vocal. De amar el mercado de mi casa. De maltratar al piano. De enseñar
aunque no quieran y aunque a veces sea yo el que no quiera. De jugar al fútbol
sobre pasto falso y también de correr y correr cada vez más lentamente por
asfaltos grises. De jugar con legos. De no leer lo que debo ni lo que quiero.
De escribir sin constancia. De descubrir San Juan y Puerto Supe. De volver a la
cuadra 3 de Yungay aunque solo fuera un ratito. De perseguir la pelota
nuevamente en el Humboldt. De ir al estadio para ver a un beatle y cantar. De
ese amigo que resultó que se había vuelto escritor. De los Topojuegos. De los
viajes… Y de este 2020 de Covid, miedo y resurrección.
11:13
15 minutos.
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