Nadie se había ido a dormir y todos estaban frente al televisor. Esa noche no vería La Serie Rosa como los domingos anteriores. En vez de eso, la familia había puesto el canal 5, con un documental sobre las microscópicas criaturas que pueblan nuestra vida cotidiana, ácaros, animalillos, insectos minúsculos. Madre era quien más lo disfrutaba, pues celebraba cada nueva información con comentarios amenos, que los demás aceptábamos de buena gana. Hasta que se interrumpió la programación.
“Va a hablar el chino”, dijo madre. Y habló. Mientras tanto él, escuchaba ese pedazo de la historia y lo único que le preocupaba era que ahora sí, definitivamente, no vería la Serie Rosa. El mensaje a la nación le pareció uno más de tantos que ya había vivido. Recordaba a los ministros de economía del gobierno anterior, que anunciaban los ajustes económicos y luego todo era tristeza en la casa. Pero estaba claro que esta vez la economía no era el tema de turno. Todos escuchaban en silencio y pasada ya la hora de la Serie Rosa, la esperanza se había esfumado. Tendría que esperar hasta la siguiente semana. El documental no volvió, las noticias coparon los cinco canales existentes al momento. Lo más importante para el imberbe pajero de 13 años no era que su país había caído en dictadura una vez más. Lo que le provocaba la sonrisa babosa con la que se fue a dormir era el enterarse que las clases del día siguiente, 6 de abril, habían quedado disueltas, di-suel-tas. En eso pensaba, acostado en la cama baja del camarote. Afuera, la década se encendía y empezaba el fin del siglo veinte aunque nadie quisiera saberlo aún.
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