... así que esperábamos y ante cada aparición a cuatro cuadras de distancia de algún amarillo paquidermo embotado y sobre ruedas, los aspirantes a viajero se agitaban y se espiaban mutuamente queriendo adivinar cuanta agresividad y decisión habrían de enfrentar en su camino al ansiado estribo de un bus cualquiera en aquella tarde de limeño gris.
48,59 y fallamos por uno , hijo. Una 58 fue imposible pero la siguiente ha de ser nuestra recompensa a tan penosa espera. Verlo hoy en este recuerdo provoca un profunda pena y nostalgia.
Cuando llegó la 59, fue la violencia de los ochentas, de empujar y alcanzar, la supervivencia del más fuerte, ahora el miedo era caer, solo los pies y las manos sosteniendo un cuerpo a merced de los vientos helados provocados por un bus citadino en emergencia y en una marcha inacabable. Las calles eran desconocidas pero debían llevar a aquel colegio por primera vez. Y así fue.
El siguiente capítulo sucede a la puerta del colegio. Una hora tarde para una clase de dos horas. Forcejeo verbal que lleva a autorizar el ingreso y hay otros como uno (pero que honestamente no tanto como uno) jugando despreocupados en un patio de rayuelas amarillas en el cemento y maceteros enormes donde sentarse a descansar. Allí pues, hubo que sentarse a descansar para lo que vendría después.
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