Charo llegó un domingo alrededor del mediodía. Edgar y yo habíamos vuelto del oratorio y conversábamos sobre cualquier cosa sin ganas de entrar a nuestras casas. El camión se estacionó a tres metros de nosotros y Charo saltó del asiento del copiloto con sus tetas sin sostén bajo su polo piqué. Fue hacia atrás y dio un par de indicaciones para que dos adolescentes arrancados de algún partido de fulbito dominguero abrieran la puerta trasera y uno de ellos saltara y recibiera una mesa de noche de patas rococó y la pusiera en el jardín de tierra que rodea el árbol junto a la quinta. Charo apenas nos miró y llave en mano llegó hasta la puerta G, nosotros sí siguiendo cada uno de sus movimientos. Lo vimos desaparecer dentro y una voz interrumpió nuestros confusos pensamientos.
- ¿Qué letra dijo el cabro?
Aquella pregunta nos terminó de dar la respuesta que tan desesperadamente necesitábamos después de misa.
Los dos muchachos pasaron entre nosotros cargando una cocina a gas sin el balón, los rostros compungidos por el esfuerzo físico. En la cabina, el chofer leía un Bocón mientras masticaba un palillo de dientes. Por momentos murmuraba comentarios sobre lo que leía que no llegábamos a comprender. Desde que todo empezó Edgar y yo no habíamos dicho una palabra y por alguna razón evitábamos mirarnos. Nuestra vista pasaba del camión al departamento G y viceversa. La pareja salió y volvió llevando cosas unas 3 ó 4 veces antes que el chofer se dirigiera a Edgar. Le mostró un billete de diez soles y le pidió que compre una gaseosa familiar. Edgar me miró antes de aceptar. Preguntó si Coca Cola o Inca Kola y que se pida vasos descartables.
Cuando Edgar salió hacia la esquina, el chofer volvió a su periódico. Yo continué en la puerta, apoyado en el muro izquierdo mirando con atención lo que sucedía. Cuando Edgar volvió le invitaron un vaso de gaseosa. A mi me lo ofrecieron pero lo rechacé. Unos diez minutos después me metí a mi casa, la letra H. La mudanza duró unas cuatro horas más porque luego oí un camión más de cargamento. A las cinco de la tarde ya no se oía nada y el domingo siguió, tan tranquilo.
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