10/10/16

Vive sucio

Los globos y los pompones de la fiesta siguen aquí. La gallina que no pondrá nunca ni un huevo está sobre el parquet y es más que seguro que mañana dará cientos de vueltas en la lavadora. Hay una guitarra al revés y un órgano que va a cumplir pronto 20 años de vida improductiva. Algunos cojines están en el suelo. Los carros de plástico están inmóviles aunque delante de ellos la vía esté libre.
El desorden es la vida y el orden que dura más de diez minutos es la muerte por exceso de higiene.
Cuando pienses que tu casa se ve linda porque está ordenada es mejor que un hacha te parta la cabeza porque esa es la única manera en la que creo que morirás sin sentir dolor, así como viviste. Ensucia tu pared con los lapiceros de tu madre, pinta de plumones los muebles de la casa, que se pierda el control remoto y sean días de días sin televisión lobotómica. Pega los pósters de tu artista favorito y al costado pega las figuritas que te tocaron del álbum del bien y del mal. O del más y el menos.
¿Cuántas veces habrás traicionado tus instintos? ¿Cuántas veces habrás dejado de vivir para ponerte a limpiar? Limpias tu vida de emociones, vegetas en un mar de alcoholes desinfectantes porque tu vida es pulcra y no hay nada que te resucite.
Vive sucio.

15/9/16

Un octavo de gloria

Cuando Gerardo Carbajal ingresó al campo de juego, sus compañeros ya estaban reunidos abrazados en un círculo e inclinados hacia el centro del mismo diciéndose cosas unos a otros, alentándose y recomendándose lo mejor para el equipo. Cuando él llegó, se separaron y él no supo si arrancaría en el equipo titular.
Nadie se le acercó, entonces tuvo que contar a quiénes estaban en el campo y al notar que faltaba uno, se animó a ingresar y coger la posición derecha en la que había estado practicando durante los últimos tres meses.
- Gerardo, allí no. Allí juega el Gallo, ahorita viene, pásate al otro costado -  escuchó que le decía Tony el Payaso en un susurro de casi diez metros.
Así que así lo hizo. Se fue hacia la izquierda y empezó a dar de saltitos en su lugar con la esperanza de que eso sirviera para algo en su afán de terminar el partido sin calambres. Recién entonces reparó en los gritos desde el borde del campo. ¡Vamos Sucre! gritaba una voz femenina. Varias voces masculinas gritaban indicaciones apresuradas pero nadie le hablaba a él. Volteó a mirar solo para confirmarlo. Lo confirmó.
En todo ese tumulto, escuchó el silbato y su rostro se volvió serio. Durante los siguientes 20 minutos, nada más importaba que los quince jugadores que se encontraban en el campo. Corrió como nunca Gerardo, recuperó balones a pesar de no estar en el lado que más le acomodaba. Dio los pases necesarios para ganar el partido pero los delanteros no estaban en el día correcto. Algunos gritos de la tribuna entonces se empezaron a dirigir a él. Él mantenía su seriedad aunque sentía un orgullo profundo. Sería el jugador del partido, eso lo sabía de sobra y seguramente todos quienes miraban el partido.
Hasta que llegó el minuto 18 del segundo tiempo. A pesar de sus refinados, eficientes esfuerzos, el empate permanecía. Los arqueros venían logrando su objetivo de cada partido, el cero en cada arco presagiaba si no alegría, al menos una mutua resignación que dejaría satisfechos a pocos. Entonces Gerardo recibió el balón. No, mejor aún, lo recuperó. Se lo robó a un jugador alto como basketbolista que no pudo impedir que tras obtenerlo, Gerardo partiera a velocidades cósmicas de barrilete, imparable entre los resquicios minúsculos que se le iban presentando metro con metro. Los rivales quedaban regados por el suelo y solo quedaba como escollo final el portero hasta ese momento invicto que se acercaba decidido a arrebatarle el sueño de las últimas semanas. Meter gol, ganar, ser el héroe. Lo vio venir y una divinidad invisible le dictó lo que debía hacer. Amagó hacia la derecha y salió por la izquierda, impredecible, el arquero ridiculizado intentó reponerse pero ya le fue imposible, todo el arco a su disposición y Gerardo marcó el gol de su vida. Disparó un tiro suficiente y salió con los brazos abiertos a recibir la recompensa de la gloria que le esperaba en esos hombres pintados de blanco que corrían hacia él para abrazarlo. El grito de la gente llenó sus oídos, miró al cielo, agradeció en silencio, mil brazos lo rodearon.
No faltó nada y el partido terminó. Todos lo esperaban a la salida del campo, querían abrazarlo por su oportuna genialidad. Pero entonces escuchó que gritaban su nombre a sus espaldas. Volteó a mirar quien lo llamaba y se tuvo que acercar.
La señorita sentada a la mesa le preguntó cuál era su nombre completo. Gerardo Carbajal, le dijo orgulloso, convencido que le darían algún premio por la hazaña del día. 
- Señor, usted no aparece en la lista del equipo titular, solo en la de los suplentes.
No entendía.
- Marisa, creo que los blancos han jugado con un jugador demás, parece que han jugado ocho - apuntó un hombre a la izquierda de la mujer.
Entonces, Gerardo contó en su cabeza las caras con las que había compartido el triunfo el día de hoy. El Maraca, uno, Trinchu-Trinchu, dos, Pacolo, tres, Paquirri, cuatro, el Gallo, cinco, quiso dejar de contar pero no pudo, el cabezón Pepe, seis, siete Chungcito. Y él, Gerardo. Carbajal.
En el siguiente minuto se confirmó. Su equipo había jugado con ocho cuando debía jugar con siete, Gerardo era entonces el octavo jugador, aquel por el que al final el Sucre perdió el partido en mesa y fue descalificado del torneo por los siguientes tres años.
Ya nadie lo quiso abrazar al salir, ni sus compañeros, ni el público.

30/6/16

Noche en la Vecindad

El llanto lejano de ese bebe se asemeja tanto al maullido obsceno que desde hace dos meses acompaña las noches frías. Los gatos son así, se instalan en la oscuridad del estacionamiento repleto de autos inmóviles y no hay como encontrarlos para hacerlos correr. Nadie tiene las ganas necesarias para perseguirlos o buscarlos. Hay que subir las escaleras acompañados de esos miau que se alargan y maldecir las potenciales desventajas de tener un animal callejero residente.
La televisión encendida en una novela también acompaña el silencio. Es el hombre de la voz gruesa que seduce a la inocente mujer cada noche. O quizás el programa concurso que arrasa en sintonía. O son simplemente las noticias de fondo que ya no nos dicen nada nuevo. Las muertes, la corrupción, los deportes.
Un bastón resuena escalón por escalón. Se le añade a cada golpe un resoplido cansado que emana regular de un cuerpo excesivo ya sin capacidad para poder tenerse en pie por sí solo. Dice unas palabras al aire helado, entre ruego a la vida y maldición de la misma.
Una puerta que se abre para cerrarse, las rejas sin aceite. Y las teclas que se hunden a ritmo de 6 por segundo intentan sin éxito (un fracaso más qué importa) describir la cotidianidad de esta colmena sórdida y nocturna que se apresta para el reposo.

29/6/16

Bobby

Hoy Bobby se perdió en un supermercado, la pena se instaló en nuestros corazones y nos fue imposible sacárnosla de encima. No queríamos mirarnos porque sabíamos que al hacerlo las lágrimas serían ineludibles, simultáneas, unánimes. Fuimos tres espectros de décadas diferentes y una bebe gigante que andábamos en silencio mientras las ofertas se anunciaban por los altoparlantes. Hubo una orden inicial, apenas segundos después de la tragedia, que nos conminaba a prestar atención a todos los carritos circulantes del supermercado, con especial énfasis en aquellas familias rodeadas de niños. Porque sabíamos que había sido raptado.
Un descuido de sólo diez segundos lo inició todo. La rana descansaba en los brazos de la bebe gigante sentada en su cochecito pero Bobby brillaba por su ausencia. Fue todo darse cuenta, volver sobre los pasos con una calma desesperación, pedir en silencio que aparezca en ese sobre poblado supermercado, pero había desaparecido tan rápido que era evidente que alguien lo había recogido del suelo y sucumbiendo ante su carita encantadora de perro obediente, cometió el maldito secuestro que nos tenía tal cual, con la noche encima, sin saber a dónde ir y buscando alguna solución que pudiera satisfacer nuestra sensación absoluta de haberle fallado a nuestro amigo fiel. No lo cuidamos y se nos fue, error imperdonable.
La ropa china barata, los productos lácteos y embutidos, lo que sirve para el desayuno, los productos de limpieza, la panadería, en ese enorme lugar con tanta gente, todo desaparecía, hasta el ánimo. Desesperado, miraba cada carrito y la esperanza se esfumaba. Ya ni sabíamos para qué habíamos ido hasta ese lugar, no era posible. Tantos días juntos, un miembro de la familia, peludo, de ojos inexpresivos, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Pero llegó ese segundo. Una bola crema junto a la nalga de un niño de año y medio que no tiene la culpa de nada. El carrito era empujado por su viejo secuestrador de Bobbys que es a quien hay que culpar. La mamá no aparecía aun en el cuadro. ¿Pero era Bobby? "¡Mira, allí está!" fue el grito y el pensamiento "por favor dime que es él". Y era. Nos acercamos furibundos, solo dos, dispuestos a todo para recuperar esa piedra angular que habíamos descubierto que nuestra familia tanto necesitaba. Era él y mientras uno lo recuperaba físicamente, el otro prevenía cualquier reacción adversa. Atrévanse a quitárnoslo y conocerán la furia de cuatro anónimos que aman a su peluche que es el quinto miembro de esa pequeña burbuja de vida y felicidad que tanto trabajo cuesta construir en medio de las lloviznas del invierno limeño.

12/5/16

Micro

Sube el payaso que no se pinta y los chistes son los mismos que el payaso que subió ayer. El chiste del feo, del que se mata por una mujer, los de bañarse. Si no respondes, eres el muerto en vida.
El balanceo es violento pues el chofer lleva prisa. El payaso mientras tanto, ahora está uniendo en matrimonio a dos pasajeros. Las risas aumentan. ¿Cuántas monedas juntará? Suena la marcha nupcial, un minuto después, la boda ha terminado.
Ahora bailará Parluchín. Pero primero el payaso quiere asegurar su trabajo. Así lo dice. Se acerca y las monedas van cayendo en el sombrero de lana. ¿Qué apodo me pondrá? ¿Qué me dirá cuando no le dé nada? Pasó y al verme escribiendo no dijo nada. Llega al fondo y se despide entre bromas.
Leo en el rostro de la mujer sentada a mi lado la decepción por no haber visto bailar a Parluchín. Termina la función.

11/5/16

ídolos

Al primero que recuerdo es a Franco Navarro. A mediados de los 80s gritaba sus goles al máximo de la limitada fuerza de mis pulmones incipientes mientras recreaba su celebración ante Chile deslizando mis rodillas sobre la loseta fría cual si fuera el verde pasto nocturno del estadio nacional de Santiago.
Una noche fui a ver campeonar a la U y el nuevo ídolo era el Diablo Drago. Lo más seguro es que esto se basara nada más que en la complicidad de ese apodo y ese apellido que complementaban sus goles de fuera del área en la liguilla inolvidable del 85.
Después vendría un largo período en el que escasearon y fuimos tan vitales que el fútbol nos servía nada más que para jugarlo y no para imitarlo ni mirarlo.
Llegó el 92 para poder escuchar por primera vez sobre este Carranza al que le gritaban que era lo más grande del fútbol nacional. Minutos después de oír que así lo llamaban apareció en la cancha y la canción sonó absurda, uno más de crema, obrero anónimo de ese 4-0 sobre Cienciano que inauguró mi adolescencia. Tuvieron que pasar dos semanas para verlo enfrentarse al enemigo de azul y blanco. El balón salió disparado a medio metro de su cara y esta evitó (quiero creer que voluntariamente) que llegara a nuestro arco y así convertirse en el empate de esa tarde. El Puma se apoderó de los 90s hasta su despedida en los inicios de los 2000s. Demostró que no se necesitaba ser lo más grande del fútbol nacional para justamente, serlo.
Después ya fui demasiado viejo para creer en ídolos, especialmente cuando el fútbol se volvió un negocio descarado.Viejo entonces, me dediqué a afirmar que 'todo tiempo pasado fue mejor.'

10/5/16

La mano de dios

En ese campeonato entre parroquias católicas, todos hacían trampa. Tenía yo 13 pero me inscribieron para el sub-12 y viendo al otro equipo no podíamos más que estar confiados de enfrentar a ese grupo de pequeños acompañantes de Blancanieves que ahora se dedicaban al fulbito en loza. Al parecer, en aquella parroquia, la torpeza de algún nuevo catequista sin conocimiento de la realidad limeña, lo había llevado a seguir las normas al pie de la letra y presentar un equipo dedicado a demostrar que lo importante es participar, no ganar.
Aparte de mi, un ex-amigo de la época pre-escolar al que le decían Peluca de Fierro, también simulaba una inocencia pre-adolescente que a la simple vista ya estaba diluida en el tiempo. Este partido estaba ya ganado de antemano y luego ya había que pensar en la siguiente ronda y pelear por la copa.
Existe algo llamado justicia divina.
Nos atacaron pocas veces y en una de ellas nos hicimos un autogol. Antes y después de eso el arco de ellos se mantuvo invicto por 100, 200, 1000 minutos, no importaba cuánto durara ese partido, jamás les haríamos un gol .Las manos del arquero eran las de dios, los pies defensores, los de algún santo con estigmas, los palos del arco, hechos de la cruz de cristo, la línea del arco no dejaba pasar las balas, su entrenador caminaba sobre las aguas. Fue imposible empatarlo y nuestro católicísimo Guido a un lado de la cancha se tiraba de los pelos por no poder hacerle un gol al juez de todo.
Desmoralizados, terminamos el partido entre recriminaciones en una torre de babel sin torre y sin las lenguas. Peluca de Fierro me echó la culpa y yo le eché un empujón. Guido no nos habló por una semana. Jamás me volvieron a convocar a ningún equipo del oratorio.
Amén.

8/3/16

Creer en la caca

Un día aprendí de mi viejo que la caca de pájaro, cuando te cae sobre la cabeza, da buena suerte. Y me lo creí redondo pues mi viejo es sabio y siempre lo ha sido como todos los viejos que han logrado llegar a viejos. Otro día aprendí que la caca, cuando es de perro y está en la suela de tu zapato tiene el mismo efecto.
Con el tiempo, se lo he repetido a muchas personas con quienes compartimos la caca animal en algún momento. Nunca creó en ellos el efecto que creó en mi escucharlo de los labios de mi padre sonriente. El asombro fue apenas perceptible si es que lo hubo y lo más que obtuve fue una sonrisa sin valor que me debían a causa de la amistad.
Me pregunto hoy si es que debería seguir repitiendo este mito absurdo (hoy sé que lo es) a las generaciones que me pisan los talones. No tiene ningún valor pues no solo es falso sino que además es poco divertido. Lo más probable es que su fecha de caducidad haya pasado.
Me pregunto también, sin conseguir responderme, por las razones que me llevaron a guardar en mí aquella información inservible. Lo atribuyo a la admiración general que provocaba la ciencia de mi viejo. Por como la firmeza de sus manos y la dureza de sus gestos me daba la certeza de su saber. Me doy cuenta también que obtenida esa credibilidad eres capaz de hacer creer al mundo lo que sea. Hasta que la caca es buena.

7/3/16

Elogio de la atorrancia

El ideal de todo peruano es ser atorrante. Sí, soy cordero y (creo que) hago lo que quiero. Reyezuelo de la cuadra 8 o de tu quinta del 375. Que la frase " el que puede, puede" sea la que mejor te describa. Eso sería la felicidad, esa envidia ajena que es tu progreso.
Hay muchas maneras de lograr tal sueño. Unos lo logran robando, otros sobornando, otros por la fuerza, otros insultando y algunos combinando todo eso. En el camino a la atorrancia hay competidores que quieren lo mismo que tú, hay los que te quieren ayudar para quedarse con las migajas que se te caen, hay los que te pondrán cabe porque en el juego de la vida todo vale y se juega hasta morir.
Ser atorrante es insultar, agredir, abusar, mentir y todo eso revestirlo de una crueldad gratuita que los demás te envidiarán pues lo acumulado en dinero, poder o lo que sea, te hace inmune e intocable y entonces, ¿a quién le importa el otro, a quién la justicia, a quién la piedad? Te cago porque puedo hacerlo, frente a todos y en colores.
Entonces, indefectiblemente, este diálogo se repetirá ad nauseam:
- ¡Qué atorrante!
- Sí pues. El que puede, puede.
Así confirmas que has conseguido finalmente tu derecho a la atorrancia. Felicitaciones.

3/3/16

Bracket

La primera mujer a la que se me antojó besar en la boca traía brackets. Nunca la besé es la verdad y lo más probable es que al mencionársele mi nombre el día de hoy, no recuerde siquiera que alguna vez hasta llegamos a compartir carpeta. En fin, que yo sí me acuerdo y que en ese entonces no pasaba día en que los restos de comida se le quedarán entre los alambres y que por tanto su aliento fuera el mejor guardián contra cualquier inoportuno buscafortunas de su inocencia.
Entonces caigo en la cuenta que mi boca también traía brackets. Dos. Fue todo lo que pudimos costear en la crisis inflacionaria de los 80s. Apenas dos y tuvimos que posponerlo indefinidamente. Se fueron cayendo con los años, por trozos apenas y quizás alguno de esos pedazos me lo pasé camuflado en la comida. Tras cinco años, apenas quedaba el pegamento dibujado en dos pequeñas manchas amarillas de los dientes de conejo.
Gracias a nuestro nuevo intento de esos cinco años después, conocí el cono norte. Para llegar a la clínica había que viajar más de una hora y cruzar el río, el trébol y respirar lo mínimo en la zarumilla. Esta vez me iba por mi cuenta en la 7. Varios viajes más tarde, abandonamos por segunda vez.
A la tercera va la vencida y ahora sí llegamos casi hasta el final. Una doctora milagrosa se interesó por el desastre que ocultaban mis labios y se lo tomó personal. Estos son los retos que persigue la vocación. Dos años de tratamiento más tarde, con la electoral ya en el bolsillo trasero, decidí, esta vez yo, que ya era suficiente. Fingí un viaje a Alemania (¡qué vergüenza!) y la obligué a que me liberara de tanto fierro retorcido.
Y desde entonces hasta ahora oculto tras el marrón de mi dentadura unas estructuras abandonadas a su suerte que el tiempo se encarga de derribar pacientemente. Me han acompañado en los besos que he olvidado, en las comidas que he acumulado y sobre todo, en las palabras que he callado.