10/5/16

La mano de dios

En ese campeonato entre parroquias católicas, todos hacían trampa. Tenía yo 13 pero me inscribieron para el sub-12 y viendo al otro equipo no podíamos más que estar confiados de enfrentar a ese grupo de pequeños acompañantes de Blancanieves que ahora se dedicaban al fulbito en loza. Al parecer, en aquella parroquia, la torpeza de algún nuevo catequista sin conocimiento de la realidad limeña, lo había llevado a seguir las normas al pie de la letra y presentar un equipo dedicado a demostrar que lo importante es participar, no ganar.
Aparte de mi, un ex-amigo de la época pre-escolar al que le decían Peluca de Fierro, también simulaba una inocencia pre-adolescente que a la simple vista ya estaba diluida en el tiempo. Este partido estaba ya ganado de antemano y luego ya había que pensar en la siguiente ronda y pelear por la copa.
Existe algo llamado justicia divina.
Nos atacaron pocas veces y en una de ellas nos hicimos un autogol. Antes y después de eso el arco de ellos se mantuvo invicto por 100, 200, 1000 minutos, no importaba cuánto durara ese partido, jamás les haríamos un gol .Las manos del arquero eran las de dios, los pies defensores, los de algún santo con estigmas, los palos del arco, hechos de la cruz de cristo, la línea del arco no dejaba pasar las balas, su entrenador caminaba sobre las aguas. Fue imposible empatarlo y nuestro católicísimo Guido a un lado de la cancha se tiraba de los pelos por no poder hacerle un gol al juez de todo.
Desmoralizados, terminamos el partido entre recriminaciones en una torre de babel sin torre y sin las lenguas. Peluca de Fierro me echó la culpa y yo le eché un empujón. Guido no nos habló por una semana. Jamás me volvieron a convocar a ningún equipo del oratorio.
Amén.

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