11/5/16

ídolos

Al primero que recuerdo es a Franco Navarro. A mediados de los 80s gritaba sus goles al máximo de la limitada fuerza de mis pulmones incipientes mientras recreaba su celebración ante Chile deslizando mis rodillas sobre la loseta fría cual si fuera el verde pasto nocturno del estadio nacional de Santiago.
Una noche fui a ver campeonar a la U y el nuevo ídolo era el Diablo Drago. Lo más seguro es que esto se basara nada más que en la complicidad de ese apodo y ese apellido que complementaban sus goles de fuera del área en la liguilla inolvidable del 85.
Después vendría un largo período en el que escasearon y fuimos tan vitales que el fútbol nos servía nada más que para jugarlo y no para imitarlo ni mirarlo.
Llegó el 92 para poder escuchar por primera vez sobre este Carranza al que le gritaban que era lo más grande del fútbol nacional. Minutos después de oír que así lo llamaban apareció en la cancha y la canción sonó absurda, uno más de crema, obrero anónimo de ese 4-0 sobre Cienciano que inauguró mi adolescencia. Tuvieron que pasar dos semanas para verlo enfrentarse al enemigo de azul y blanco. El balón salió disparado a medio metro de su cara y esta evitó (quiero creer que voluntariamente) que llegara a nuestro arco y así convertirse en el empate de esa tarde. El Puma se apoderó de los 90s hasta su despedida en los inicios de los 2000s. Demostró que no se necesitaba ser lo más grande del fútbol nacional para justamente, serlo.
Después ya fui demasiado viejo para creer en ídolos, especialmente cuando el fútbol se volvió un negocio descarado.Viejo entonces, me dediqué a afirmar que 'todo tiempo pasado fue mejor.'

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