Cada vez que Julián oía el sonido de pegapega a sus espaldas un impulso eléctrico le recorría las piernas obligándolo a dar un sobresalto notorio para cualquier acompañante ocasional o habitual. Era el cine y era Mirela. Atrás, un estudiante de esos universitarios y su mochila con velcro.
- ¿Qué pasó?
Las manos sudorosas y la explicación enredad en las tripas.
- Creo que tengo hipo.
Pero Mirela sabía desde que preguntó que aquello definitivamente no era hipo y más bien esperaba una respuesta más extravagante y menos evidentemente mentirosa. Ella gustaba de desenmascarar.
- Entonces ya debe venir otro, dijo.
Julián hizo como que estaba concentrado en la pantalla pero escuchó y supo que debía hipar una vez más para demostrar la verdad de su mentira. Segundos después le pareció tonto hipar si no tenía que hacerlo. Volvió a meterse en la película.
- ¿Y tu hipo?
- Ya me pasó.
No hubo mucha paciencia en su respuesta. Ella entendió que no era hipo y que al final ya ni se acordaba de como empezó tanta pregunta boba.
Terminó la película y salieron. El silencio era evidente y llenaba los vacíos interminables entre ellos. A él la película le encantó. A ella le pareció tan aburrido que terminara abruptamente y sin avisar. Él pensaba en las monedas que ya había gastado (S/. 35.00) y ella en que lo mejor de esta salida estaba por venir, cuando le contara a Vanessa lo mal que le había ido.
- ¿Te gustó la película?
- Sí, bien.
Y nuevamente el silencio.
El camino de regreso encontró a Julián mirando por la ventana del bus, la cabeza golpeando al ritmo del embrague y los frenos, mejor me hubiera quedado viendo Dr. House.
No volvió a llamar a Mirela, ya había gastado suficiente.
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