24/11/23

EL MÁS GRANDE

En su pequeño cuaderno, en vez de apuntar palabras en alemán que nunca le servirían para nada, tenía copiadas la letra de todas y cada una de las canciones que cada fin de semana desentonaba en el cemento de la popular norte del Nacional.

En su gorra negra, probablemente recuerde mal, también llevaba una U roja encerrada en un círculo también rojo. Y así en sus polos, sus casacas, en más hojas de más cuadernos.

Una tarde fuimos a matute, íbamos muy temprano porque pensábamos que si llegábamos antes el tiempo pasaría más rápido y ya serían las 3 y media para gritar que éramos mejores porque estábamos del lado crema de la historia. Y ese equipo maravilloso nos dio la razón con gol de Baroni y ya fuimos punteros nuevamente y hasta el fin de ese año.

Pero semanas más tarde no lo pudimos ver campeón porque faltando pocos minutos el Boys nos empató cuando ya planeábamos bajar a la cancha como sea y la celebración se pospuso una semana más. Esa tarde que terminamos en la comisaría de Radio Patrulla porque serenazgo nos llevó solo por llevar una camiseta. Esa primera camiseta que me regalaste con el número 19 del Ratón Silva.

Y así tantas.

Mi estimado “Willa”, me enseñaste una nueva forma de querer a la U que hasta entonces no había conocido. Querido amigo, después de tantos años, el reencuentro se imponía pero nos ganó el tiempo y la cuarentena. Esa noche del 8 de noviembre que será inolvidable para todos los de este lado (y del otro también), en nuestro grupo de whatsapp nos faltaba uno. Un audio de esa noche que vuelvo a escuchar de vez en cuando me dice que “Willy, desde el cielo, desde el cielo, desde el cielo nos apoyó tanto, vamos la U carajo!” y así me puse a escribir estas líneas que ojalá puedas leer.

2/12/20

KRISHNA (1)

En una de esas noches de diciembre, no hubo luz. Era común en ese año de racionamiento. Además, los autos llevaban todos parachoques de fierro para que la gente se pudiera sentar a conversar. Así que todos salíamos a las calles a ver qué había y lo que había era la oscuridad.

Quiénes estuvieron allí esa noche, es algo que hoy ya no se recuerda. Pero de lo que sí se tiene memoria es de algunos de los temas que se trataron durante la velada. Algunos sentados en la parte trasera del Volkswagen y otros de pie frente a ellos, el debate se centró básicamente en sobre si la luna era hueca como decía el libro o si eso no era más que una teoría del absurdo. Tras una discusión, por momentos acalorada, se llegó a la conclusión que quien debía saber eso era la mamá de Yuri pues ella gustaba de esos temas y además poseía una biblioteca envidiable sobre todo lo que fuera oculto y esotérico. Como el Baldor.

Y fue entonces que el buen Vladimar (nombre surgido de la combinación de Vladimir y Marx), empezó a contar cómo es que los hindúes se imaginaban el mundo, sostenido sobre elefantes. Y continuó con una mitología nunca antes oída por esos lares. “Es que tú eres krishna”, le dijo Adriel y era que hacía ya un tiempo Vladimar les había hablado de cosas parecidas, en una noche seguramente muy parecida a esta. Mencionó otro libro llamado el Bhagavad Gita y contó de Krishna y su hermano Arjuna y un mundo anterior y desconocido. O algo así.

Y tenían un templo al que Vladimar iba con cierta frecuencia y que estaba en el centro de Lima. ¿Y cuándo podemos ir? Vamos el domingo, si quieres. Ya, ¿a qué hora? A las cuatro. Vas y me tocas el timbre nomás. Vamos pues.

Hasta hoy se recuerda esa noche y cómo es que fueron el domingo siguiente al templo Krishna en busca de una identidad para ese adolescente desesperado que ya no sabía en que más creer. (CONTINUARÁ)

17/11/20

LAS NOCHES SIN AIRE


Nunca lo vio mientras se ahogaba pero lo escuchaba desde su cuarto. El cuarto que compartía con madre y padre, claro. Súbitamente, la voz de madre, justamente, deshacía la noche y junto a padre salían desordenados para ese otro dormitorio. Allí ya estaba hermana gritando nerviosa y de pronto se oía un primer intento profundo de aspirar lo que fuera de aire. Pobre hermano, los pedidos de calma no hacían más que impedirla. Él volvía a intentarlo después de varios segundos pero el aire le escaseaba y desde el otro cuarto uno pensaba que esta vez sí se iba a morir.
En medio de la noche, el escándalo era inocultable. En la quinta se encendían luces, algún vecino se asomaba a su ventana para oír bien la desesperación. Él igual, desde su cuarto seguía escuchando todo sin saber llorar.
Pero pasados muchos segundos, finalmente hermano escupía. Y el alivio volvía a la casa que poco a poco volvía a apagar sus luces y adormecidos sus habitantes, posponían el recuento de los hechos para después del desayuno.

15/11/20

CUALQUIERA

Uno vuelve caminando por las calles oscuras, satisfecho, está en el lugar correcto de la historia, lo que pide es de justicia, las mayorías lo exigen, sus redes sociales estallan fervorosas, todo está bien. Pero la noche es siniestra y los rostros han dejado la euforia por la incredulidad. Y pronto por la tristeza. Ve a personas llorar, allí en la calle, sin importarles que las vean.

Lo han matado.

Se pregunta cuál habrá sido. Quizás el de la casaca azul que le cubría hasta el cuello. O quizás el otro que viajó con él en el bus de ida y se sorprendió de encontrarlo nuevamente entre la gente. O ese que llevaba un casco celeste como nadie más lo tenía. O quizás alguno de los muchos que tenían un casco blanco, común y corriente. O alguno de los miles que llevaban shorts o de los miles que llevaban jeans. Pudo ser cualquiera, piensa. Y se mira el jean asqueroso de barro, tierra, no lleva casaca y por eso ahora tiene frío. No consiguió casco, así que solo llevó una gorra.

Llega a la casa, más oscura que las calles. Su perro se levanta perezosamente a saludarlo, cuando ve que no trae comida, vuelve a su cama. Él mira a su alrededor y apenas distingue las siluetas de objetos que le son familiares, no quiere prender la luz. Quisiera que le broten lágrimas. Quisiera poder decir que esto por fin será todo. Quisiera poder bajar la guardia. En cambio, se va a acostar. Le queda todavía mucha lucha por delante.

13/11/20

JODER

No hay que desmayar, hay que joder. Que no tengan un segundo de paz. Que cuando asomen las narices a las calles, todos a su alrededor los señalen. Y les digan lo que son, corruptos, golpistas. Que tengan marchas a diario en las puertas de sus casas, en sus centros de trabajo, en su camino al hemicirco o al palacio de desgobierno. Que las plazas estén llenas cada día, que las redes sociales se llenen de textos, de videos, de memes repudiándolos, ridiculizándolos, que los carteles estén en todas las ventanas, que la rabia se exprese siempre. Que les quede claro que no lo van a lograr.

Que vivan llenos de miedo y sigan disparando perdigones y lacrimógenas a ciegas porque de donde uno queda herido salen 100 más y no les alcanzará para poder con todos. Y joderemos tanto que muchas de esas basuras irán “cambiando de opinión”, pocos por convicción, los más por miedo y la voluntad que se está expresando en todos lados y a todas horas, terminará por imponerse.


Y cuando esta batalla (no la guerra) haya terminado, podremos abrazarnos un ratito. Pero solo un ratito porque habrá que seguir vigilantes, siempre vigilantes, porque ya la experiencia nos ha enseñado que lo van a volver a intentar, en navidades, en años nuevos, durante partidos de fútbol, cuando más distraídos estemos.

Y cuando lo hagan, habrá que salir a joderlos nuevamente. Porque ese es nuestro derecho, el más importante de todos.

11/11/20

EL OBRERO Y EL ESTUDIANTE

Él siempre cuenta historias que después no recuerda habértelas contado y entonces te las vuelve a contar. Pero esto no es más que un sutil artilugio pedagógico. Contadas mil veces, estas narraciones viajan de generación en generación, de padres e hijos, en la más sublime de las comunicaciones.

Por ejemplo la historia de Manuel Alarcón Vidalón y Salomón Ponce Ames. Existe una quinta en la calle Huérfanos, casi al final de la cuadra 7 de Azángaro que debe tener más de 100 años de existencia. Y debe ser así porque una noche de 1923, en esa quinta fueron acorralados y acribillados por la policía en su intento de escapar, un estudiante de letras y un obrero tranviario respectivamente. Estos participaban de una protesta contra una medida antipopular de la dictadura de Augusto B. Leguía. La historia cuenta que durante la marcha que partía desde la Casona de San Marcos, la multitud fue asaltada por la policía y atacada con caballos, sables y fusiles. La multitud intentó resistir pero terminó dispersándose, dirigiéndose un grupo de ellos hacia la calle Huérfanos. La policía, fiel a su tradición represiva y corrupta, persiguió a los manifestantes y es entonces que se produce el poético episodio en el que un estudiante y un obrero, huyendo de la represión, ingresan a la susodicha quinta. En su desesperación no se dan cuenta que han ingresado a un callejón sin salida. El muro que marca el final de la quinta es paredón para los guardias republicanos que los persiguen. Son prácticamente fusilados, uno al lado del otro y caen al suelo, muertos. De esta manera simbólica, se sella la alianza obrero-estudiantil para siempre y hermanos quedaron en la lucha popular que es el estado natural de la vida en una sociedad desigual como la del 1923. O como la de este 2020.

10/11/20

El chino y la Serie Rosa

Nadie se había ido a dormir y todos estaban frente al televisor. Esa noche no vería La Serie Rosa como los domingos anteriores. En vez de eso, la familia había puesto el canal 5, con un documental sobre las microscópicas criaturas que pueblan nuestra vida cotidiana, ácaros, animalillos, insectos minúsculos. Madre era quien más lo disfrutaba, pues celebraba cada nueva información con comentarios amenos, que los demás aceptábamos de buena gana. Hasta que se interrumpió la programación.
“Va a hablar el chino”, dijo madre. Y habló. Mientras tanto él, escuchaba ese pedazo de la historia y lo único que le preocupaba era que ahora sí, definitivamente, no vería la Serie Rosa. El mensaje a la nación le pareció uno más de tantos que ya había vivido. Recordaba a los ministros de economía del gobierno anterior, que anunciaban los ajustes económicos y luego todo era tristeza en la casa. Pero estaba claro que esta vez la economía no era el tema de turno. Todos escuchaban en silencio y pasada ya la hora de la Serie Rosa, la esperanza se había esfumado. Tendría que esperar hasta la siguiente semana. El documental no volvió, las noticias coparon los cinco canales existentes al momento. Lo más importante para el imberbe pajero de 13 años no era que su país había caído en dictadura una vez más. Lo que le provocaba la sonrisa babosa con la que se fue a dormir era el enterarse que las clases del día siguiente, 6 de abril, habían quedado disueltas, di-suel-tas. En eso pensaba, acostado en la cama baja del camarote. Afuera, la década se encendía y empezaba el fin del siglo veinte aunque nadie quisiera saberlo aún.