En una de esas noches de diciembre, no hubo luz. Era común en ese año de racionamiento. Además, los autos llevaban todos parachoques de fierro para que la gente se pudiera sentar a conversar. Así que todos salíamos a las calles a ver qué había y lo que había era la oscuridad.
Quiénes estuvieron allí esa noche, es algo que hoy ya no se
recuerda. Pero de lo que sí se tiene memoria es de algunos de los temas que se
trataron durante la velada. Algunos sentados en la parte trasera del Volkswagen
y otros de pie frente a ellos, el debate se centró básicamente en sobre si la
luna era hueca como decía el libro o si eso no era más que una teoría del absurdo.
Tras una discusión, por momentos acalorada, se llegó a la conclusión que quien
debía saber eso era la mamá de Yuri pues ella gustaba de esos temas y además
poseía una biblioteca envidiable sobre todo lo que fuera oculto y esotérico.
Como el Baldor.
Y fue entonces que el buen Vladimar (nombre surgido de la
combinación de Vladimir y Marx), empezó a contar cómo es que los hindúes se
imaginaban el mundo, sostenido sobre elefantes. Y continuó con una mitología nunca
antes oída por esos lares. “Es que tú eres krishna”, le dijo Adriel y era que
hacía ya un tiempo Vladimar les había hablado de cosas parecidas, en una noche seguramente
muy parecida a esta. Mencionó otro libro llamado el Bhagavad Gita y contó de
Krishna y su hermano Arjuna y un mundo anterior y desconocido. O algo así.
Y tenían un templo al que Vladimar iba con cierta frecuencia
y que estaba en el centro de Lima. ¿Y cuándo podemos ir? Vamos el domingo, si
quieres. Ya, ¿a qué hora? A las cuatro. Vas y me tocas el timbre nomás. Vamos pues.
Hasta hoy se recuerda esa noche y cómo es que fueron el
domingo siguiente al templo Krishna en busca de una identidad para ese
adolescente desesperado que ya no sabía en que más creer. (CONTINUARÁ)
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