7/7/13

La Biblioteca de Yuri

Dos casa más allá se podía encontrar la casa de Yuri. Se dice casa pero en realidad no se trataba más que de un apartamento como cualquier otro de los que había en la quinta. La luz en esa casa siempre era baja y el olor particular en ella remitía a una cera pasada con frecuencia, con fruición y entusiasmo enfermizo. Encierro, puertas cerradas, las ventanas enormes en cada habitación a ambos lados de la puerta de entrada que como todas se hinchaba bajo el calor de cada verano.
Entonces uno entraba y a la izquierda se encontraba el cuarto de Yuri. ¿Había un camarote? Probablemente. ¿Un escritorio? Es lo más seguro. Lo que sí existía era ese globo terráqueo de otros tiempos. Uno visitaba cada país con su capital y buscaba siempre el punto negro dentro del cual se ubicaba su presente. El Perú y su capital Lima, en su continente, el planeta Tierra y todo eso contenido en este cuarto cuyo piso de largos tablones crujía ante cada pisada. El caos creativo todo contenido allí y la curiosidad adolescente, juvenil de ese joven de enorme cabeza y un diente con corona de metal con tanta vitalidad y codicia de vivir que usualmente terminaba por dormir en ese lugar.
Había tanto que leer en esa habitación. Quizás había un librero, quizás no, pero letras y números existían por millones. El árabe que mira desde la tapa del Baldor promete muchas historias pero todo queda en números y muchos signos incomprensibles. Aquellas decenas de volúmenes misteriosos repletos de esoterismo, tabú y rebeldía buscaban aquella respuesta que algunos más años Yuri encontraría involuntariamente y no precisamente en sus páginas.
Una biblioteca tan diferente a la que había en casa, siempre dejando el sinsabor de no poder devorarla en los minutos y las horas insuficientes de cada visita.

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