22/7/17

La edad y los libros I

Acabo de recibir un concepto interesante de un libro que estoy actualmente leyendo, llamado "Pasión por los libros", el cual reúne una serie de ensayos acerca del interés y disfrute de la lectura. Según la original idea allí reseñada, existen ciertas edades para leer ciertos libros. Menciona por ejemplo "no leer a F. Scott Fitzgeral más allá de los 30 o no leer a Joyce más allá de los 50 entre otros. Me puso a pensar en cómo esto se aplicaría a los libros que he tenido la suerte de leer en mis 38 años de vida que pronto serán 39.
El primer libro que me viene a la cabeza es "Rayuela". Una novela caótica, explosiva, donde se ensalza la bohemia y el ocio creativo. Definitivamente una novela adolescente. Muy complicada para un niño y demasiada soñadora para un burgués de más de 25 años que terminada la universidad, está ahora dedicándose a rentabilizar su inversión educativa. Oliveira y sus secuaces no harían más que crear confusión en esa mente decidida que lo menos que necesita son dudas, sino más bien reafirmación en el cinismo de que las cosas están bien cómo están y no hay que perder el tiempo intentando cambiarlas sino más bien unirte a la carrera de ratas lo más pronto posible para así poder ver los beneficios cuanto antes.
"Conversación en la Catedral", otra novela monumental no debe ser leída durante la época escolar sino más bien durante la etapa universitaria. Todos somos Zavalita tratando de entender por qué la vida que estamos viviendo no es la que imaginábamos de niños. Buscando respuestas a la grisura de nuestra existencia, al hecho de que ninguna de las promesas se cumplió. Una última oportunidad que nos da la vida para poder desviarnos del camino correcto, ese que terminaremos descubriendo al final, que era el único incorrecto.
Un libro que hay que leer de niños es definitivamente "Corazón" de Edmundo de Amicis. A través del diario de este niño descubrimos que los niños todos estamos en las mismas. Que las preocupaciones que nos agobian y que sentimos que nadie más entiende son comunes a todos y que la mejor respuesta es siempre aquella que nace, justamente, del corazón.
Y finalmente, de adulto menor (definición precisa robada de un buen amigo), digamos de los 25 a los 30, un libro que se muestra ideal es "Las Venas Abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano. Un largo recorrido por la historia de esta región del mundo que como nos cantaron Los Prisioneros, no es más que un pueblo al sur de Estados Unidos. De como hemos sido sometidos (y lo seguimos siendo) por quienes son dueños del capital y de la fuerza y quienes ahora nos obligan a competir con ellos tras siglos de robarnos aquello que constituye justamente nuestra única ventaja competitiva. Para alguien que aspira a yuppie y que se piensa que el mundo está ordenado de manera correcta y somos nosotros los culpables de nuestras desgracias, este recuento de la infamia le puede dar la cuota precisa de izquierdismo que se necesita para dejar de ser un ciudadano incompleto.

4/7/17

Ladrillos

El juguete que más me acompañó en la vida han sido mis ladrillos. Los llamo así aunque la mayoría los llamara por su nombre comercial, Playgo. Hoy sé que eran la copia peruana de los famosos Lego, juguete que en aquel momento era imposible para los menudos habitantes de la vecindad.
Esa vez que volví del jardín y ya se venía la navidad, me las arreglé para construir un papá noel que terminó para mi sorpresa como adorno familiar junto al televisor durante esas navidades. Las más de las veces, sin embargo, los pequeños ladrillos se convertían en pequeños futbolistas de extraños cuerpos rectangulares que se deslizaban por la alfombra verde intentando introducir una pelota cuadrada en arcos construidos con sus prójimos. En aquellos partidos sucedían las cosas increíbles que ya el fútbol de carne y hueso en aquel tiempo nos empezaba a negar.
Ya para ese entonces su lugar era un cajón de frutas reciclado donde compartían residencia con muñecos de variadas carencias y rezagos de plástico que alguna vez se había vendido caro y ahora perdían su dignidad debajo de la cama, arrumados por el alma cachivachera de la familia.
No se sabe cómo, quizás fue durante la gran mudanza del 94 que los ladrillos desaparecieron de la faz de la tierra sin una segunda oportunidad sobre la tierra.

3/7/17

La Herradura

Para llegar a la Herradura había que reunirse muy temprano, cuando a pesar del verano, la neblina se apoderaba de buena parte del barrio. Cuando ya estábamos todos, caminábamos hasta la avenida Brasil, al mismo paradero donde tomaba la 10 para ir al colegio. También tomábamos la 10 pero la B, la que nos dejaba en Chorrillos, por el cuartel de bomberos. Después de eso caminábamos por el malecón, mirábamos de lejos el Regatas y ya algunos nos sacábamos el polo para ver si así reducíamos la temperatura de nuestros bronceados. Nuestros cuerpos eran ridículos pero  así caminábamos, dueños de la vereda y parte de la pista, empujándonos, jodiéndonos, mirando al Salto del Fraile y a veces si teníamos suerte nos ganábamos con el fraile disfrazado que se arrojaba al mar. Le gritábamos que nos regale un menú y saltábamos en vez de él.
Ese era seguramente el momento en que algunos de nosotros recordaban que no habían tomado desayuno y que apenas habían conseguido para el pasaje en micro, lo que significaba que no comerían nada hasta llegar a casa a la caída del sol. Si hubieran podido saltar, se habrían animado. Hasta por una gaseosa lo hubieran hecho. Aún si esa gaseosa hubiera estado caliente por los treinta grados de la hora.
Pero al final llegábamos cómo sea, todos completos y buscábamos un sitio donde pudiéramos entrar todos. Y nos sentábamos, nos echábamos, juntábamos valor algunos y nos atrevíamos a remojarnos en ese mar al que tanto temíamos.
Pasaron tantas cosas en esa playa, como la vez que fuimos solo tres un sábado y la gorda Estrella se apareció como a las tres de la tarde llevándonos trago y nos pusimos a chupar el ron puro porque no había donde comprar una cocacola helada. Terminamos borrachos caminando de vuelta hacia el final de la avenida Huaylas donde volvíamos a tomar la 10 y nos bajábamos al final de la Brasil para caminar sintiéndonos héroes hacia donde nos esperaban aquellos que se habían quedado en la calle, sin playa y sin gloria.

2/7/17

El ludofónico Lucho Quequezana

"...atrévete a querer lo raro..."
Fan de Scorpions - Babasónicos

Cuando Lucho Quequezana chapa su quena, no sólo encanta a las ratas que deben andar por allí agazapadas en los desagües de la sede, sino a todo un auditorio de al menos 190 personas que lo rodean. Entonces sopla y sopla y al mismo tiempo se balancea al ritmo de la música que también lo envuelve en ese trance que todo músico conoce, en el cual uno se funde con su instrumento y este es un órgano más del cuerpo, una extremidad artificial que se dedica a producir belleza, un apéndice que sirve para hacerse escuchar.

Por ratos este músico de nacimiento decide que nos tiene que enseñar a ser felices. Se pone el traje de la didáctica y se toma del trabajo de explicarnos aquello de lo que nos estamos perdiendo. Que las negras, que las blancas, que el violín, que los platillos. Y todos, incluido un hermoso niño de 6 años, allí atentos a la clase magistral que no esperábamos. Entre el frío y el hambre, nos ha traído una orquesta sinfónica para que vean que no muerde, que es mansita, que es un inofensivo juguete nuevo.

Nos convence entonces Quequezana que contrario a lo que nos dijo Borges, sí se puede enseñar a la gente a ser feliz. O al menos se puede intentar, mientras vamos camino al carnaval en un final donde aprovechamos mejor esa tenue explosión de sonidos que nos regala en sus canciones. Un final donde bailamos conscientes de blancas y negras y el gozo que sentimos en el corazón ahora se apoya tímidamente en esa punta de la madeja que nuestra razón se ha vuelto capaz de entender hace apenas unos minutos.

1/7/17

La noche, hermano.

La primera vez que oí de los poderes de la noche fue cuando mi hermano se preparaba para la universidad, recién salido del colegio. Recuerdo claramente cómo se describía tan positivamente su novedosa idea de estudiar en las madrugadas tibias del verano. Se describía por ejemplo como ideal pues el silencio era absoluto, se apuntaba que las distracciones eran mínimas y que el agobiante calor de los largos días veraniegos se reducía al mínimo. Por las mañanas, claro, a la academia como todos, pero mientras, también todos, dormíamos; en la sala de casa, rodeado de libros y cuadernos, este hermano preparaba discretamente la hazaña. Estaría demás decir que a la hora de la verdad a nadie sorprendió que ingresara en su primer intento a la universidad y la carrera que había escogido. Estaría demás pero ya lo hice.
Al parecer, a pesar de las tantas referencias y tan autorizadas, mi desconfianza se tuvo que manifestar una de esas madrugadas de meses de estreno. Me desperté y aparecí en la sala para verlo con mis propios ojos. Algo habremos conversado, él siempre tenía algo nuevo que decirme. Seguramente fue breve. Me recosté en el sofá desvencijado que aún no habíamos vuelto a tapizar y lo miré estudiar. Así hasta quedarme dormido con la idea comprobada de que la noche es el mejor momento para no dormir.