12/5/12

Raul (vergonzoso capítulo final)

Fue humillante para quienes lo perpetraron, aunque en ese momento no se supo. Se celebró como tantas inmundicias se han celebrado durante la humanidad. Pero la historia ha juzgado y a pesar de la verguenza, se hace urgente la exposición de los hechos tristes que aquí se narrarán. Il faut.
Todo empezó cuando el hombrecito quiso agradar a aquellos. Raul, amigo fiel e ingenuo en su honestidad se dejaba llevar por tal. Siéntate acá. Y él se sentaba. Espérame allá. Y él esperaba. Y así por el estilo. Pero el invierno escolar trae consigo todas esas chompas grises. Alguien notó aquello y se burló. Y en su cobarde temor de ser también parte de la burla, el hombrecito prefirió a cualquier costo, ser burlador. Los siéntate y espérame dejaron su honestidad y la belleza de su entrega amistosa por la perfidia de una traición escondida, vergonzante. La voz del hombrecito, la mirada ingenua y obediente del amigo, la sonrisa cómplice a los otros y la correspondencia a sus espaldas. Raul no entendía nada y eso es de por sí, ya una virtud.
Después vino la expulsión. El por qué no se recuerda. Pero no había valor ni para mirar a los ojos. Así que se huía. Cuatro y cinco huyendo de tal amistad plena que seguía sin entender. ¡Cobardes! cantaría el coro ante los rastreros protagonistas de tal tragedia. Y fue él, Raul, quien salvó la dignidad de esta función. Escribió una carta y partió Ellos reían porque imaginaban ser los vencedores. Él hizo lo que tenía que hacer y lo hizo bien, mejor que todos los involucrados.
Se puede decir que fue cosa de niños. De cinco niños contra uno. Y aun así el único que acabó con la cabeza erguida fue Raul, así sin acento que no lo necesita, el que fue traicionado en nombre de un puñado de absurdas e imberbes risas infantiles

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