Una tarde, a la puerta del colegio, murió abatido un presunto delincuente. Quedó tendido sobre la pista y un enorme charco de sangre rodeaba su cabeza. Al interior del kindergarten, los niños fueron impedidos de salir y se sabe que en el salón amarillo, la profesora dirigió un rezo por el alma de aquel ser humano muerto en combate. A la puerta, los padres en su mayoría y por allí un hermano mayor pedían que sus hijos (ó hermano menor) fueran entregado para ir a casa aunque secretamente temían que sus niños se perdiesen el esquivo espectáculo de un hombre muerto y aun tibio sobre el pavimento.
El hermano mayor viv{ia a cinco cuadras del kindergarten. Su ocupada mamá le encargó que fuera por el hermano menor y al doblar la esquina de su casa, en el jirón Alfonso Ugarte tuvo la suerte de presenciar la persecución. Los presuntos delincuentes iban huyendo en un micro vacío de la línea 75. Eran solo dos y uno de ellos llevaba un arma y viajaba en el estribo mirando hacia atrás. Al parecer emitió algunos disparos hacia sus perseguidores. El hermano mayor corrió todo lo que pudo persiguiendo la persecución pero obviamente fue quedando atrás, humilde peatón. Sin embargo no desmayó y logró llegar a la escena de la consumación de los hechos segundos después del trágico desenlace y ver la reducción del fugaz temporal chofer de la 75. Cuando llegó, el charco de sangre era pequeño y apenas semejaba la aureola de un santo. Aunque permaneció atento por mucho rato más, no hubo nuevos incidentes, el chofer fue introducido al patrullero y el charco creciendo perezosamente.
Minutos después el hermano mayor recogió al menor y más minutos después contó varias veces lo que vio: al hermano menor, a sus papás, a su hermana, a sus amigos del barrio, a los del colegio y a otras personas más.
Hoy el kindergarten ya no existe y en su lugar hay una factoría donde se reparan autos de todo tipo y con garantía.