JM y JN querían ser escritores pero estudiaban administración. Se conocieron pronto pero no fue hasta el día de su coincidente cumpleaños que sellaron una amistad infinita. De testigo tuvieron a ER, sentados los 3 en una vereda a dos cuadras de la universidad donde estudiaban. Esa tarde no fueron a clases, solo se dedicaron a terminar la botella de ron que se habían comprado con los pocos dineros que pudieron juntar. En las semanas siguientes, dejar de ir a clases se volvió rutina.
Abandonaban el salón, sin ningún respeto, en medio de cualquier cosa que estuviera diciendo el profesor del momento. Y caminaban. Caminaban tanto que muchas veces veían aparecer frente a sus ojos, los edificios del centro de Lima o las luces de las avenidas emergentes en San Miguel, o las calles silenciosas de Pueblo Libre.
En sus conversaciones soñaban sin mayor esperanza. No bebían porque el dinero era escaso, mejor era comer. Las conversaciones duraban lo que duraban esas caminatas.
De esos tiempos hoy solo quedan las conversaciones. Los sueños quizás también pero las caminatas sí que se han desvanecido. Se bebe más, el dinero ya no es tan escaso y se come, aunque en realidad no se quiera.
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