El 31 de diciembre de 2020 recordará que pasó más de un mes encerrado en casa con su familia. Recordará que jugaba al fútbol todos los días y que la mayoría de las veces, a pesar de sus esfuerzos, se iba derrotado de la sala. Recordará que en las tardes se tiraba a leer por un par de horas sobre alguna cama. Sonreirá cuando se vea a sí mismo, también, sentado frente a una partitura que no pudo terminar de ejecutar a pesar del tiempo de ese encierro. Sabrá también que ahora cocinará más que antes. Hasta quizás, extrañará esas mañanas modulando el fuego, solitario en la cocina, escuchando álbumes completos desde el celular.
En aquel entonces, el recuento de contagiados y muertos, indicaba que se acercaba la hora del almuerzo. Es probable que para ese fin de año, su mujer ya habrá leído el Ensayo sobre la Ceguera que no pudo porque faltaba en la biblioteca. O que el pequeño futbolista haya terminado el Diario de Ana Frank que empezó en esas semanas. Y que la pequeña artista haya ya olvidado al Marshmello, que la divertía mientras la calle le era ajena.
Quizás en la tarde previa a ese año nuevo ellos jueguen el Dixit que no pudieron jugar por haberlo olvidado en alguna casa lejana. O quizás jueguen al Kuh Handel que tanto los acompañó sobre la mesa del comedor.
La universidad, la calle, la televisión, las ropas, el viento, los vecinos, las azoteas, los perros, los miedos, las cervezas, las aguas, las familias, todo habrá cambiado para entonces.
Llegará ese 31 de diciembre y todo no será más que un recuerdo, de esa vez que nos quedamos en casa.
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